A menudo se dice que, en el español, se escribe igual que se escucha. Este hecho hace que, presumiblemente, sea más fácil el ejercicio de escribir correctamente y sin faltas de ortografía. Esto es una verdad, aunque sólo a medias. Sí que es cierto que en otros idiomas como el francés, a la hora de hablar no se pronuncian muchas de las letras escritas, pero eso no significa que escribir correctamente en español nos venga dado.
De hecho, es habitual que los niños tengan faltas de ortografía, a pesar de la gran correspondencia gráfica y fonética de nuestro idioma. ¿Es normal que los niños tengan muchas faltas a la hora de escribir? ¿Por qué sucede? Te desvelamos las faltas de ortografía más frecuentes, por qué se producen y algunos trucos para superar estos fallos.
Escribir con faltas de ortografía no es patrimonio exclusivo de los niños. De hecho, muchos adultos escriben mal: no saben puntuar, creando confusión para la comprensión lectora, no ponen tildes o las dejan caer donde les parece, ponen una “r” al final de los imperativos, etc. Las opciones son múltiples, pero la imagen que uno da como adulto escribiendo con faltas de ortografía es siempre la misma: pésima.
Por este motivo es importante procurar que los niños aprendan a escribir correctamente como parte de su educación. Al fin y al cabo, recordemos que, a pesar del aumento de la comunicación audiovisual sobre la escrita, esta va a seguir siendo una de sus cartas de presentación cuando sean adultos, sobre todo en el ámbito formal, académico y laboral.
Esto no quiere decir, sin embargo, que lo vayan a hacer bien desde los cuatro años. Ello por más estimulación temprana que les demos u otras ocurrencias típicas de padres tratando de acelerar, estérilmente, unos procesos de aprendizaje que tienen que pasar necesariamente por unas fases y edades evolutivas para poderse establecer. Así, lo de las faltas de ortografía en niños es muy normal, y no dejarán de aparecer hasta alrededor de los 11 ó 12 años, según expresan los profesores de primaria.
Aceptarlo será más o menos fácil en función de los padres y de su obsesión por el perfeccionamiento a la hora de escribir, pero lo que está claro es que los progenitores más exigentes deberán relajar un poco sus expectativas. Esto incluye mostrarse pacientes, comprensivos y, sobre todo, capaces de corregir adecuadamente a sus hijos desde el cariño y no desde el reproche. Ni “la letra con sangre entra” ni nada parecido, por supuesto.
Que no siempre escriben bien, ya lo sabemos, pero ¿cuáles son las faltas de ortografía más comunes? Según expresa la editorial RUBIO, especializada en cuadernos didácticos para niños, los pedagogos han detectado hasta 10 faltas ortográficas como las más habituales:
El lenguaje digital no ayuda. Si aprender a escribir bien podía tener su dificultad, esta se está viendo acrecentada en el caso de los nativos digitales, muy habituados al lenguaje táctil y a la comunicación a base de mensajes de textos cortos. Estos se caracterizan por alternar palabras correctas, ortográficamente hablando, con el uso de abreviaturas, de símbolos y emoticonos con los que pretenden expresar esa comunicación no verbal tan necesaria y que de otro modo no estaría presente en esa interacción. Como resultado, se produce una comunicación muy rápida en la que predomina transmitir la emoción, más que el contenido.
El riesgo de este tipo de comunicación, que por otro lado podría considerarse otra forma de lenguaje o habilidad lingüística, está en que a menudo se generaliza y se traslada al ámbito formal. Es decir, que el niño a veces no distingue cuándo puede y cuándo no puede dirigirse a alguien escribiendo de esa manera en lugar de hacerlo correctamente. Por otro lado, el lenguaje digital parece estar influyendo también en la riqueza léxica del niño, o digamos más bien en su pobreza, ya que se ha observado una merma en el vocabulario de las nuevas generaciones respecto a sus predecesoras.
Siempre se ha dicho que la mejor manera de aprender a escribir es leyendo mucho. Este razonamiento obedece a la retención de las palabras y de la ortografía a base de la repetición de la exposición de imágenes gráficas que se retendrán mejor gracias a la memoria visual. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez? Ante la duda de cómo se deletrea algo, solemos escribir las distintas opciones que barajamos para ver cuál es la correcta y decantarnos por ella. Con este ejercicio, recurrimos en realidad a la memoria visual, muy relacionada con el aprendizaje adquirido a través de la lectura.
Lamentablemente, en nuestros días hay muchos niños que casi no leen, más allá de los mensajes de texto que reciben, o de los subtítulos de YouTube. Es un problema grande y que se puede resumir en que la competencia de las pantallas hace que los libros parezcan aburridos, aunque complejo de corregir. Sea como fuere, los niños no lectores van a recurrir a la memoria auditiva en lugar de a la memoria visual, incrementándose así la probabilidad de poner faltas de ortografía.
Escribir supone todo un procesamiento cerebral de información que se inicia en el área de Broca, ubicada en el lóbulo frontal. Hacerlo bien supone, además, un ejercicio reflexivo de repaso en el que interviene la atención. Cuando alguno de estos procesos fallan en el niño, este tendrá dificultades de aprendizaje adicionales a los propios de su edad y madurez para escribir con propiedad y sin faltas ortográficas. Es decir: además del propio trabajo memorístico implicado en el aprendizaje de normas de escritura, luego hay que fijarse para aplicarlas, y después repasar.
Hablamos de tareas para las que algunos niños, como los que tienen algún grado de TDAH (Trastorno de déficit de atención/hiperactividad) tienen una especial dificultad. Según la Fundación Cantabria Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad (CADAH), los niños con este trastorno necesitan otro tipo de enseñanza menos centrada en retener las normas ortográficas y más basado en otro tipo de estrategias en los que intervenga la memoria visual, más que la auditiva, a través de diferentes juegos.
Siempre conviene recordar que la falta de habilidad es algo que puede afectar al niño anímicamente, haciéndole perder la confianza en sí mismo, su autoestima, o convirtiéndolo en un niño temeroso y con la tendencia a ocultar las cosas que hace, por miedo a ser reprendido o castigado. Y esto tiene mucho que ver con las expectativas que nuestro hijo perciba en nosotros sobre su trabajo. En este caso, sobre su forma de escribir o sus posibles faltas de ortografía. Para evitar los estragos adicionales a la dificultad de aprender, toma nota de los siguientes consejos:
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