Si algo ha llamado la atención en estos últimos días ha sido la aparición de titulares sobre El juego del calamar o Squid Game. Se trata del título original de la serie coreana de la que todo el mundo habla. De ella se dice que ha sido el estreno más exitoso de toda la historia de Netflix. En pocos días se ha situado entre las primeras posiciones de las series más vistas de esta plataforma en casi todos los países del mundo.
Somos muchos los padres que hemos corrido a verla rápidamente, una vez nos hemos enterado del fenómeno. Y nos han surgido entonces un montón de interrogantes. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha trascendido tanto El juego del calamar? Pero, sobre todo, como progenitores, nos interesa saber si su visionado puede suponer o está suponiendo ya algún tipo de amenaza para nuestros hijos.
El juego del calamar es eso precisamente: un juego. En España no lo conocemos porque se trata de un juego típico de la infancia de los niños surcoreanos. Consiste en superar unas pruebas y vencer al equipo rival en un pasatiempo infantil en principio de lo más inocente. Nos recuerda a aquellos propios de nuestra niñez, en los que saltábamos o sorteábamos obstáculos basados en dibujos de tiza en el suelo.
Tal juego da nombre a la serie, en inglés Squid Game. Versa precisamente sobre la superación de este y otros juegos infantiles, pero con una serie de particularidades:
Todos estos valores, montados en escenas de violencia extrema y gratuita, son los que han hecho saltar las alarmas. Tanto padres como educadores se han dado cuenta de que casi todos los niños la han visto y se ha convertido en la serie del momento.
Además se acerca Halloween y las ganas de celebración de esta fiesta de origen americano se acumulan desde el año pasado. Casi todos los colegios prevén algún tipo de celebración que conmemora el día de los muertos (aquí el Día de todos los Santos). Con ella se hace cierta apología del “terror” a través de disfraces de los personajes más clásicos de la literatura universal y del cine de este género.
Así, cada año, los disfraces se vuelven temáticos, atendiendo a las modas del momento. En este año, la demanda parece haberse concentrado en los disfraces de la serie El juego del calamar, que pueden ser tanto de los verdugos como de las víctimas. Sin embargo, estos disfraces han sido prohibidos en muchos centros.
Si tenemos que ser fieles a la verdad, como adultos debemos reconocer que la serie es buenísima y engancha de principio a fin, algo que facilita la comprensión del fenómeno. Dicho esto, no quiere decir que una serie buena (en cuanto a trama y producción) sea apropiada para todos los públicos, ni mucho menos. De hecho, este es el problema precisamente de El juego del calamar: que es una serie con un alto nivel de violencia y que no es apropiada para niños. Estas son las razones por las que los niños más pequeños no deberían verla:
El éxito de El juego del calamar y lo que ha originado el clamor los más jóvenes sobre esta serie ha venido precipitado por las redes sociales. Su recomendación se ha viralizado muy rápidamente, despertando el interés de adolescentes y de niños en edades aún más tempranas. Con Internet, lamentablemente, los padres tenemos todas las de perder.
Cuesta mucho trabajo estar al día de las modas adolescentes y de las novedades en cuanto a aplicaciones y temas de tendencia. Se podría decir, de hecho, aquello que «cuando tú vas, ellos ya han vuelto», sobre todo cuando se producen fenómenos virales de alcance internacional, como ha sucedido en el caso de esta serie.
Por todo esto, y siendo realistas, a los padres también se nos plantea el dilema de si debemos o no prohibir que nuestros hijos vean la serie. Sobre todo si todos sus amigos y demás niños ya la han visto. Es verdad que, como padres, no podemos nadar contra corriente. Prohibir suele suscitar un deseo aún mayor de hacer algo.
Por todo ello, las prohibiciones siempre tienen que ser explicadas, aunque en este caso podemos prohibirlo sin ninguna justificación a los menores de 16 años. Superada esta edad, quizá fuera conveniente verla con ellos o hacer una especie de «cine fórum» para fomentar la comunicación con el adolescente. Asegurarnos de que tienen clara la línea que divide la vida real de la ficción, y de que no absorben los valores más perversos de la serie.
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