Nacho Montes: «Un escritor no se jubila nunca. Ni cuando muere»
Dice que el niño que fue se reconocería en el hombre que es y que lloraría como una Magdalena de alegría al verle. Nació para escribir, aunque la televisión se cruzó en su camino y le dio unos años mediáticos que ahora no extraña. Después de “Zapatos rojos para saltar en los charcos”, “Schiaparelli, la italiana de París” y “El hijo de la costurera”, Nacho Montes edita su cuarta novela, “Un palacio en Venecia”. Moda, arte, intriga… y algo más.
The Luxonomist: ¿Has encontrado en la escritura una segunda vida?
Nacho Montes: Más bien siempre fue una primera. No sé vivir sin escribir, desde niño. Y nacer con eso significa que algo tenía que estar escrito en mi destino.
TL: Sin darte cuenta… ¿el escritor ha “jubilado”, poco a poco, al comunicador?
Nacho Montes: Escribir es comunicar desde lo más profundo, así que soy ambas cosas. Aunque es cierto que los libros ahora llenan mi vida mucho más que la televisión, la radio y la prensa.
TL: La moda y Venecia… ¿imposible que no salga una buena historia?
Nacho Montes: Venecia es moda y vida por todos sus costados. Ojalá a los lectores les fascine cuando me lean y la consideren también una buena historia.
«Los libros llenan mi vida más que la televisión o la prensa»
TL: ¿En “Un palacio en Venecia” la rueda de la fortuna es determinante?
Nacho Montes: Y en la vida. Yo, como la marquesa de Casati en mis letras, creo que todo pasa por algo porque el destino ya nos tiene todo adjudicado. La rueda de la fortuna determina lo que somos, siempre. Y es tan caprichosa como certera.
TL: La plaza de San Marcos, el hotel Danieli, el café Florian y sus orquestas… ¿Son tu fuente de inspiración?
NM: San Marcos como protagonista de casi todo, el Florián como testigo del tiempo y esos palacios venecianos maravillosos, muchos convertidos en históricos hoteles o museos, han sido mi inagotable fuente de inspiración. En esta novela el Martinengo, el Pesaro degli Orfei y el Venier dei Leoni trazan una interconexión mágica con cada uno de mis personajes, los reales y los inventados.
TL: Un olor de la infancia.
NM: Las lilas. Su perfume activa todos mis recuerdos infantiles. De él salió el eje de toda inspiración y la trama de mi primera novela, “Zapatos rojos para saltar en los charcos”. ¡Ay, ese lilo mío en un jardín del pirineo aragonés!
«La inspiración sin rutina de nada valdría»
TL: ¿Hay un pensamiento recurrente al despertarte cada mañana?
NM: La literatura es rutina y trabajo. El mito de la inspiración sin rutina de nada valdría. Así que mi pensamiento por las mañanas es sentarme, fresco y desayunado, a escribir. Mi mesa de estudio mira a las montañas de mi sierra y me provoca serenidad. Eso sí es recurrente.
TL: ¿De qué te aburre hablar?
NM: De política. Me aburre hasta el más absoluto de los tedios.
TL: Si escribieran el libro de tu vida, ¿te gustaría saber el final?
NM: Me gustaría que ese final me pillase durmiendo, sereno y feliz. Como la muerte, como los sueños dulces.
TL: ¿Piensas lo que harás cuando la jubilación llame a tu puerta?
NM: Un escritor no se jubila nunca. Ni cuando muere. Nuestras letras siguen trabajando siempre sobre las emociones de los que nos leen. Escribiré hasta que todo termine.
«Que el final me pille durmiendo, sereno y feliz»
TL: ¿El niño que fuiste se reconocería en el hombre en el que te has convertido?
NM: Sí. Y lloraría como una Magdalena, pero de felicidad.
TL: ¿La felicidad perfecta?
NM: La que no buscamos por caminos imposibles. La que nos hace disfrutar de las cosas terrenales y casi cotidianas.
TL: ¿Lo mejor que se te da hacer?
NM: Escribir. No tengo ninguna duda.
TL: ¿Quién ha marcado realmente tu vida?
NM: Mi madre. Tal cual.
TL: ¿Qué te pone de buen humor?
NM: Mi madre también, a pesar de no estar hace tantos años. Lo recuerdos de ella siempre me sacan sonrisas. Y también las sobremesas con mi familia, somos discutidores y gritones. Un arroz de domingo con la gente que quieres, unas cervezas improvisadas con unas tapas, caminar por la montaña, viajar…
“Me aburre hasta el tedio hablar de política”
TL: Esa canción con la que, cuando la escuchas, se te mueven los pies sin remisión.
NM: Cualquiera de mi época de juergas y amigos en la sierra. El pop español de los 80 y 90. Alaska, Los Secretos… Se me mueven los pies hasta con las que no son movidas.
TL: ¿En qué eras brillante en el colegio?
NM: En fabular y narrar. En literatura y comentario de texto. ¿Premonición? No, destino.
TL: Esa obra de arte que te gustaría tener expuesta en casa.
NM: En este momento de mi vida, con “Un palacio en Venecia” galopando ya, daría oro por tener en mi pared “Los hijos del pintor, en el salón japonés”, del gran Fortuny padre. Y toda la magia que vive ese lienzo en mi novela.
TL: ¿Un talento que se te resiste por mucho que lo intentes?
NM: Bailar.
“La rueda de la fortuna determina lo que somos, siempre»
TL: ¿Eres de una mentira piadosa a tiempo?
NM: Siempre. Mostrar la verdad innecesariamente cuando sabes que va a doler es una estupidez. A veces obviar esa verdad es la mejor mentira piadosa.
TL: ¿Esa palabra que nunca regateas y más usas?
NM: Gracias.
TL: ¿Qué ves cuando te miras al espejo?
NM: A un tipo ya mayorcito que peina canas, pero que ha mejorado en todo, como las cosas buenas de la vida. Tengo buen ego.
TL: ¿Ese bien que más valoras?
NM: La amistad, pero la de verdad. Que algunos llaman amigo a cualquier colega de farra.
«Mostrar la verdad cuando sabes que va a doler es una estupidez»
TL: ¿Tu mayor decepción?
NM: Ver que alguien a quien amaba con todo mi corazón y que quería vivir, se fue sin conseguirlo. La vida, a pesar de ser maravillosa, te decepciona profundamente algunas veces.
TL: Una película en la que te gustaría quedarte a vivir.
NM: Ojalá en cualquiera de mis novelas llevadas a una pantalla. Viviría con placer absoluto entre mis personajes. De hecho, la yo hago en mis libros. Vivo con ellos cada pasaje.
TL: La pregunta que no te he hecho y te habría gustado responder.
NM: Un buen comunicador acepta las entrevistas sin remiendos ni parches, como cuando las hago yo a otros. Así que así está perfecta nuestra charla, querida Amalia.