En los años 90, nadie quería quedarse fuera de la revolución digital de aquello llamado ‘Internet’. El primer paso para introducirse en ella fue el nacimiento de millones de cuentas de correo electrónico siguiendo los dictados de la imaginación, la originalidad y los consejos de las personas allegadas. Tener un correo electrónico con un alias, un nombre divertido o anecdótico parecía la tónica general de un servicio, el de la mensajería online, que satisfacía (a nivel usuario) las necesidades del entretenimiento y la comunicación entre amigos.
No obstante, la impresionante evolución de la tecnología y la importancia de la comunicación por esta vía, tanto a nivel personal como profesional, han provocado que los mismos usuarios hayan reemplazado sus identificadores ‘graciosos’ por nombres y apellidos reconocibles, hayan escogido con cuidado el entorno de Internet donde quieren alojarse y hayan personalizado no sólo una, sino varias cuentas de correo electrónico.
Tener un correo corporativo, contar con un perfil actualizado de empresa o usar un identificador personal serio en un servidor como Google (por ejemplo) o en cualquier otro, dice mucho de nosotros mismos, de lo que hacemos y de dónde trabajamos. Incluso puede determinar el contenido de nuestros mensajes.
En este sentido, un correo de empresa se utilizará para asuntos relacionados con la empresa y uno personal para temas más banales, como hizo saber este mes la mismísima Hillary Clinton, asegurando estar “arrepentida” de usar una cuenta personal para tocar asuntos gubernamentales. Sin duda, un tema especialmente crucial en determinados ámbitos como la política en los que el tratamiento de ciertos contenidos puede ser crucial o incluso comprometido.
Así, las cuentas de correo electrónico se ha convertido en nuestra carta de presentación y se pueden crear a nuestro gusto y acorde a nuestras necesidades siguiendo estos sencillos pasos. Escoger datos como el teléfono, incluir otro mail en nuestra firma, añadir enlaces a distintas redes sociales, nuestro cargo dentro de una empresa o la labor que desempeñamos pueden resultar útiles para darnos a conocer, ampliar nuestra red de contactos o compartir mensajes de distinto tipo.
Cada vez es más fácil compartir información, cada vez somos más vulnerables ante el gigante de la informática y es, por lo tanto, cada vez más importante que tengamos claro qué queremos compartir y cómo queremos hacerlo. Y para ello, qué mejor manera que empezar por nuestra carta de presentación, nuestra dirección de correo.
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