De haber nacido mujer, rubia y deseable, físicamente hablando, no sé cómo hubiera reaccionado si algún Weinstein o Domingo me hubiera propuesto algo tan indecente como el triunfo por la cama. La verdad, no lo sé. Por un lado es tentador hipotecar un futuro brillante a cambio de fingir unos orgasmos como cualquier puta (o puto), ante un fajo de billetes. Luego, yo, que además de rubia y deseable dispongo de talento, trocaría esos falsos instantes de placer en una inversión de rédito in crecente.
Le atornillaría al máximo exigiendo protagonistas con sueldos astronómicos, premios aún a base de sobornos y la gloria a cambio de echar un polvo con el diablo si apareciera la propuesta adecuada. Y si no cumple, siempre queda el beneficio de unos Sálvame!, Sábado Deluxe, un par de realities y alguna revista del corazón. No sé, es tentador.
Pero como no soy mujer, ni rubia deseable, le doy la vuelta a la cuestión y pediría un MeToo paralelo con las que dijeron que sí y hoy tienen gloria, premios y dinero a cambio de haber cedido carnalmente a ese ampuloso mamífero, presumiblemente de pene breve. Eso lo supongo, aunque un día de estos me atreveré a preguntárselo a una preciosa y rubia colega que en sus años primerizos fue a entrevistar al canoro divo y le recibió tras una ducha con un albornoz tipo quimono que por arriba dejaba el pecho al descubierto y las partes nobles por debajo.
Dado que mantuvieron la postura, él en exhibición contenida con propuesta, y ella muerta de vergüenza con la dignidad como venda protectora, (además de un fotógrafo de testigo), no pasó absolutamente nada. De lo contrario ella, que es lista e inteligente, sería hoy columnista del New York Times. Obviamente, jamás contaría a nadie las claves de su ascenso y si alguna vez alguien lo descubriera lo negaría tajantemente ascendiendo al nefasto prohombre a caballero de honor.
Porque ahora es discutible la situación en que quedan las damas que han salido en sus defensas hablando maravillas. No quiero pensar en los hombres que también le han defendido, aunque todo podría haber sucedido (por qué no?), ni por supuesto en que ellas mismas sucumbieran a sus hechizos. Me refiero en concreto a Domingo, que me cae más cercano, porque lo de Weinstein es mucho más complejo.
Como anécdota decir que su ex esposa (un encanto) literalmente huyó cuando escuchó de mi boca el apellido de su ex en mi primera pregunta que, contra lo que ella imaginó, solo fue: “¿Qué tal está usted, señora Weinstein?”. Todo con mi descuageringado inglés con acento catalán. Lo de Weinstein es mucho más complicado, como digo, pues una de las actrices que le acusó de violarla, fue juzgada a su vez por hacer lo propio con un actor adolescente (17 años).
En fin, dejando claro y muy claro, que me parece defenestrable cualquier propuesta de transacción, máxime con amenaza y venganza, me coloco en el lugar de esa rubia que no soy llamando a la puerta del habitación del hotel, o del apartamento, a horario intempestivo, para una cita profesional, ya sea cantar, bailar, tocar el piano, escribir un artículo o una traducción del arameo. Pruebas que de cruzar ese umbral se hubiera trocado por la puesta en práctica de un catálogo de sex shop a la carta.
Una (o uno) persona mayor de edad ya sabe a qué se va a esos sitios y qué buscan ambos. El que pide y la (o él) que va a ofrecer (se). Lo mejor es no acudir porque incluso la denuncia dejaría paso a la duda: “¿Qué iba a buscar usted allí a esas horas?” y esa inquietud facilitaría un calificativo probablemente impropio para la rubia (o rubio) que a cambio de fingir unos minutos de placer firmaba un cheque al portador.
Y ahora viene todavía lo peor y que saca de mí el machista repugnante que llevo dentro: ¿Son las ahora denunciantes presas sin recompensa? ¿Esperaban más? ¿Se acabaron los cheques? Pues ya ven, no las llevó al Olimpo de la fama, solo las dejó en un impasse, corifeo impenitente de una deuda mal saldada de la que ahora el depredador sale muy mal parado. Pero a ellas el precio de la duda tampoco las beneficia en nada.
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