Cuando era pequeña, en la escuela nadie me habló de una mujer llamada Neus Català. Puede que por la tendencia a silenciar mujeres, puede que por silenciar personalidades incómodas o puede que por ambas cosas. El hecho es que esta mujer, a pesar de todo, transcendió más allá de los intereses de la mayoría de aquel tiempo, y llegó a mi conocimiento, y al de muchos, su persona y su gesta vital.
Ella fue una mujer que supo la necesidad de sonoridad entre las mujeres, que sobrevivió a un campo de concentración, que perdió su identidad por ser sólo un número: el 27534 en el campo de concentración de Ravensbrück, donde casi cien mil mujeres murieron. Ella llegó a estar condenada a muerte, pero la orden de confirmación no llegó a tiempo desde Berlín y el final de la guerra la salvó, lo mismo que el sentido del humor. Ella siempre decía que fue su gran salvavidas ante el horror y las torturas que tuvo que vivir. Tuvo que superar la muerte de amigas, el suicidio de mujeres que se lanzaban contra las rejas eléctricas del campo, las inyecciones inhibidoras de la menstruación…
Después de treinta años de su salida del campo, Neus Catalá logró tener una celda dedicada para todas las mujeres españolas que sufrieron la barbarie del campo. Se dedicó a contar su historia y a ser una activa militante feminista que, logró ser guardiana de una memoria que pretendía por muchos ser olvidada, y nos demostró que hay una posible vida combativa y reactiva a todo aquello que no quieres.
El pasado domingo Neus Catalá murió a los 103 años de vida, y es de aquellas mujeres que muchos veíamos, a pesar de su longeva edad, como eternas. Me dolió su ausencia, pero mucho más la ausencia de su figura en las portadas de todos los periódicos. Algunos la tuvieron, pero no en la proporción merecida a su gesta vital, otros, puede que siguieran viéndola aunque ya muerta: una figura incómoda.
Su legado en forma de dos libros muestran su gesta y su historia: Testimonio de una superviviente y Cenizas en el cielo: una historia de solidaridad, coraje y supervivencia. Hija de campesinos de un pequeño pueblo de Cataluña, desafió a Hitler junto a grupo de mujeres que trabajaban obligadas para la industria armamentística alemana. Creó un comando clandestino que boicoteaba la fabricación de armas y reducían, a riesgo de sus vidas, a la mitad la producción de armas semanales.
Ella salió del campo de Ravensbrück en estado crítico, igual que su marido. La diferencia es que ella sobrevivió y él murió. Se sobrepuso y encontró su motor de vida en que no se perdiera la memoria de lo vivido. Lo logró con humor, con ganas y con mucha solidaridad obtenida desde el sufrimiento. Escribo con la esperanza de que en algunas escuelas aprovecharan su muerte para contar su historia, tan propia de una serie, película, pero fuera de ser ficción, fue tan real como cruel. Ella, ahora que llenamos páginas por suerte hablando de referentes femeninos, es uno de ellos. NO dejemos que quede en el olvido.
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