Carlos III no desea vivir en el castillo de Windsor por ahora pero sí quiere darle un aire más personal con una reforma. Una sencilla que sin embargo hará que el establecimiento sea también más sostenible. La que fuera la última y más querida residencia oficial de la reina Isabel II no acaba de recuperar el uso institucional que le dio durante sus últimos años de vida.
Ella y el duque de Edimburgo se instalaron en el castillo definitivamente durante la pandemia, cumpliendo así el deseo que la propia reina nunca ocultó. El Palacio de Buckingham siempre le pareció demasiado amplio, impersonal y frío para desarrollar una vida familiar, por lo que Windsor fue su hogar durante los últimos años y atesora ahora sus efectos personales.
Este hecho habría motivado una de las acciones pensadas por Carlos III dentro del castillo. En concreto, habría encargado que se pinten y se coloquen en varias estancias del inmueble algunas de las obras de arte y antigüedades favoritas de sus padres.
Otras de las mejoras pensadas por el monarca tendrían que ver con el exterior del castillo. Así, habría ordenado la plantación de centenares de nuevos árboles en los extensos jardines así como la instalación de puntos de carga de vehículos eléctricos.
Unos gestos ecológicos y personales que sin embargo realizará en un inmueble donde no piensa vivir. El motivo sería la cercanía del castillo de Windsor con el aeropuerto de Heathrow y el desasosiego que le produce el intenso tráfico de aeronaves que sobrevuelan sus estancias.
Igualmente el cariño que sentía Isabel II por el inmueble no es compartido por su hijo y el vacío que ha dejado su fallecimiento en el mismo sería muy difícil de llenar.
La residencia se construyó en el año 1070 por encargo de Guillermo el Conquistador. Aún se recuerda uno de los incidentes que más disgustaron a Isabel II durante su reinado. Sucedió en noviembre de 1992 cuando parte del castillo fue devastado por un pavoroso incendio. El suceso se provocó al prenderse de forma accidental una cortina de la llamada Capilla Privada de la Reina Victoria.
En cuestión de minutos las llamas se extendieron a numerosas estancias y al menos 115 habitaciones quedaron devastadas. La quinta parte del mismo, unos 9.000 metros cuadrados, fueron reducidos a cenizas. Quince horas estuvieron los bomberos luchando contra las llamas bajo la atenta mirada de una compungida Isabel II. Se tardaron años y de destinaron millones de libras en su restauración.
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