Entre leguas de tierra y riberas de cauces, se abre el burgo de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) para que los peregrinos hagan camino, como hizo Moisés siglos atrás: «Y tú, levanta tu vara y extiende tu mano sobre el mar y divídelo: y los hijos de Israel pasarán por en medio del mar, sobre tierra seca (Éxodo 14:16)». Patrón de hacedores de puentes, de vías y de canalizaciones, patrón de ingenieros, fue su vida ejemplo de superación y camino.
Pero camino en sentido amplio, físico y metafísico, donde la técnica y el hombre se integran. «Hoy el hombre no vive ya en la naturaleza, sino que está alojado en una sobrenaturaleza que ha creado en un nuevo día del Génesis: la técnica». Son palabras de Ortega y Gasset, que hace casi un siglo remató su reflexión con una afirmación que da sentido a todo, si todo tiene sentido: «Nuestro problema, casi de ingeniero, es la existencia humana».
Y no hay lugar más propicio para dar respuesta a ese gran problema, nuestro problema, que el Camino a Santiago, entre hospitales, moradas, posadas, cementerios, calzadas, iglesias, monasterios, presas, molinos y abadías. Arquitectura e Ingeniería entre dientes de canteros y alabanzas de maestros, y hasta cobradores de peajes, que ya existía pago por uso en la época. Porque si nos referimos al Génesis (11:3), fue trabajo de manos y de tierra, oficio noble de los que cambian y son llamados a cambiar, la profesión de los que hacen forja y dan cobijo a la vida: «Y se dirigieron unos a otros: vámonos hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de piedra».
No son modestos los ingenieros, y no tienen fama de ignorar altas pretensiones, pues recuérdese lo que se decía en la España oscura del franquismo en las Escuelas de Caminos: «Dios creó el mundo en seis días: el primero hizo la luz; el segundo hizo el firmamento; el tercero los mares y los continentes, las hierbas y los árboles; el cuarto las luminarias del cielo; el quinto los peces y las aves; el sexto los animales terrestres, y por fin hizo al hombre; y el séptimo descansó, encomendando a los ingenieros la continuación de su obra». Y a fe, razón y técnica que prosiguieron con determinación los designios del primer Ingeniero.
Ochenta años se cumplen de la Orden que aprobó el Ministro de Obras Públicas, Antonio Peña Boeuf, por la que se declaró a Santo Domingo Patrono Oficial de los Cuerpos que integran los diferentes Servicios de Obras Públicas: «Varón pío y activo que dedicó gran parte de su vida a facilitar, mediante la construcción de caminos y puentes, la comunicación de la tumba del Apóstol Santiago con apartadas regiones de nuestro territorio».
Mil años después de su nacimiento, entre doncellas, azuletes, cestaños, molletes, ramos, prioras, ruedas y panes, vive entre nosotros el «Ingeniero del Cielo». Arquitecto, anacoreta, albañil y religioso, ante todo pontífice, porque no en vano el Papa es «Sumo Pontífice». A la Santidad se accedía, entre otros méritos, por la construcción de fuentes y por la construcción de puentes. Y no es tarea menor taracear piedras y sobreponer piedras sobre piedras, allí donde antes solo antes había ideas. Porque la arquitectura y la ingeniería es obra de operador y zapata, obra de albañil, que fue Gustavo Bueno, que de Santo Domingo conoció hasta la cuna pues allí nació, el que llegó a decir: «¿Qué es un albañil? El principio y el fin de la arquitectura?»
Y es que la historia de la ingeniería es la historia de la propia civilización. A los primitivos ingenieros que descubrieron la rueda, el eje y los medios más elementales de transporte, les siguieron los denominados «ingenieros militares» que prestaron su ciencia a los ejércitos y más tarde los «ingenieros religiosos», como Santo Domingo de la Calzada, que encontraron en las obras de ingeniería la manera más útil de servir a Dios y a los hombres. Y es que Domingo maridó, como el vino de la buena mesa riojana, su faceta religiosa con su labor comprometida como hombre de su tiempo, sensibilizado con las necesidades de los romeros, avizor de peligros del río en épocas de crecida, de la falta de asistencia hospitalaria a los caminantes y de la amenaza del bandidaje en los campos y caminos.
Domingo libró batalla contra los límites de su tiempo, en era de oscurantismo y vigilia. Se afanó, como solo los elegidos pueden hacerlo, para horadar y dar razón a una nueva realidad. «El alma humana es el campo virgen que, mediante la ocupación y el aprendizaje, se cultiva y adquiere unos hábitos que se sobreañaden a su naturaleza». También son palabras de Gustavo Bueno, que encierran una forma de vida milenaria para los pobladores de Santo Domingo.
Mientras la cultura y la naturaleza constituyen una ficción irrealizable, la técnica y la naturaleza son soportes de la evolución, porque el hombre en su enorme voluntad e individualidad, acarrea el deber de mejorar, que es condición de vida y de subsistencia. En años como los actuales, en que los caminos son líquidos y las ideas meros cuentos de épica menor, queda el testimonio de Domingo, a mayor gloria de los ingenieros que no descansaron el séptimo día.
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