¿Por qué nos gustan las personas que no nos hacen caso?
Las razones por las que nuestro amor a veces llama a la puerta equivocada.
Es un mal casi universal por el que hemos pasado prácticamente todos alguna vez. Se trata del amor no correspondido, ese por el que nos enamoramos de personas que no nos hacen caso. Para quitarle drama, debemos decir que no siempre se trata de un verdadero enamoramiento.
De hecho, la mayoría de las veces será una simple atracción, pero esta puede evolucionar hasta volverse obsesiva, precisamente por no tenerlo fácil. Así de compleja es la psique humana. ¿Por qué nos pasan estas cosas, y nos gustan precisamente las personas que no nos hacen caso? Te explicamos por qué sucede.
A cualquier edad nos podemos fijar en la persona equivocada
Las fijaciones amorosas y desesperadas suelen ir a menos con la edad. En cambio son muy propias de la adolescencia al ser un momento complicado para la persona, que aún no tiene ni la madurez ni la experiencia para gestionar eficazmente las relaciones personales de cariz amoroso. Aunque ¡ojo!, lo de profesar amor o el fijarse en la persona equivocada no es patrimonio exclusivo de los más jóvenes. Le puede pasar a cualquiera.
Ejemplo de ello son las nuevas hornadas de divorciados que salen cada día al mercado después de pasar muchísimos años en pareja, y que se encuentran con un panorama desolador regido por la frivolidad de unas apps de citas que no saben ni manejar. Sea cual fuere la edad, son varios los tipos posibles de actores que participan en una dinámica de relación amorosa insatisfactoria para una sola de las partes.
Personas que no nos hacen caso
La ausencia de experiencias con las que contrastar la calidad de unas relaciones respecto a otras puede ser una buena razón para obsesionarse con la persona equivocada. Este sería el caso de los adolescentes o más jóvenes. Aunque un adulto también podría caer, cuando se cuenta con amor propio y una buena autoestima será raro que suceda.
También tiene pocas probabilidades de pasarle a alguien que ya ha tenido relaciones de alta calidad y que no se quiera conformar con menos, ya que rechazará automáticamente las personas que le vendan humo, una vez se dé cuenta. En cualquier caso, y con independencia de la edad, la característica de este tipo de relación sería el sufrimiento como consecuencia del rechazo y de la mala gestión de este.
Donjuanes (o juanas) vocacionales
Estas personalidades disfrutan de la conquista amorosa como juego. Y lo hacen por la parte del desafío, más que por un verdadero interés en la otra persona. Por ello, engañarán a quien pretendan conquistar, jurando amores que en realidad no existen.
Lo cierto es que a lo largo de toda la “representación”, seguramente su afecto y desesperación sean verdaderos, porque ellos mismos son así de teatrales y se meten completamente en el papel. Sin embargo, una vez consigan a su Doña Inés de turno, seguramente pierdan todo interés, porque ya habrá perdido la componente de juego que motivaba el proceso de conquista.
Tiburones acostumbrado a salirse con la suya
Un paso más allá del Donjuán se encuentran las personalidades agresivas y demasiado acostumbradas a conseguir lo que quieren. Este tipo de personas son narcisistas y están habituadas a que todo el mundo le dore la píldora a su alrededor. Ejemplo de este perfil serían personas famosas, estrellas del deporte o gente muy poderosa. En suma: gente que no acepta fácilmente un “no” por respuesta, y que podrá desplegar todo tipo de medios materiales para convencer.
En el extremo más negativo de este perfil estarían aquellas personas capaces de emplear la fuerza, el poder de su influencia o incluso el chantaje para conseguir a la persona que quieren. Al contrario que el Donjuán, el tiburón sí que puede querer mantener a su presa durante un largo periodo de tiempo. Aunque antes o después se encaprichará con otra persona y actuará igual, movido por su instinto agresivo y devastador.
El poder del refuerzo intermitente
Al margen de la madurez y de los perfiles psicológicos más habituales, existe otro ingrediente para explicar por qué nos dejamos seducir por aquellos que no están a la altura de nuestras expectativas o nos hacen sufrir.
Se podría decir, de hecho, que es el factor más importante a la hora de justificar la adicción que nos generan esas personas tóxicas o poco convenientes que pasan de nosotros, pero quieren tenernos enganchadas. Nos referimos al refuerzo intermitente, un tipo de condicionamiento explicado dentro de la ciencia psicológica de la modificación de conducta.
¿Qué es la teoría del refuerzo?
La teoría del refuerzo pertenece al conocido como Condicionamiento Operante definido por el psicólogo B. F. Skinner a principios del siglo XX. Skinner avanzó un paso más allá del Condicionamiento Clásico de Pavlov (investigador famoso por sus experimentos con campanas y perros), que demostró la importancia y poder de la asociación entre los estímulos para producir el aprendizaje de conductas.
Por su parte, Skinner se centró en lo que sucedía después de emitir un comportamiento. Es decir, en sus consecuencias, que podían ser positivas en forma de refuerzo (positivo o negativo), o nocivas, en forma de castigo. Pues bien, en sus estudios encontró que lo que sucediera después de cierta conducta condicionaría su posterior aparición, aumentando su probabilidad de emisión o, por el contrario, disminuyéndola.
El refuerzo positivo se traduce en una conducta amorosa
Entre sus hallazgos, Skinner comprobó que el mayor potenciador de cualquier conducta es el refuerzo positivo e intermitente. En el campo de las relaciones, el refuerzo positivo se traduce en que nuestra conducta amorosa (el interés) es seguida de una recompensa positiva para nosotros. Esto es, de una correspondencia romántica o de algo que nos encanta.
Por ejemplo, de llamadas telefónicas de nuestro amado, de palabras de amor, de sexo cariñoso… Todo lo que puede desear una persona enamorada. Sin embargo, aquellos que nos enganchan sin comprometerse o no quieren nada en realidad (las personas que no nos hacen caso), lo que hacen es “suministrar” estos refuerzos de una forma anárquica y difícil de entender.
El sufrimiento emocional puede aparecer
Esta es la característica principal de sus conductas amorosas: que son intermitentes y nunca sabemos si se sucederán o no. En resumen, nosotros no cambiamos y somos constantes, pero obtendremos resultados diferentes cada vez. Esto nos llevará a sentir gran confusión y a buscar las respuestas positivas más intensamente.
Como consecuencia de esta dinámica, llegaremos a emocionarnos cuando la persona nos haga caso. En cambio llegaremos a perseguirla cuando no lo haga, buscando ese refuerzo perdido. Todo ello se traducirá en sufrimiento emocional, amén de en estar siempre a expensas de unas migajas de amor que no siempre llegan.
La teoría del apego
Otra de las formas en las que se pueden explicar ambos casos de la balanza está en la teoría psicológica del apego, formulada por John Bowlby allá por el año 1969. Al contrario que las teorías de la modificación de conducta, la suya es una hipótesis de tipo dinámico y nos remite las causas a edades tempranas. Según expone este psicoanalista inglés, cuando somos bebés necesitamos una figura principal con la que conformar lo que se conoce como apego. Este vendría a ser una forma de seguridad primaria.
Bowlby hizo muchos experimentos con niños para descubrir que existen hasta cuatro tipos de apego (seguro, evitativo, ambivalente o desorganizado), y que mantendremos a lo largo de nuestra vida adulta. Estos tipos condicionarán tanto nuestras necesidades afectivas adultas como los tipos de relaciones que estableceremos.
Los apegos en la etapa adulta
Ya de adultos, podríamos definir nuestros apegos en seguros o inseguros, afectándonos de la siguiente manera a nuestras relaciones de pareja:
- Apego seguro: Tendremos un buen autoconcepto, buscaremos y obtendremos relaciones satisfactorias y complementarias.
- Apego inseguro o ansiosos (contempla a los otros tres): Básicamente en estos tipos es donde encontraremos problemas manifestados de forma diversa, como pueda ser la inseguridad patológica, la búsqueda constante de aprobación o la evitación de intimidad y el compromiso.