PSICOLOGÍA

Explicamos el vacío que dejan los hijos que se van a estudiar fuera

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Todos los padres lo sabemos, o deberíamos saberlo: criamos y educamos a nuestros hijos para que se vayan de casa. Suena duro decirlo, pero la idea parte de la biología y de la propia naturaleza. Así, nuestro papel es ayudarlos a que, en algún momento, se separen de nosotros para hacer su propia vida y para establecer su propia familia. Pero antes de ello puede haber otras razones por las que niños o adolescentes abandonen el seno familiar para irse a vivir fuera de casa. Si acabas de mandar a tu hijo (o tus hijos) a estudiar fuera o a un internado, sabes de lo que estamos hablando.

Es un proceso llevadero porque nuestro hijo sigue ahí y nosotros nos mantenemos también ahí como padres (Foto: Pixabay)

¿Cómo lidiar con esa sensación de vacío que dejan en casa?

Cuando Juanjo, Pilar y Mapi dejaron a Tomás en el internado, aprovecharon el viaje de vuelta para comentarlo.  “Bueno, pues ahora somos sólo nosotros tres en casa, ¿qué vamos a hacer sin Tomás?”  En su fuero interno, cada uno de ellos también se preguntaba sobre cómo sería su día a día sin él. Aunque era más fácil bromear entre sobre la cantidad de tiempo libre que tendrían a partir de entonces.

Sobre todo su madre, Pilar, que era la que estaba más pendiente de él, en las típicas acciones cotidianas como llevarle al colegio, a sus actividades extraescolares, o prepararle la comida y los snacks. Por su parte, su padre simulaba sentir un gran alivio por no tener que madrugar en lo sucesivo todos los fines de semana para llevarle a los partidos de baloncesto. Y la niña, más pequeña que su hermano, afirmaba sentirse feliz en su estrenado papel de hija única.

Es bueno que le echemos de menos y se produzca un pequeño duelo (Foto: Pixabay)

La ambivalencia de mandar a un hijo fuera

Los primeros días tras dejar el hogar pueden ser especialmente duros y afectar a toda la familia. En toda ella se produce una especie de extraño silencio, una tristeza compartida de la que puede ser difícil hablar.  No será raro que cada uno esté un poco a su aire dentro de la casa y algo meditativo, como tratando de asimilar que uno de los miembros de la familia ya no está, ni tampoco lo estará mañana ni pasado mañana. En este sentido, no deja de producirse un tipo de duelo, aunque es muy transitorio, al estar supeditado a una falta de presencia temporal y no personal.

Habrá  que acostumbrarse, pues, a una nueva situación que es triste pero a la vez ilusionante. Porque si hemos mandado fuera a nuestro hijo es porque supone una buena oportunidad para él.

Además, lo mejor de todo es que sabemos que es algo transitorio. Es decir, seguimos siendo padres de este hijo, que nos continúa necesitando y todavía depende de nosotros aunque ahora, simplemente, vive fuera de casa. Por ello tendremos que ejercer la paternidad a distancia, manteniendo un contacto abierto con él y preocupándonos por sus cosas, pero a la vez, dándole confianza y libertad.

Es normal que te sientas triste al principio y que te sigas preocupando por tu hijo cuando se marche (Foto: Pixabay)

Cada familia asimila el cambio de forma diferente

En el caso de Mapi, por ejemplo, sus padres notaron que los primeros días se volvió un poco retraída y se mostraba más esquiva y solitaria de lo habitual.  Curiosamente, “se metió en la habitación del hermano y empezó a dormir ahí”, explica Pilar. “Su padre y yo no le dijimos nada porque entendimos que lo hizo porque echaba de menos a su hermano”, añade.

En casos como este, lo mejor es dejar que pasen unos días para ver cómo evolucionan los hermanos antes los cambios, y emplear un diálogo en el que se dé validez a todas las emociones, sobre todo a las más tristes y que los niños pequeños no saben expresar.

Cuando se manda a los hijos a estudiar a un hijo fuera, se produce un reajuste familiar necesario para todos a nivel psicológico (Foto: Pixabay)

El Síndrome del nido vacío

Casi todos hemos oído hablar del Síndrome del nido vacío, esa sensación de pesar que les sucede a los padres cuando sus hijos se marchan de casa, y que les obliga a reajustar sus vidas hasta encontrar un nuevo propósito en ellas, más allá de ocuparse de sus “polluelos”. Esto puede suceder a partir de los 18 años, sobre todo en las sociedades anglosajonas y en aquellos países que fomentan la emancipación temprana. Este no es nuestro caso, sin embargo: en España, y en nuestra sociedad actual, es fácil que los niños se queden en casa durante mucho más tiempo e incluso se habla de “adolescentes de 30 años”.

Sea como fuere, los niños idealmente sanos comenzarán a sentir la llamada de la autonomía a partir de la adolescencia, momento en que se produce un antes y un después en el tiempo y les empieza a apetecer pasar más tiempo fuera de casa y con amigos que con sus padres y sus hermanos.  Esta respuesta, por otra parte tan natural de los adolescentes, debe servir como advertencia a los padres de lo que está por venir.

A los niños más pequeños les puede afectar la ausencia de su hermano mayor (Foto: Pixabay)

Hay que llenar el hueco que deja un hijo con otras actividades

Como vemos, el abandono del nido puede darse mucho antes de lo previsto, aunque sea de forma temporal.  Y el vacío que dejan los hijos en casa cuando se van a estudiar fuera exige igualmente todo un reajuste familiar y psicológico, sobre todo para los padres.

Este pasará por aceptar las emociones de tristeza y melancolía que vengan, asimilándolas como normales durante las primeras semanas, y hablando de ello con el resto de los miembros de la familia.

Además, podrá ser conveniente ir llenando esos espacios que antes ocupaba el hijo que se ha ido con otras actividades, hasta que nos vayamos acostumbrando.

Los adolescentes que estudian fuera de casa cambiarán para siempre (Foto: Pixabay)

Por qué cuesta tanto que se vayan los hijos a estudiar fuera

La separación de los hijos no es inocua en las familias.  A algunos padres les cuesta más que a otros, e incluso se pueden producir mecanismos inconscientes de retención de estos en casa. Ha sucedido así toda la vida.

Seguramente todos nosotros hayamos visto ejemplos en nuestra propia familia extensa, en la que tal vez conozcamos algún caso de un tío o familiar adulto que se quedó a vivir con los abuelos.  Y es que, efectivamente, no hace tantos años, en algunas culturas como la nuestra no era infrecuente que alguno de los hijos se quedara en casa para cuidar de los padres.

A menudo solía ser la hermana pequeña, aunque no siempre.  A veces se quedaba también un hijo enfermo o supuestamente dependiente, que en realidad no lo era tanto.

Estas fórmulas familiares se ven cada vez menos, aunque algunos padres siguen amparándose en excusas como el trabajo, la falta de presupuesto para la emancipación o en los estudios pendientes de realizar para retener a sus hijos el mayor tiempo posible.

Al estudiar lejos de los padres adquieren una experiencia y una madurez que pronto se reflejará en su personalidad (Foto: Pixabay)

Al estudiar fuera los cambios de los hijos van más allá de una habitación vacía

Otra de las cosas para las que se deben preparar los padres y, en menor medida, los hermanos, es para un cambio definitivo en el carácter del hijo o los hijos que se han ido a estudiar fuera. En este sentido, debes saber que, una vez se vaya de casa tu hijo (a un internado, a una familia en el extranjero, a un colegio mayor…), cuando regrese no va a ser nunca el mismo, porque no vendrá solo.

Con él vendrán todas las experiencias de madurez y autonomía adquiridas que lo habrán transformado para siempre, además de ayudarlo en su camino hacia la adultez.  Este debe ser tu mayor consuelo a la hora de dejarlo marchar:  saber que irse es bueno para él y que, dándole esta confianza y libertad, le estarás haciendo el mejor regalo.

Patricia Peyró

Psicóloga de carrera especializada en divulgación. Escribo en distintos medios sobre psicología, gastronomía y life&stlyle. Dirijo el blog de tendencias www.madridmuychic.com.

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