Quiñón de Valmira, un Rioja de altos vuelos

En medio de la bruma de un frío día de enero, descubro la finca donde se elabora uno de los vinos más caros de La Rioja. ¿La diferencia con otros? No es tempranillo.

Situémonos. Estamos en Alfaro, en La Rioja Baja, en medio de una orografía que entremezcla esta región con Navarra. La Bodega Palacios Remondo, fundada en 1945, entremezcla el abolengo riojano y la visión de negocio del ya ilustre Álvaro Palacios. Quizás más conocido por su Ermita en Priorat o por La Faraona en el Bierzo, los vinos más lujosos y caros de ambas Denominaciones de Origen respectivamente. En 2014 saca al mercado Quiñon de Valmira en la línea de los vinos de alta gama a la que nos tiene acostumbrados.

La composición del suelo confiere a las viñas un peculiar protagonismo

Tras La Montesa y La Propiedad en la que la garnacha tomaba protagonismo frente al instaurado y típico tempranillo riojano, Quiñon de Valmira se elabora al 100% con garnacha. Las viñas de esta finca de 3,5 hectáreas están situadas a unos 615 metros sobre el nivel del mar. Muy especiales son sus suelos de arcilla y de carbonato cálcico, donde podemos ver también mucha piedra de canto rodado. La vista del monte hoy es un tanto agreste pero Javier Gil, a la cabeza del proyecto, me muestra un suelo de composición arcillo-calcáreo con escasa materia orgánica y con fondo petro-cálcico, que confiere características a las plantas.

Álvaro Palacios tiene muy presente en la bodega su pasión por el toreo

Después de visitar la tierra y la viña, un corto paseo por las instalaciones técnicas de la bodega nos muestra la influencia de la madera versus el inox, fruto del paso de Álvaro por Francia. Antes de entrar directamente a la cata y nada más acceder por la puerta, un capote nos recuerda la pública y reconocida pasión del bodeguero por el toreo, a lo cual se quiso dedicar (hay una plaza de toros frente a la bodega). Su ilusión se vio “afortunadamente truncada” cuando siguió con los pasos familiares dedicados a la vitivinicultura en una de las denominaciones españolas más internacionales.

Una inesperada estructura para un gran vino

Quiñon de Valmira visualmente nos recuerda a un Borgoña por su color tenue y pálido y su caída ligera en copa. A copa parada “pinotea” con piel de naranja y toques balsámicos. La copa en movimiento saca la parte más expresiva de un vino al principio tímido y que va mostrando fruta roja, sanguina y mentas. En la boca es elegancia pura. Fresco, sutil y con una inesperada estructura que acaba por confirmar que me encuentro ante un gran vino.

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