Estamos a punto de terminar el curso y pronto será la hora de la verdad y de los exámenes finales. Esta quedará al descubierto con las notas, y no en pocos casos, estas supondrán un auténtico drama. Aunque antes de llegar a este punto, algunos padres habrán apostado por medidas desesperadas como el “comprar” el aprobado de sus hijos. Al margen de que esto funcione, aquí se plantea un dilema moral sobre si es o no conveniente dar dinero a los niños por aprobar, cuando estudiar y pasar el curso es su obligación.
“Si apruebas, te doy tanto”, “si recuperas todas las asignaturas, te compro una moto”, “tendrás el último modelo de iPhone cuando apruebes todo”. Las opciones son múltiples, pero se resumen en que los padres les prometen dinero o cosas materiales de gran valor a sus hijos a cambio de aprobar. Se establece así una suerte de negociación con ellos, que en ocasiones se asemeja más al soborno que a la recompensa por los buenos resultados.
En un mundo ideal, todos haríamos siempre lo correcto. Sin embargo, los padres también somos humanos y por ello no siempre acertamos con la receta. Una que, por otra parte, funciona con unos hijos pero no con otros, generando gran confusión. Esto puede llevar a los progenitores a una especie de ensayo y error, que en el caso de las notas puede pasar por distintas fases. Comenzando por la amenaza, siguiendo por el castigo y pasando por la omisión absoluta de atención, para terminar en el premio por la consecución de objetivos.
En resumen, muchas veces se produce una sucesión de despropósitos para obtener un mismo resultado: el suspenso y el fracaso escolar, que el niño vive también como un fracaso personal. Entre estos errores de base está el darles dinero por aprobar, algo bastante desaconsejado desde la psicología.
Lamentablemente, el fracaso escolar está a la orden del día en muchas casas y es motivo de descontento general. Con los suspensos espera un verano sin todo su potencial en diversión para toda la familia. Para los niños, porque tendrán que estudiar, y para los padres, porque los tendrán que supervisar.
Cuando los suspensos son lo habitual, ofrecer dinero, ropa, viajes u otras cosas materiales lo que busca, en realidad, no es premiar, sino tratar de evitar los problemas y terminar con algo que es una pesadilla para todos.
Si los suspensos son una pesadilla, en cambio, los aprobados son siempre una bendición. Amén de una ocasión de oro para presumir ante los abuelos y los tíos. La alegría de los buenos resultados es un motivo de celebración, un planteamiento de verano sin limitaciones, y todo un futuro por delante cargado de optimismo. Toda esta recompensa bien puede valer un poco de dinero que los padres pagarán encantados.
A veces no es tan simple como pasar el verano estudiando, sino que la preocupación se extiende hacia un futuro asimismo bastante inmediato: la elección de la carrera universitaria. A partir de un curso la nota cuenta, y con ella se establecerá una media ponderada con la Ebau con la que los alumnos podrán o no acceder a estudiar la carrera que les permitirá convertirse en lo que profesionalmente quieran ser en el futuro.
Este sentido de la responsabilidad (o de las consecuencias, más bien), no siempre está desarrollado en el niño por falta de madurez. En cambio, los padres sí se dan cuenta e intentan corregirlo como pueden.
Incluso salvando los casos de éxito en los que la estrategia funciona y eximiendo a los padres de culpa por sus intentos fallidos, lo cierto es que si hay que contestar a la pregunta de si debemos dar o no dinero por sacar buenas notas o aprobar, la respuesta técnica desde la psicología es que no. Estos son los motivos:
Si bien es cierto que algunos niños tienen dificultades de aprendizaje -esto no les aplica a ellos- muchos otros escolares suspenden simplemente porque no les da la gana estudiar. Cuando les damos dinero por hacer lo que deben, puede parecer encima que les estamos recompensando. Mantenida durante el tiempo suficiente, esta situación puede llegar a establecer una dinámica por la que el niño comenzará a tener un criterio muy pobre de sus propios padres, a quienes tratará poco más que de “memos” a los que tomar el pelo y sacarles dinero.
Este es un mensaje muy peligroso. Primero, porque no es realista a largo plazo y para cuando los niños se conviertan en adultos. Segundo, porque puede suceder que ellos “transformen” la situación de manera que los padres adquiramos una nueva obligación respecto a las obligaciones que sólo son de ellos y no nuestras.
Es importante saber que los niños habitualmente no tienen un concepto de magnitud en cuanto al dinero o sobre cuánto cuesta ganarlo, y no digamos ya respecto a las “subidas salariales”. Esto significa que si hoy piden doscientos euros, mañana a lo mejor piden trescientos, en un suma y sigue difícil de asumir.
Recordemos que el deber de los padres es educar, para lo cual los mandamos al colegio a que adquieran aprendizajes y cultura general necesarias para desenvolverse en la vida cuando nosotros no estemos. Por su parte, los niños deben aprender a valorar este hecho como una oportunidad para estudiar y desarrollarse. ¿Cómo conseguirlo?
La clave está en alimentar su motivación y no en comprarla. Que el niño se sienta contento por aprender, además de orgulloso por sus buenos resultados cuando los tenga, y esté agradecido por tener esta oportunidad.
En nuestra tarea educativa como educadores, podremos mejorar el aspecto de la motivación de varias maneras:
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