Las ciudades más importantes del mundo tienen símbolos que las identifican sin ningún género de dudas. La Ópera de Sidney, la Torre Eiffel de París, el Big Ben en Londres son algunos ejemplos de ello. Si hablamos de Madrid, la Puerta de Alcalá, la Puerta del Sol o el Palacio Real podrían identificarla perfectamente, pero al igual que en los otros casos, no definirla del todo. Y es que cualquier lugar del mundo es mucho más que unas edificaciones o símbolos «físicos». Su historia, sus tradiciones e incluso sus aromas pueden completar la percepción que tenemos de ellas. Así lo consideran desde la Academia del Perfume, que fijan en siete las esencias u olores que desgranan y recorren la historia de Madrid.
«El olfato es un sentido evocador que nos traslada a momentos y lugares sin movernos del sitio», explicaba la directora de formación de la entidad, Irati Herrero, durante una cata olfativa en el nuevo hotel JW Marriott del centro de la capital. «En este caso los olores nos hablan de la identidad de Madrid, de lo que fue en el pasado y de lo que es ahora en el presente».
Así, algunos olores perduran y otros han transformado su significado. Pero cada uno tiene su particularidad. Vamos con ellos.
El limón está íntimamente ligado a las fiestas populares de Madrid, a los postres veraniegos, la limonada y el buen tiempo… Es un olor ácido, limpio, dulce… que nos lleva a las verbenas de verano y a fiestas como la de San Isidro.
Es uno de los olores de Madrid que tiene su origen en la época morisca. Y es que fueron aquellos pobladores de la ciudad los que introdujeron en ella la cultura del jardín, el paisajismo y el cultivo de las flores. En perfumería su esencia no se extrae de la flor, sino de la hoja, y se llama Absoluto de hoja de violeta. Un aroma terroso y vegetal que recuerda a las zonas acuosas, los jardines y humedales del Madrid de hace siglos. Ahora no solo dan sabor a unos míticos caramelos sino a postres íntimamente ligados a la ciudad.
Esta flor blanca se asocia irremediablemente a los chulapos y las chulapas. Además de ornamental es una flor con una potente fragancia precisamente por su color. Tal y como explica la experta, «las flores blancas no pueden competir durante el día con el color del resto, por eso se hacen fuertes por la noche con un olor más intenso». Al igual que otras como el jazmín o la flor del naranjo, tienen un aroma especialmente envolvente y potente.
Es una flor simbólica con mucho lenguaje. En el pasado se veían muchísimas en los balcones de las casas y siguen siendo un imprescindible en los trajes de las chulapas. Hace años, además, hablaban del estado civil de quien las lucía. «Dos rojas para las casadas, dos blancas para las solteras, una de cada color para las comprometidas y dos rojas y una blanca para las viudas», comenta la perfumista.
Durante el dominio árabe, Madrid se llamó Maŷriţ. Quizás fue entonces cuando las rosas, fundamentales en dicha cultura para las esencias y los baños árabes, llegaron a la ciudad. Además, la rosa también es una flor muy presente en los jardines afrancesados como La Rosaleda (con la que está vinculada Chanel) o el Jardín Botánico. Todos estos lugares son imprescindibles de la urbe y todos hablan de un olor característico que sin embargo solo dan dos tipos de rosas, la damascena y la centifolia.
Todo el mundo conoce la chocolatería San Ginés, al lado de la Puerta del Sol de Madrid. Ahora este lugar así como otras chocolaterías se han convertido en un plan perfecto casi cualquier día del año. Pero hace unas décadas el chocolate » a la taza» se utilizaba para que los trabajadores nocturnos entraran en calor y pudieran así combatir las bajas temperaturas de los duros inviernos de la ciudad. Es uno de los olores que perduran pero cuyo significado ha evolucionado con el tiempo.
Por último el cuero, otra de las esencias que definen a Madrid y que hacen referencia a sus artesanos y a uno de sus barrios más icónicos. «Hace años los curtidores vendían en El Rastro trozos de piel o incluso casquería. Se comenzaron entonces a hacer guantes para la aristocracia que se perfumaban para que perdieran ese fuerte olor a cuero tan característico», nos cuenta Herrero. De ahí el nombre de una de las calles más míticas del Rastro, la Ribera de Curtidores, ligada por tanto a la historia y los olores de Madrid.
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