Recién estrenado el año nos encontramos con algo paradójico. Psicológicamente, nada ha cambiado y seguimos siendo los mismos. Los mismo que ayer, los mismos que la semana anterior y, por tanto, los mismos que el año pasado. Sin embargo, el tiempo no perdona y el calendario marca claramente una cifra más en nuestro haber. Este hecho, que parece simple, no lo es tanto para aquellos que decidieron en algún momento frenar la contabilidad de sus vidas y dejar de crear nuevas memorias. Y no nos referimos a los afectados por el Alzhaimer o por la demencia senil, sino a aquellas personas que siguen pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor y evitan pasar página.
Por supuesto que somos los mismos que hace diez días cuando cerrábamos el año. E incluso seguramente somos un clon de nuestro yo de hace seis meses. El problema viene cuando no evolucionamos con el devenir del tiempo y nos quedamos atrás, con unas referencias del pasado que están obsoletas y no se corresponden con la realidad de nuestras vidas. En esos casos hablamos de personas ancladas en el pasado, que no aceptan el cambio y se resisten a una necesaria transformación. En definitiva, a pasar página.
El tiempo pasa despacio, pero pasa, y con él nos vamos actualizando de vez en cuando. Igual que hacen nuestro iPhone y nuestro ordenador. Las nuevas versiones de nosotros mismos van surgiendo a raíz de las experiencias adquiridas más recientes, así como de los nuevos aprendizajes y actores de nuestro entorno. En suma, cambiamos en base a nuestra realidad más actual y a los nuevos eventos que en ella tienen lugar.
Motivos de actualización hay varios, aunque se resumen muy rápidamente en los tres o cuatro asuntos que de verdad importan. Estos son la salud, la pareja y la familia, el trabajo y las finanzas. Un cambio en cualquiera de estos ámbitos siempre nos va a exigir a todos una actualización de nosotros mismos.
A todos nos gusta recordar, sobre todo cosas buenas. Incluso cuando estos recuerdos nos causen un cierto dolor. Eso es exactamente la melancolía, un sentimiento muy humano y que no se debe negar porque nos hace valorar las cosas y puede suponer una motivación para recuperarlas o adquirir otras nuevas.
Distinto es “vivir para recordar”, que es lo que les pasa a las personas ancladas en el pasado. Para ellas, el recuerdo es el único motor de su vida, rechazando así el momento presente. El origen de este estilo patológico, que es también muy depresivo. Suele estar en el miedo al fracaso o incluso al rechazo.
Las personas estancadas en el pasado pueden manifestar temor a intentar ser felices por falta de autoestima, o incluso negar la existencia de ciertos problemas por verse incapaces de resolverlos. Esta actitud los lleva, por tanto, a la comodidad de anclarse en sus síntomas y en sus propias miserias, antes que intentar cambiar nada.
Otros motivos muy diferentes para anclarse en el pasado e impedir la evolución personal se derivan de ciertas experiencias traumáticas. Por ejemplo casos de agresión y violencia de género; tras algún accidente o la pérdida abrupta de un ser querido. Estos últimos casos son tan extremos que usualmente bloquean a la persona para adaptase de forma natural y por sus propios medios, necesitando de ayuda profesional para superar el trauma o pasar por el necesario duelo.
Sea cual sea la razón por la que uno se estanque, no asumir el cambio tiene consecuencias. La primera es que supone fijarse demasiado en el pasado y no prestar atención al presente, impidiendo a la persona disfrutar de su momento. Además, imposibilita el aprovechar las nuevas oportunidades que se presenten, ya que la persona no está receptiva para captar las señales.
Siguiendo con la analogía tecnológica, cuando la mirada hacia el pasado se vuelva patológica será fundamental resetear el chip e instalar en la persona esos nuevos programas más actuales en forma de ideas racionales y de acciones determinadas. Un psicólogo profesional contribuirá a dar esos pasos de forma guiada, aunque se puede comenzar el camino en solitario haciendo lo siguiente:
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