El mercado de los cigarros ha conocido en los últimos años una aceleración, sustanciada en la presentación cada poco de nuevas vitolas. Se trata de traer a este mundo la fiebre de novedad que ya caracteriza a otros ámbitos del sector del lujo, con el fin de estimular las ventas. Pero la innovación que es connatural en los otros, en un universo de tradición como es el de los puros no resulta sencilla.
En el mundo habano se pueden descubrir varias líneas de fuerza innovadoras: los puros añejados (de los que hablaremos aquí pronto); los cigarros más económicos (aún se encuentran en nuestras cavas los fantásticos Petit Robusto de El Rey del Mundo) y los cigarros con ligadas más adecuadas a nuevos mercados (sobre todo al gusto estadounidense: véanse los Trinidad Vigías, por ejemplo, o la línea Open de Montecristo). Es el caso del Hoyo de Monterrey Le Hoyo de San Juan, el cigarro que más nos ha gustado últimamente.
Al catalán José Gener debemos la creación de esta marca, allá por los años 60 (del siglo XIX, claro). Tuvo el acierto de hacerse con unos terrenos en la milla de oro de la producción tabaquera mundial. Y empezó a hacer unos cigarros suaves y complejos: suaves cubanamente hablando, es decir, con carácter, sabor y complejidad. Es el cigarro para regalar esta temporada en la boda de nuestra hija, para comprar por cajas y conservar sin miedo ni escrúpulos.
El vitolario de Hoyo es largo y tortuoso. Podemos hablar de decenas de estos cigarros -todos memorables-, que ya no se fabrican o no se encuentran en España (algunos de la serie Le Hoyo fueron especialmente notables). Este Le Hoyo de San Juan es un cigarro de cepo 54 y 150 mm de longitud, es decir, un cigarro al que dedicar unos 80 minutos. Presentan ese color carmelita chocolatado tan propio de los habanos tradicionales. Huele a caramelo y a arrope antes de encenderlo. Los que hemos fumado, han tirado muy bien, en buena medida gracias a su generoso calibre.
Desde el comienzo se advierte que es un cigarro intenso -se llena la boca de humo-, pero suave. Con sabores a vainilla tostada, madera y anacardo. Todo ello con un dulzor de fondo que nos recuerda a almíbar, a tostados de jerez. A mitad de cigarro las diversas notas se integran y entonces hay una sinfonía de sabores, bien a miel de flores, bien a azúcar quemada. Y todo ello sobre la base de la madera, del sabor a tabaco. La ceniza es compacta y uniforme, gris oscura con vetas negras. Se fuma hasta el final con gusto. Una gran noticia para los fumadores españoles.
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