Actualmente existen días mundiales para casi todo. Dentro de estas celebraciones están las efemérides más raras y caprichosas, entre las que se encuentra precisamente el 18 de junio, Día Mundial del Picnic. Creer que estas entrañables comidas campestres merecen o no merecen una fecha de celebración es algo muy personal. Quizá se trate de no compararlo en importancia con temas tan serios como los tratados en el Día de la Mujer, o con los honores que rinde el Día del Libro tanto a la lectura como al patrimonio cultural legado por autores de la talla de Miguel de Cervantes. Así las cosas, ¿por qué no celebrar también episodios más humildes como puedan ser los picnics?
Si consideramos la niñez como sinónimo de felicidad, coloquialmente podría decirse que el que no tenga recuerdos alegres de picnics en los que correteaba con amigos, hermanos o primos en alguna pradera con un bocadillo en la mano, es que “no ha tenido infancia”. Es en esta categoría de felicidad, precisamente, en la que deberían clasificarse los picnis, una de las actividades familiares por excelencia de las que todos hemos disfrutado alguna vez. Y aunque en España tal vez estén un poco denostados, por considerarse un poco domingueros o vulgares, en Europa no sucede así.
Quizá por ello las atractivas parejas de jóvenes daneses acuden durante la primavera a los parques con botellas de vino y algo que comer, mantelillo mediante, para celebrar tanto su amor como el buen tiempo. Por supuesto, lo de los picnics también es algo muy francés y muy chic. De hecho, los parisinos practican el picnic sin pudor, como demuestra el hecho del origen de la propia palabra picnic.
Esta se deriva del idioma de Voltaire. Picnic proviene de la palabra francesa “pique-nique”, que surgió en el siglo XVII. Esta palabra se componía de “piquer,” que significa “picar” o “pinchar” pequeñas porciones de diferentes alimentos, y de “nique”, vocablo arcaico para referirse a cosas de poco valor o a una chuchería. Juntas, se sugería la idea de una comida informal donde cada participante contribuía con algún alimento.
La proximidad geográfica y los intercambios culturales a lo largo de la historia han contribuido a la adopción y adaptación de esta costumbre también en la cultura española. En España y en el idioma español, llámese picnic, comida campestre, merienda en el campo o excursión con comida, hemos heredado esta costumbre de los franceses, adaptándola como propia.
Tanto es así, que actualmente podría decirse que existen tradiciones en prácticamente en toda España, y cada región hace los picnics a su manera. Por ejemplo, en Madrid vamos a la Pradera de San Isidro, mientras que en Andalucía se van de romería al Rocío, en Castilla celebran la trashumancia y en Cataluña preparan sus famosas calçotadas.
Aunque cada localidad tenga sus motivos o sus propios días para salir a comer al campo, todas tienen en común el ser una reunión social en la que la se comparte comida al aire libre y en un entorno rodeado de naturaleza, como pueda ser el campo, los parques ajardinados o la playa.
Al margen de hacerlo coincidir con alguna celebración tradicional, existen muchas y buenas razones para hacer picnis, fundamentadas en algo tan importante como es el pasarlo bien con amigos y familiares y el ser feliz. Pero si queremos hacer una descripción más técnica, también podemos hablar de aspectos emocionales, sensoriales y físicos.
Si algo une a las personas es la comida. Por ello, cada vez que nos juntamos a celebrar cualquier cosa, generalmente es comiendo. En este sentido, los picnics están pensados para compartirse con la pareja, con amigos, e incluso presentan una ocasión de oro para conocer a nuevas personas. Son, pues, una fórmula fácil y agradable para fortalecer las relaciones y crear memorias felices y duraderas.
Pasar tiempo al aire libre, rodeado de naturaleza, tiene un efecto calmante y positivo. El aire fresco, el sol y el entorno natural ayudan a reducir el estrés y mejoran el estado de ánimo, aprovechando su efecto calmante
Disfrutar del tiempo libre cambiando de aires supone disfrutar el doble. Por ello, conviene emplear estos momentos de recreo rodeados con la naturaleza. De esta forma, se aprovecha su efecto relajante y de interrupción de la rutina. Los picnics permiten desconectar de las preocupaciones cotidianas y disfrutar de un momento de tranquilidad.
Como parte de lo anterior, el entorno natural supone también un estímulo para los sentidos. Así, suele enriquecer la experiencia el disfrutar de la belleza de lo que nos rodea. Por ejemplo, los sonidos de los pájaros, el aroma de las flores o la sensación del césped bajo los pies.
Socialización aparte, los picnics tienen como protagonista esencial la comida, que además suele ser casera y de gran variedad, al llevar habitualmente cada persona o familia una cosa. Cocinar en casa y compartir recetas puede ser una experiencia gratificante en sí misma. Aunque disfrutarla al aire libre y con familia y amigos le añade un punto mucho más especial.
Si algo caracteriza a los picnics es su sencillez, y por ello el picnic es una actividad que no requiere demasiada planificación ni exigencia, más allá de elegir el sitio y de repartirse lo que va a preparar cada uno.
Los picnics son una manera económica de disfrutar de un día especial, ya que no requieren grandes gastos. Esto los hace accesibles para todos los bolsillos, sin olvidar que resuelve el tema de la accesibilidad a la comida: sitios donde no hay nada, donde es carísimo o hay largas colas.
No siempre, pero muchas veces, el llegar hasta un entorno natural exige un cierto esfuerzo físico para llegar hasta allí y disfrutar de las vistas o de parajes extraordinarios. En cualquier caso, casi siempre habrá ocasión de darse un paseo, de jugar con los niños o de ir a explorar la zona. Todo ello aporta tanto a niños como a mayores una cierta sensación de aventura y novedad que convierte a los picnis en una actividad con derecho a un día propio.
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