Inculcar valores debe tener cabida dentro de nuestra empresa más importante: la de educar a nuestros hijos. Entre ellos destacan algunos como la honestidad, la tolerancia, la compasión, el compromiso, la responsabilidad o el respeto. Hay muchos valores a inculcar, y cada uno merece un capítulo aparte. Sin embargo, casi todos tienen una cosa en común o convergen en lo mismo: la necesidad ocasional de pedir perdón y de perdonar. Y en eso también debemos educarlos, porque no es un comportamiento innato, sino que se aprende.
El perdón es una poderosa herramienta con la que contamos las personas tanto para el beneficio de las relaciones sociales como para nuestro propio bienestar psicológico. De hecho, su poder terapéutico se utiliza mucho en consulta, ya que muchos problemas emocionales vienen derivados de peleas o discusiones, de malos entendidos o de silencios mal encauzados. ¿Cuántas personas habrán dejado de hablarse durante años a causa del orgullo y de la incapacidad de perdonar o de pedir perdón?
Si bien es verdad que la necesidad de pedir perdón viene derivada de la concepción judeo-cristiana de redimirnos de la culpa, es importante enseñar a los niños tanto a pedir perdón como a perdonar.
Los niños deben aprender a pedir perdón para convivir con los demás en su infancia, y para que, en el futuro, no se dejen llevar por la soberbia del orgullo ni pierdan o deterioren sus lazos sociales.
Cuando pedimos perdón tranquilizamos nuestra conciencia y trabajamos por el bien de la relación. Pedir perdón quiere decir reconocer que nos hemos equivocado, y como es algo nos pasa a todos antes o después en nuestra vida, debemos explicárselo a ellos.
A la hora de abordar temas espinosos, se oye mucho aquello de “perdono, pero no olvido”. Con esta frase se están diciendo en realidad dos cosas: que ni se perdona ni se olvida, o que se está demasiado dolido todavía para perdonar. Casi siempre termina aplicando lo segundo, pero eso se verá y comprenderá sólo con el paso del tiempo.
Este tipo de episodios son precisamente los que debemos intentar ahorrar a los niños en su futura vida adulta, enseñándoles a perdonar a los demás desde la infancia. No olvidemos que perdonar suele ser mucho más difícil que pedir perdón, al implicar un proceso de empatía que no va a surgir naturalmente. Lejos de ello, nuestro instinto y nuestras emociones negativas podrán bloquearnos e incluso nos harán rechazar a la otra persona, impidiendo muchas veces siquiera escucharla.
Debemos tener presente que a temprana edad todavía no tienen desarrollado el concepto del bien y el mal. Ni mucho menos tienen herramientas para gestionar los conflictos interpersonales. Pero además, los niños tienen algunas dificultades adicionales a las de los adultos a la hora de agachar la cabeza y reconocer que han hecho algo mal y disculparse.
Para empezar, muchas veces no sabrán que han hecho algo mal o que han hecho daño a otra persona. Esto será especialmente acusado, por ejemplo, en niños con Síndrome de Asperger, que no “leen” el lenguaje no verbal de los otros niños. También les será más difícil a los niños más impulsivos y que a veces molestan a otros niños sin darse cuenta, como es el caso de los que tienen TDAH.
A la hora de perdonar a otro niño, también podrán necesitar ayuda cuando se vean desbordados por las emociones o no entiendan lo que ha pasado ni por qué. En estos casos los padres y educadores debemos ayudar desde el afecto y la comprensión, acompañándoles en su proceso de sustituir la rabia o el dolor por otra lectura más amable de lo que haya podido suceder.
A la hora de educar, no debemos confundir el pedir disculpas con la falta de asertividad. Esta última es una herramienta esencial dentro de las relaciones, que consiste en aprender a negarse, a decir que no o a ejercer derechos que nos previenen de los abusos de los demás. La consigna a transmitir al niño será la de disculparse cuando se haya hecho daño a alguien, no en cualquier momento. Así, Arza Magra, psicólogo de Psybilbo en Vizcaya afirma: “Sería desaconsejable pedir perdón cuando llevamos a cabo nuestras acciones desde los valores de la honestidad, lugar desde donde gobernamos nuestras funciones de un modo no destructivo para nuestro propio ser y para el resto”.
El psicólogo nos previene de la importancia de aprender a comunicarnos de forma asertiva, algo que tiene mucho que ver con el perdón. “La asertividad sería la habilidad comunicacional característica de aquellas personas que tienen un yo (autoconcepto) fuerte y definido en base a la propia mirada psicológica. Por ejemplo, el acto de pedir disculpas de manera constante es muy típico de personas pasivas comunicacionalmente hablando. Tenemos también a las personas fóbicas sociales que llevan esta conducta de manera muy asidua, ya que son sujetos a los que la mirada externa les importa sobremanera. Por ello, casi a cada acción que realizan piden perdón para intentar no ser mal vistas o juzgadas”.
Como padres, comenzaremos trazando la línea en la que se delimitan el bien y el mal. Debemos enseñarles que no todo vale, y que sus comportamientos tienen consecuencias y por tanto exigen una responsabilidad. No debemos tener miedo a ponerles límites, porque de no hacerlo así incurriremos en la sobreprotección de la hiperpaternidad, que pronto nos pasará factura a nosotros, y más tarde a ellos. Esto se conseguirá a través del que será un ejercicio diario y constante para educarlos éticamente y en valores.
Asimismo, debemos intentar educar a niños seguros y sin miedo a expresarse desde el respeto y la asertividad, como nos recuerda Javier Arza. “La conducta asertiva implica la expresión directa de los propios sentimientos, necesidades, derechos legítimos u opiniones, respetando los derechos de los demás, es decir, desde el valor de la honestidad. Cuando se empieza a poner en práctica, la persona pierde el miedo y actúa sin sentimientos de ansiedad ni culpabilidad”.
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