Qué rabia da emocionarse con algo y que luego las cosas no salgan como uno esperaba. Esto se aplica tanto a cosas, como a situaciones y a personas. Cuando no hay correspondencia entre nuestras expectativas y la realidad, sufriremos una decepción. Se trata esta de una emoción negativa que a su vez puede tornarse dolorosa y provocar reacciones variables y hasta exageradas, que van desde la mera frustración, hasta la tristeza profunda o incluso la ira. Toma nota de cuáles son los mecanismos psicológicos que fundamentan la decepción y cuáles son las claves para gestionarla.
Hablaremos, en todo caso, de gestionar la decepción y no de evitarla, ya que esto último es del todo imposible. Lamentablemente, la decepción forma parte de la vida y del aprendizaje.
Desde nuestra infancia, y a golpe de frustración, vamos entendiendo que nuestros planes a veces se ven truncados. Y es que, como es lógico, no todo depende de nosotros.
Esta falta de control del ambiente, unida a las películas que uno se monta previamente en su cabeza, pueden derivar en unos resultados inesperados pero con un cariz no precisamente positivo.
Existe un ingrediente fundamental en la decepción. Para que esta se dé, tienen que haber necesariamente unas expectativas anteriores, una hipótesis de lo que va a suceder, de lo que va ser o de cómo va a ser.
Estas ideas preconcebidas tendrán, además, un matiz emocional. Es decir, lo que ocurra no nos va a dar igual, sino que nos afecta, ya que participa la ilusión. Por tanto, al no cumplirse, al no salir las cosas como esperábamos, nos sobrevendrá una reacción en forma de emoción negativa y cargada de desazón.
El grado de malestar dependerá siempre de la importancia subjetiva que le demos a ese evento en concreto. Variará, por tanto, en función tanto de las personas como del peso específico de lo sucedido.
Para entendernos, no es lo mismo decepcionarse leyendo la última historia de nuestro autor favorito, que desmoralizarse por no haber conseguido una medalla deportiva para la que uno se ha preparado durante meses y que ya daba por ganada.
Junto a la decepción, a menudo puede aparecer también un sentimiento de pérdida. Este sucederá si entran en colisión las ilusiones de lo que creíamos con la dura realidad. Sobre todo, cuando estas fantasías han tenido que ver con la propia identidad de la persona.
Este shock puede suponer un golpe personal muy duro, con independencia de que estas falacias mentales tuvieran o no razón de ser. La víctima de este tipo de desengaño tendrá entonces que reinventarse, elaborando una especie de duelo por el que renuncia a unas creencias muy arraigadas sobre sí mismo.
Además de lo anterior, la actividad neuronal también juega su papel en el bajón tras unas consecuencias no esperadas. Concretamente, se ha comprobado que existe una relación directa entre la generación de expectativas, los resultados y la dopamina.
Esta última es uno de los neurotransmisores cerebrales del tipo euforizante, y que se estimulan ante la posibilidad de llegada de recompensas. Así, cuando estas no llegan, se produce un descenso en la producción de dopamina de nuestro cerebro.
Dice el refrán que segundas partes nunca fueron buenas. Esto se refiere, sobre todo, a las relaciones, para señalar el fracaso que supone intentarlo por segunda vez. El dicho también aplica y se ha extendido a nuevas entregas y episodios de libros, series, o películas, y en general, a cualquier intento de continuidad o reproducción de algo que en su día tuvo su momento.
Además, observamos que este fracaso de la repetición se reproduce muy a menudo en algunos contextos más mundanos e intrascendentes. ¿A quién no le ha pasado volver emocionado a un restaurante que le había encantado y llevarse una desilusión enorme.
En este tipo de desengaños, además de las expectativas, hay que añadir el ingrediente de la memoria. Esta juega un papel fundamental en la decepción, ya que nos puede tender trampas que nos lleven al autoengaño.
Recordemos que la memoria es tan frágil como selectiva. En ella interviene, en primer lugar, la percepción, que siempre es subjetiva, y en segundo lugar, el paso del tiempo. Este va erosionando aquello que en su día percibimos y transformándolo a nuestra medida más conveniente, hasta llegar a convertirse en algo muy diferente a lo que en realidad fue.
Un buen ejemplo de esto lo vemos, cuando como adultos, vamos a algún lugar de nuestra infancia, y nos sorprende ver que todo parece muy pequeño. Lo que sucede es que nosotros entonces lo percibíamos grande, y por tanto así lo recordamos.
Una de las decepciones más dolorosas es la que concierne a las personas. Los más populares son los desengaños amorosos, cuando uno ha invertido esfuerzo, tiempo y energía, para que al final la cosa no funcione y terminar en una ruptura de la pareja. Sin embargo, estos desencantos personales no son exclusivos de las relaciones románticas y afectivas.
De hecho, se observa muy a menudo en las familias. Por ejemplo, cuando los padres pretenden organizar la vida de sus hijos, y tienen grandes planes para ellos que luego no se cumplen. Como resultado, la relación puede sufrir un daño irreparable para ambos.
Para el padre porque piensa que su hijo ha fracasado, y para este porque no se ve a la altura de las circunstancias y le duele disgustar a su progenitor. Puede suceder, no obstante, que estas expectativas nunca hayan existido más que en la cabeza del hijo, pero que la falta de comunicación o el silencio al respecto haya encallado la relación. En cualquier caso el resultado es el mismo.
Por otra parte, no es infrecuente que suceda al revés, y que sea el hijo el que se decepcione con el padre, o madre, se entiende, esperando cosas que nunca llegan.
En este caso, la herida subjetiva puede ser todavía mayor, ya que se la decepción puede ir acompañada de sentimiento de abandono e incluso de desamparo, y llevar a intensos sentimientos de tristeza y depresión propios de una reciente orfandad.
Parece una tontería pero no lo es. Muchas veces nos podemos llevar un tremendo chasco por culpa de la publicidad.
Ya sea comprando un producto o acudiendo a ese destino vacacional soñado, si no obtenemos lo que esperábamos, nuestra decepción se verá agudizada por la pérdida del dinero y por la cara que se nos queda sintiéndonos estafados al obtenerse un producto muy distinto al anunciado por la publicidad.
Como decíamos, la decepción es una eterna compañera de viaje, y por ello es inevitable. Lo único que podemos hacer para contrarrestarla es ajustar lo más posible nuestras expectativas a la realidad, aprendiendo a diferenciar lo que está bajo nuestro control de lo que no.
Por otro lado, también conviene esperar poco de los demás, reevaluar nuestra percepción y responder aprendiendo de la situación decepcionante, en vez de darnos golpes de pecho insistiendo en ella.
La madurez de la experiencia suele ayudar, pero las personas que van concatenando decepciones, posiblemente necesitan ayuda profesional al fallar en alguno de los procesos:
Un psicólogo clínico acreditado les guiará para tanto a detectar y eliminar sus sesgos perceptivos, así como a verificar la adecuación de los estilos de afrontamiento a las distintas situaciones.
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