La tecnología avanza día a día para hacernos la vida más fácil, más sencilla. Las nuevas técnicas y desarrollos aligeran procedimientos enrevesados o tediosos para atajar la resolución de problemas. Desde máquinas en cadenas de montaje, herramientas de uso médico, o robots de cocina, que simplifican procesos hasta límites jamás imaginados hace un par de décadas. La tecnología nos rodea a lo largo de nuestro día a día hasta en las cosas más nimias. El ejemplo más a mano es el teléfono móvil.
La seguridad en los dispositivos móviles es directamente proporcional al contenido que guardamos en ellos. No queremos que nadie acceda a lo que guardamos, ya sea por pérdida o robo. Primero fueron contraseñas numéricas, más tarde formas geométricas, desbloqueo por huella dactilar y finalmente reconocimiento facial. El desbloqueo del móvil está cada vez más encriptado pero para el usuario es cada vez más sencillo. La seguridad basada en la lectura de nuestra cara ahora mismo es la más avanzada, pero su uso es el más simple de todos. Miramos a la pantalla, el teléfono nos reconoce y se desbloquea. Solo lo podemos hacer nosotros. Simple. Tan sencillo, tan evolucionado y tan transparente que parece que en realidad no están actuando cientos de algoritmos que nos protegen de quien quiera suplantarnos.
Somos únicos y eso nos facilita la vida. En la sede principal de BBVA ya se puede pagar la comida o los cafés con una simple sonrisa. El sistema detecta a los empleados y no tienen ni que llevar la acreditación encima. Aena está haciendo pruebas en el aeropuerto de Menorca para embarcar en el avión sin tener que presentar ningún tipo de documentación. Es decir, subes al avión por la cara. En Shenzhen, una ciudad de China, los niños van a la escuela pasando por unos controles faciales que les permiten la entrada al colegio previo reconocimiento de su rostro.
Pagar, viajar o estudiar es mucho más sencillo gracias a la tecnología. Otro asunto es lo que puede provocar tanta comodidad. Llegará un momento en el que estos avances estarán tan integrados en nuestro día a día, que tengamos que pararnos a pensar qué desbloqueamos, qué pagamos o qué autorizamos con levantar la mirada hacia la cámara. Una cámara que nos interpela, nos vigila y nos clasifica como alguien solvente, alguien acreditado o alguien en quien confiar. El rostro es el espejo del alma y guardián de nuestros secretos.
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