¿Por qué elegimos parejas parecidas a nuestros padres?
Hoy analizamos el grado en el que nuestros padres condicionan la elección de nuestras parejas.
Durante nuestra infancia pensamos que la única forma de vivir una relación de pareja es la que observamos en nuestros padres. Con el tiempo, y al convertirnos en adultos, vamos comprendiendo las cosas buenas y las malas de su matrimonio. ¿Condicionan nuestros padres la elección de nuestra pareja?
Ante la pregunta de si vivimos nuestro matrimonio tal y como hemos visto a nuestros padres, la respuesta es que sí puede haber un intento o una búsqueda, consciente o no, de encontrar a una persona con la que poder entablar un matrimonio similar al que vimos en nuestros padres.
Desgraciadamente, esta búsqueda se puede dar tanto cuando los “papás” han sido buenos, como cuando han sido malos. Por ejemplo, la hija de un alcohólico puede tender a vincular con un alcohólico para de esta manera “sanar” sus heridas haciendo de enfermera y saldar una cuenta pendiente de la infancia.
Aunque condicionamiento de lo que hemos observado en la infancia siempre existe, su forma de manifestación puede variar. Los psicólogos opinan que ante los casos extremos (por ejemplo, un padre muy permisivo o, por el contrario, un padre muy celoso), podemos tratar de encontrar una pareja que compense o equilibre las carencias o vivencias excesivas sentidas con las figuras paterna o materna.
A la hora de buscar pareja, pues, se puede decir que partimos de un modelo, al menos a grandes rasgos, y por lo general puede haber una tendencia a imitar estos patrones observados. También influye mucho si lo observado es sano y positivo, o si es destructivo: A veces, un modelo matrimonial patológico puede llevar a buscar precisamente lo contrario. También sucede así en las personas que han vivido un divorcio, que viven temerosas de repetir la historia, o incluso pueden intentar arreglar el problema o fracaso de sus padres a través de su propia pareja.
El grado de cariño recibido por parte de nuestros progenitores, tal y como teorizó Erich Fromm en su momento, será fundamental: mientras que el amor de la madre establece la seguridad y se adquiere de forma incondicional, el del padre “se tiene que ganar” y no es algo que venga de forma intrínseca a la relación. Esta motivación de «ganarnos” al padre nos persigue durante toda la vida. La obtención o no de su cariño a efectos emocionales, lleva implícito el concepto de merecimiento y de sensación de victoria o de derrota personal, tan relacionados con la autoestima.