Todos somos termosensibles pero no todos somos igual de meteorosensibles. La meteorosensibilidad es la vulnerabilidad con la que cada organismo reacciona y se ve afectado ante los cambios climáticos. Como es lógico, las personas más sensibles antes los cambios de temperatura y los cambios estacionales, son más también las más meteorosensibles y se ven más afectadas por los cambios de clima, especialmente si son abruptos.
El calor, por norma general y, especialmente en los países mediterráneos y cálidos en los que el verano se recibe con especial entusiasmo y buen humor, se asocia a descanso, a aire libre, a playa, a mayor tiempo para las relaciones sociales, a más tiempo de ocio y vacaciones… En definitiva, el calor lleva implícita una asociación casi directa a numerosos factores que habitualmente se relacionan directamente con la felicidad. No en vano, el verano y el calor que este trae consigo, es ese momento en el que aumentan notablemente las horas de luz a las que estamos expuestos, y éstas a su vez están directamente relacionadas con la estimulación de algunas zonas de nuestro cerebro y con la secreción de hormonas como la dopamina y la serotonina, hormonas que nos protegen de la depresión.
Sin embargo, en plena ola de calor, se dan las siguientes circunstancias:
Entonces el calor se torna en un importante factor de estrés que causa, desde el punto de vista psicológico:
Y desde el punto de vista físico:
En definitiva, expuestos a una ola de calor como la que vivimos desde hace unos días y que de momento no nos ha dado tregua nos volvemos mas lentos, torpes, irascibles y erráticos tanto mental como físicamente. Estos días nos quejamos de sentirnos como aplatanados… Y no se trata solo de una percepción subjetiva sino que detrás de ello se esconde una interesante explicación de naturaleza biológica, psicológica y neurológica: la exposición prolongada a temperaturas extremas hace que el cuerpo trabaje muy activamente para mantener estable su temperatura corporal: entre los 35 y los 37 grados de preferencia, pero e cualquier caso nunca por encima de los 40 grados. ¿Cómo trabaja nuestro cuerpo?
Pues bien, el organismo se esfuerza por mantener una temperatura óptima mediante la acumulación de agua y la acumulación de energía, lo que hace que el cerebro se vea privado de estos recursos y disminuya su capacidad para procesar con agilidad la información y los estímulos que le llegan del entorno. Ocurre que, literalmente, se enlantece nuestra forma de pensar.
Para complementar esta explicación hay que tener también en cuenta que el calor excesivo, como estímulo, es desagradable en sí ismo y supone un castigo para nuestros vulnerables cuerpecitos. Es decir, representa una amenaza ante la cual se hace necesario defenderse. ¿Y cómo se defiende nuestro sabio organismo? Mediante la secreción de hormonas como la adrenalina o el cortisol (también conocida como la hormona del estrés) lo que genera una hiperexcitación cerebral que, por un lado, nos excita y, por otro, nos impide conciliar el sueño. Cóctel explosivo la servicio del agotamiento…
Además, en casos más extremos, también la deshidratación afecta a las funciones celulares, como por ejemplo la trasmisión de los impulsos nerviosos a través de las neuronas, lo que agrava el empeoramiento y enlentecimiento de los procesos cognitivos y fisiológicos que ya se han mencionado antes, y afecta especialmente a nuestra capacidad para mantener la atención y concentrarnos. Por todo ello, y para ayudar a que nuestro organismo a mantenga estable su temperatura de confort, se hace tan relevante la hidratación cuando estamos expuestos a temperaturas cálidas.
El agotamiento por calor es especialmente importante en personas mayores o enfermas, en bebés y en mujeres embarazadas, pues su organismo no detecta ni los cambios de temperatura ni la deshidratación o la sed con la misma agilidad. No en vano, el incremento de la mortalidad en personas mayores o vulnerables se incrementa en un 15% aproximadamente durante los meses de verano.
Además, el calor puede empeorar notablemente el pronóstico y los síntomas de multitud de enfermedades y patologías, especialmente las de tipo neurológico. Y, en las consecuencias estrictamente psicológicas que acarrea la exposición prolongada la calor, algunos estudios recientes relacionan el aumento drástico de las temperaturas con un aumento de las depresiones e incluso de los suicidios.
Es curioso y paradójico pues lo mismos sucede en el polo opuesto: el mismo efecto se produce cuando existe prolongación continuada a temperaturas excesivamente frías y acompañadas de escasez de horas de exposición a la luz solar. Normalmente el entusiasmo con el que recibimos el verano supera la adversidad de las altas temperaturas, pero las personas más sensibles tendrán muchas dificultades para descansar y tenderán a manifestar todos los síntomas ya mencionados.
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