Es incombustible. El escenario es ese lugar en el que abandona la timidez y se convierte en un torbellino. Siempre le digo que es un poco Jekyll y Hyde, pero me dice que, a estas alturas de la vida, el Rafael hombre se ha fusionado con el Raphael artista. Salvo en las fiestas navideñas, que son sagradas para la familia, su vida se desarrolla entre vuelos, hoteles y escenarios. Acaba de sacar nuevo disco, ‘Sinfónico y Resinfónico’, y esta semana canta, los días 19 y 20, en el WiZink de Madrid…
TL: Cada vez que editas disco es un día especial, imagino…
Raphael: Sí ¡claro! Porque estoy haciendo una cosa que aparte de que me gusta, no tengo oportunidad de hacer todos los días. Afortunada o desafortunadamente, porque todas las cosas tienen su parte positiva y menos buena.
TL: El caso es no parar. Eres un espíritu inquieto…
Raphael: Yo no paro, es verdad. Me encanta mi trabajo y disfruto mucho. Y eso se nota. Y a mí me encanta que se note. Soy bastante movidito (risas).
TL: ¿La clave ha estado en renovarse?
Raphael: No podría haber seguido adelante sin cambiar. Tengo que renovarme constantemente, es algo innato en mí y tengo necesidad de ello. No puedo hacer tres veces la misma cosa. Siempre hay que darle una vuelta de tuerca a todo.
TL: ¿Cuántas versiones has hecho de ‘Mi gran noche’, por ejemplo?
Raphael: Todas… y las que quedan (risas). Pero no solamente de esa, sino de todas las joyas de la corona, como yo las llamo. ¿Por qué? Porque yo no encuentro canciones mejores para todos mis inventos y mis inquietudes. Tengo que tener unas bases muy buenas y esas son mis canciones. Las que se hacen hoy en día son intrascendentes, de usar y tirar. Con esas no puedo hacer mis inventos de sinfónico, por ejemplo.
TL: Lo tuyo es Manuel Alejandro…
Raphael: Él, José Luis Perales y buenísimos compositores que ha habido y sigue habiendo.
TL: Te escuché decir el otro día que “ahora empieza lo bueno”…
Raphael: Pues sí, porque cada vez aprendo más. Soy una persona muy aplicada y tengo la ventaja de que la voz me sigue respondiendo. Normalmente, cuando vas cumpliendo años, la voz se va. A mí los años me respetan eso.
TL: Tu voz ha ido cambiando con el paso del tiempo…
R: Se la debo a mi hígado trasplantado. Juego con esa ventaja que te digo y soy consciente.
TL: ¿Notas que a raíz de lo del hígado hay otra voz?
R: No solo la voz, todo yo. Ha sido un renacer constante.
TL: ¿Cómo es esa segunda vida que no todo el mundo tiene la suerte de poder contar?
R: Maravillosa. Hay que cuidarse para tener la oportunidad de disfrutar esa segunda vida.
TL: ¿A qué ha renunciado?
R: Soy una persona que, básicamente, como muy sano. No bebo, no fumo y soy bastante metódico para mis cosas. Todo eso juega a mi favor. Para lo único que no tengo medida es cuando estoy en el escenario.
TL: Eres un poco Jekyll y Hyde. El Raphael de la ph no es el mismo del Rafael sin ella…
R: Es el mismo, ahora sí. Ya somos iguales. Es tanta la unión entre los dos, que ha llegado a ser uno.
TL: ¿Te imaginas haciendo otra cosa?
R: No, imposible. Nunca lo he pensado además. También te digo que ni se me ha ocurrido, ni se me ha ofrecido. No me han tentado con hacerme director de banco (risas).
TL: Lo tuyo siempre estaría ligado a las artes…
R: Eso siempre. He hecho cine, como bien sabes, pero a mí lo que me gusta es el vivo. Raphael en vivo es auténtico total. En disco ya tiene la ayuda de los demás y ya entra en escena la ingeniería (risas).
TL: Tú no eres mucho de eso. Recuerdo que me dijiste un día que no soportas los pinganillos…
R: No los uso, no puedo. Me gustaría, porque te facilitan mucho las cosas. Lo intenté una vez, en el Carnegie Hall, y a la tercera o cuarta canción pedí perdón y lo dejé encima del piano. El pinganillo lo que hace es aislarte del mundo y yo tengo que oír a la gente, vivir en la realidad, sea buena o mala. Si es buena, no me entero y no disfruto. Y, si es mala, tengo el tiempo de reaccionar y de arreglar lo que pueda. Hay que oírse siempre.
TL: ¿Tú te miras mucho para adentro?
R: Sin duda. Es una manera de oírse.
TL: ¿Y te gustas?
R: Soy un buen chico, creo que soy buena gente.
TL: ¿Qué Raphael te gusta más?
R: Indudablemente, el de ahora. Soy más tranquilo, más comprensivo y, aunque no todo vale, valen más cosas.
TL: ¿Más tolerante?
R: Sí. Conmigo no porque soy muy crítico y despiadado con todo lo mío. Eso ha sido bueno en mi carrera, me ha ayudado mucho. Puedo escuchar al público gritar “Bravo, bravo” y, sin embargo, saber dónde lo he hecho mal. Eso me cura de muchas cosas.
TL: Pero también hace sufrir…
R: No te creas que tanto, porque prefiero enterarme de las cosas.
TL: ¿Cuál ha sido tu gran noche?
R: Está por llegar. Lo mejor siempre está por venir. Espero que llegue y no me vaya a morir sin vivirla.
TL: ¿Qué ha sido lo mejor de toda la travesía vital?
R: Natalia.
TL: Como se enteren tus hijos que no los tienes en la lista (risas)…
R: (risas) Sin Natalia no habrían existido. Ella me dice muchas veces, cuando nos reunimos todos que es muy a menudo, “tú y yo fuimos solos a Venecia. Éramos solo dos y mira la tribu que hay ahora” (risas).
TL: Una tribu que sigue sin llamarte abuelo…
R: Me llaman por mi nombre (risas), menos Manuela que me llama Pepel y otro que, de chiquitín, me llamaba Sha.
TL: ¿Cómo es el Raphael abuelo?
R: Yo no soy abuelo. No me gusta esa palabra porque el español lo usa peyorativamente, con un ligero tono de “sabemos la edad que tienes”. Que soy eso que tú has dicho es evidente (risas), ocho veces lo soy.
TL: ¿Y se te cae la baba de orgullo?
R: Sí ¡claro!, pero eso no quiero decir que me tengan que llamar esa palabra (risas).
TL: ¿Qué queda del niño de Linares?
R: Mucho, incluso te diría que queda todo. Tengo la misma ilusión, aunque acrecentada con los años, pero sigo siendo aquel (risas).
TL: Debutaste con cuatro años…
R: Canté por primera vez en el colegio…
TL: Y se te rompió el pantalón…
R: (risas) Y se me rompió el pantalón. Después de eso, en un escenario, ya no te puede pasar nada peor. Fue en el colegio del Pilar y los pantalones eran la bandera de España. No sé qué hice con la pierna y ¡ras! La tela no debía ser muy buena.
TL: A partir de ahí…
R: Todo fue in crescendo, pero con mucho trabajo. Esto no es coser y cantar.
TL: ¿Asusta formar parte ya de la historia de España?
R: Yo no soy historia de nada. Y, si lo soy, no me asusta nada. Muy orgulloso de serlo.
TL: En el mejor de tus sueños ¿Imaginaste esto?
R: No, jamás. La realidad ha superado con mucho las expectativas.
TL: ¿Sigues teniendo mariposas en el estómago antes de salir al escenario?
R: Cosquillitas sí, nervios ya no. Recuerdo cuando salía con nervios al escenario y, a la quinta o sexta canción, empezaba a tener problemas con la voz. Eran puros nervios. Me tenía que calmar y ya podía volver a cantar tranquilo. Ahora salgo como pisando huevos, despacio, a disfrutar con el público porque ya no tengo nervios.
TL: Eso lo da la veteranía…
R: Sin duda y también el lugar en el que el público me ha puesto. Te voy a contar algo. Ya sabes que he recibido todos los premios inimaginables, pero el máximo premio, el que me llega de verdad al corazón, es uno que me concedió la universidad de Moscú, porque me dijeron que, desde que yo existía para ellos, había un sesenta por ciento de estudiantes de español. Por eso te digo que lo que tengo, al margen de mi potencial como artista, me lo ha dado el público.
«No soy abuelo, porque la palabra tiene un carácter peyorativo»
TL: ¿En casa escuchas tu música?
R: No, ni siquiera en el coche, porque solo me veo defectos. Cuando estreno un disco y voy a escucharlo a la discográfica con los directivos ¡lo paso fatal! Supongo que es la responsabilidad y ese matiz crítico del que hablamos antes.
TL: Poco tiempo te queda ya para cocinar. No me olvido de aquella bullabesa que me hiciste…
R: Pues creo que casi fue la última (risas). No tengo tiempo, como bien dices. Y tampoco muchas ganas, no sé. Se me pasó…
TL: Se te pasó el arroz…
R: Eso (risas) Se me pasó el arroz (risas).
*Localización: Hotel ME Madrid.
*Próxima semana: Mario Casas.
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