Que si se trata de una invención de El Corte Inglés, que si la sociedad de consumo, que si a la pareja hay que cuidarla todo el año y no cuando los publicistas lo quieran… Son muchos los argumentos de los detractores de celebraciones como la que hoy nos ocupa, la de San Valentín, que justo cuando nos empezábamos a reponer de la cuesta de enero aparece estratégicamente y atenaza nuestro bolsillo de nuevo.
Como psicóloga, y especialmente terapeuta de pareja, no puedo estar más de acuerdo en eso de que «a la pareja hay que cuidarla todo el año», y no solo cuando la inercia y el consumismo nos empujan a ello. Además, hay muchas formas de hacerlo, y el regalo material es, quizá de todas ellas, la más superficial y prescindible.
Pero, entonces, ¿por qué insisto en eso de celebrar San Valentín? Pues porque no tiene por qué ser hoy, pero el caso es que tiene que ser en algún momento o, mejor dicho, en más de uno y en más de muchos momentos. El día en el que se celebran el amor, el cuidado y el respeto por el otro no puede ser anecdótico, pero tampoco es malo que exista.
Existen fechas señaladas en el calendario especialmente relevantes para familia, para el padre, para la madre… Y hasta para la amistad. De nada sirve que a quienes más apreciamos les cuidemos tan solo el día que toca, en el día de su cumpleaños o en Navidad. Pero las fechas señaladas sí que nos son útiles como recordatorio y como declaración de intenciones. No en vano, organizamos nuestras vidas en torno a determinados hitos anuales que nos reconectan con aquello que a veces descuidamos por desidia pero que realmente nuestra identidad sí que nos empuja a valorar.
Por lo tanto, dejemos de lado todos esos argumentos en contra de celebraciones como la de hoy, si luego no nos encargamos personalmente de asumir las responsabilidades que nos corresponden. Puedes permitirte ser de los de “abajo San Valentín y que le den morcilla a la sociedad de consumo” siempre y cuando no sea ésta una forma más de enmascarar el eterno aplazamiento que mostramos hacia el cuidado de lo importante, en contraposición de lo mucho que le dedicamos a lo urgente.
¿Es tu pareja importante para ti? ¿Cómo se lo haces saber? ¿Disponéis de espacios cotidianos de cuidado y de intimidad en los que compartir y sentiros reconfortados? ¿Os permitís tiempo de calidad para charlar, hablar acerca de vuestras emociones y expresar vuestras necesidades? Si es el Día de los Enamorados el que tiene que venir a recodarnos esto, pues bienvenido sea. No importa la forma que adopte ni importa que las empresas lo utilicen para alimentar nuestro gasto, lo que de verdad importa es cómo nosotros lo gestionemos y la función que para nuestra pareja pueda llegar a cumplir.
Así las cosas, ya sea hoy o el primer domingo de julio, ya sea en San Valentín o en el fecha de vuestro aniversario, quizá no es tan criticable que algunos hitos anuales nos pongan las pilas y nos hagan reflexionar acerca de cómo vivimos nuestras vidas y cómo cuidamos a los que más queremos.
Una premisa básica y fundamental en terapia es que la pareja ha de suponer necesariamente un intercambio de reforzadores, es decir, que de la interacción entre ambos miembros de la pareja deben deducirse más premios que castigos. Es demasiado costoso mantenerla, conlleva demasiadas renuncias, y nada de ello merece la pena si no existe a cambio un gran dividendo (emocional, por supuesto). Entonces, te propongo que hoy, si no lo deseas e ideológicamente atenta contra tus principios, no celebres San Valentín, pero plantéate entonces cómo vas a asumir esa responsabilidad el resto de los 364 días al año.
En el ámbito psicológico sabemos qué es lo que hace que una pareja funcione, que sea satisfactoria, que genere seguridad y que proporcione gratificaciones. Y nada de eso se consigue mediante ciencia infusa o por arte de magia. Al contrario, se consigue a base de tiempo, esfuerzo, constancia y dedicación. ¿Quieres saber qué hace falta para cuidar a la pareja de modo que sea duradera y que reporte esa maravillosa gratificación que solo la pareja es capaz de proporcionar? Te lo explico a continuación, y ya luego tú decides si te apetece ponerlo en práctica hoy, o mañana, o todas y cada una de las semanas del año.
Encárgate de que el balance de todo lo que intercambiáis sea positivo. Muestras de cariño, expresiones de afecto, detalles concienzudos que sabemos que al otro le van a gustar… se trata de buscar experiencias de todo tipo, de las que se pagan con dinero y de las que sencillamente se viven y se recuerdan, que podáis regalaros cada día. No hace falta irse de viaje a Roma, a veces basta con compartir actividades cotidianas, charlas interesantes, espacios de ocio, momentos de distensión… O, sencillamente, pequeños buenos momentos.
Creced juntos, pero también por separado. La pareja más gratificante es aquella que persigue su proyecto de vida en común, creciendo junta, pero que también permite el crecimiento personal de cada uno de sus integrantes. Os queréis y os importáis, pero no os necesitáis hasta el punto de que lo común pase sistemática y reiteradamente por encima de lo individual. Ese equilibrio es tan sano como necesario.
Respetaos. De igual a igual, como el equipo que formáis, no podéis permitiros un insulto, un mal gesto o un desprecio al otro, porque es un miembro de vuestro mismo equipo y ofenderle a él supone también acumular tú un nuevo agravio.
Mantén viva la atracción física y sexual. Y esto implica una actitud activa de expresión de la opinión positiva que tenemos del otro, de búsqueda de placer, de mantenimiento de la exploración y el descubrimiento sexual a lo largo de toda la vida. Sí, has leído bien, “a lo largo de toda la vida”, porque la pasión no se mantiene intacta a lo largo del tiempo pero eso no significa que no haya nada que nosotros no podamos hacer para contribuir a alimentarla.
No dejes nunca de cuidar la intimidad. Y me refiero aquí a este concepto desde un punto de vista más emocional y sentimental que físico o sexual. Intimidad es compartir, es expresar emociones, es contar con el otro, es descubrirte desde dentro y permitirte escuchar.
Sed leales el uno con el otro. Fieles a vuestros compromisos y a vuestros pactos tanto explícitos como implícitos. Atentar contra la lealtad en la pareja supone siempre causar un daño innecesario que podía haberse evitado con sinceridad o, incluso si es necesario, con una crisis que quizá hubiera podido superarse. Las crisis, incluso con el dolor que conllevan, pueden fortalecernos y, en cualquier caso, nunca dejan una herida tan profunda como deja la traición.
Comunicaos de manera eficaz, sin miedo a discutir. Porque no es esperable que nunca haya nada en lo que no estéis de acuerdo, plantearse una meta así es sencillamente inverosímil. Lo que sí es razonable pediros es que construyáis la confianza necesaria y suficiente como para hablar de todo lo que os preocupe, como para contarle al otro lo que os hiere, y pedirle lo que necesitéis. El éxito de una comunicación eficaz reside en la transparencia y la capacidad para negociar y llegar a acuerdos.
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