Igual que las casas dicen mucho de quienes las habitan, los restaurantes también suelen ser un reflejo de su oferta gastronómica. Y en el caso de Seeds, tanto su ubicación como su exterior y su cuidada decoración interior hablan de detalle, historia y distinción.
Para empezar, porque se ubica en un llamativo edificio señorial de uno de los barrios más exclusivos de Madrid. Construido en los años 30 por una familia anglo-francesa, su fachada recuerda a las mansiones británicas de estilo Tudor.
Dentro, sus grandes ventanales con vidrieras, los techos altos, las puertas con grandes marcos ojivales y una amplísima terraza con huerto propio invitan al comensal a disfrutar de una cocina tranquila, especial y con mucha identidad. Todo aliñado con una decoración exquisita, plagada de plantas, en la que predomina la madera y con una iluminación moderna y acogedora.
El espacio se divide en varios salones luminosos y polivalentes a los que se suma otro más pequeño pero realmente especial. Una antigua capilla convertida en sala para presentaciones, showcooking o comidas informales en cuyas estanterías descansan frascos con hierbas o ingredientes variados, al más puro estilo “laboratorio de hechizos” de Harry Potter.
Pero hablemos de la comida. Porque los platos de Seeds, así como la selección de vinos de su bodega, tienen siempre un motivo, una intención. Desde las distintas formas de comer un boquerón (en vinagre, rebozado y relleno) a la reinterpretación de sus fresas con nata, todas sus creaciones son delicadas, originales y sabrosas.
Cada una tiene su esencia y un punto creativo solo a la altura de los grandes de la cocina. Como la frambuesa con wasabi, el crujiente de espárrago, la estrella de changurro o las gelificaciones que acompañan al ajoblanco. Bocados de sabores intensos y reconocibles a los que el chef, Alfonso Castellano, les aporta un puntito magistral.
Porque ante todo, la cocina de Seeds es una cocina de producto, de nombres propios y denominaciones de origen. Sus aceites son Castillo de Canena, sus anchoas vienen de Santoña, los espárragos se cogen en Tudela y la ternera es de Angus. Por no hablar de que los vegetales (incluida la lechuga que tratan como si fueran calçots) se cultivan en su propio huerto.
Ese que aporta identidad a su cocina y con el que aprenden y experimentan los alumnos de la escuela de hostelería (MOM Culinary Institute) situada en el piso superior del edificio. Un proyecto que dirigió en sus inicios Paco Roncero y cuyo legado se mantiene hoy en la carta de Seeds con su famosa croqueta de gambas.
Como ésta, todas las referencias de la carta maridan por decisión del equipo con unos vinos “distintos” que sorprenden por su particularidad. De hecho, el sumiller del establecimiento los selecciona “porque se salen de lo común y encierran historias diferentes, especiales, únicas”.
Como un vino de Jumilla elaborado con uva garnacha, una variedad extraña en la zona donde se produce; o un fino blanco ecológico “de manzanilla pasada” de Barón, una de las bodegas más antiguas de Jerez.
A modo de resumen diremos que Seeds bien merece una visita. Quizás una cita tranquila con la que disfrutar de una cocina de altura, con un servicio exquisito y en un entorno espectacular.
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