Todos los atípicos escenarios a los que hemos tenido que aclimatarnos a la fuerza en las últimas semanas han despertado en nosotros una enorme cantidad de reacciones sorpresivas, unos cuantos síntomas colaterales y unas cuantas situaciones tan paradójicas que cuesta creerlas y entenderlas. Una de ellas es no querer salir con gente ahora que podemos.
Pese a lo complejo y desestabilizador de la situación que se nos vino encima allá por el mes de marzo, la mayor parte de los comportamientos que hemos desplegado para afrontar la nueva realidad han sido sanos y adaptativos. Sin embargo, en las últimas semanas empezamos a apreciar algunas contradicciones aparentemente inexplicables.
Nos enfrentamos a extrañas paradojas: ¿Por qué no quiero salir con gente si lo estaba deseando? ¿Por qué no me apetece quedar con mi gente si he sido consciente de lo mucho que la echaba de menos? ¿Por qué no me ilusiona ir a un restaurante a comer como hacía antes?
¿Qué está pasando? ¿Es que eso del síndrome de la cabaña iba más en serio de lo que parecía y asistimos a una especie de fobia colectiva generalizada? No entres en pánico, y no te preocupes en exceso. Son muchos los motivos por los que puedes estar experimentando estas imprevistas dualidades. Mira a ver cuál es tu caso o en qué perfil te sientes más identificado, para poder actuar en consecuencia.
No sabes qué te pasa, no identificas una causa, pero lo cierto es que muchas de las cosas que antes hacías han dejado de apetecerte. Tiene que ver con la inercia de tantas semanas de limitaciones y con la apatía que el propio concepto de aislamiento tiende a causar en el ser humano. Es una reacción emocional y conductual absolutamente normal, pero que no se desvanece por sí sola. Restablecer la normalidad puede ser algo que no emane de ti de forma natural, requiere de esfuerzo, aunque parezca increíble.
Oblígate a recuperar poco a poco parcelas de normalidad. Aunque lo hagas con cierta dosis de apatía a cuestas. Diseña rutinas diarias en las que cuides de tus áreas de vida más significativas: pareja y familia creada, familia extensa, amigos, trabajo, ocio, desarrollo y cuidado personal.
No te propongas nada excesivamente ambicioso, pero ten por seguro que la actividad llama a más actividad y a más motivación. La vida ahí fuera es más estimulante que el confinamiento. En unas pocas semanas agradecerás haber hecho el esfuerzo.
Eres de los que ha sabido acostumbrarse a esa transitoria y obligada etapa del confinamiento. Sabíamos que el encierro, sí o sí, tenía que ser transitorio, pero se hizo largo. Así que es muy posible que, como persona aplicada que eres, hicieras esfuerzos por seguir los consejos que escuchabas de boca de tantos profesionales. «Organízate, crea nuevas rutinas, distingue escenarios y horarios en función de cada actividad… Busca la forma de tener tiempo de ocio y tiempo para ti, no abandones tus relaciones y aliméntalas a distancia…». Ahora esta rutina te basta y te sobra, y te dices a ti mismo que, a fin de cuentas, ¿por qué tanta prisa por volver a lo de antes?
En tu caso lo único que pasa es que has sabido adaptarte y, ahora, unos 3 meses después, has de enfrentarte a un nuevo proceso de adaptación. Paso a paso, hazlo a tu ritmo, pero no dejes de hacerlo porque acostumbrarse a ser más huraño no es necesariamente sano.
Tienes miedo y la idea de quedar con gente te parece muy osada. El virus está ahí fuera y los estragos que ha causado son más que evidentes. Tu cautela y tu prudencia son dignos de alabanza. Tu intención no es otra que la de protegerte a ti y proteger también a las personas con las que convives. Pero no olvides que el miedo tiene un fuerte componente irracional.
Por eso es importantísimo que sigas escrupulosamente las medidas de seguridad universalmente pautadas, y que solicites a los que te rodean que actúen del mismo modo. Sin embargo, no tardes demasiado en recuperar tu vida. Pon en una balanza todo lo que te puedes estar perdiendo a causa del miedo mantenido en el tiempo. Protégete también frente al desarrollo de problemas posteriores.
No quieres contagiarte, pero tampoco quieres acabar con síntomas depresivos. La higiene, la mascarilla y la distancia física son tus alidadas para garantizar tu salud en lo físico, pero también en lo emocional. Si el miedo perdura no dudes en buscar ayuda profesional. Porque estamos viendo estos días un aumento exponencial de las hipocondrías y de los trastornos de ansiedad. Y su buen pronóstico está directamente relacionado con su tratamiento temprano.
Quizá ya tenías algún problemilla previo y tu casa se ha convertido en un excelente refugio. Alguna situación que te incomodaba, algún conflicto que te costaba resolver, algún que otro factor de estrés con el que te costaba lidiar… Y es cierto que el confinamiento ha hecho que muchas cosas se detuvieran, que muchas decisiones o cosas por resolver se pospusieran por motivos de fuerza mayor. Todo eso se había aplazado, ¡pero ha llegado el momento de resolverlo! Lo que sucede es que, sin darte cuenta, te estás comportando de manera excesivamente evitativa.
No podemos olvidar que la vida no transcurre entre las cuatro paredes de tu casa, ni tras una membrana de falsa protección. La evitación que inicialmente nos genera alivio no deja de ser solo aparentemente protectora. Y la procrastinación, sostenida en el tiempo, acaba por agravar los problemas o incluso causar otros añadidos. Identifica bien cuáles son las áreas problemáticas que te cuesta afrontar y diseña un plan de acción. No olvides que pedir ayuda siempre es una excelente opción.
Resulta que el confinamiento ha sido un revulsivo excelente. Puede ser que te haya venido de maravilla, que hayas bajado el ritmo y hayas tomado conciencia de lo que verdaderamente importa. Has aprovechado para pasar más tiempo de calidad con tu pareja, para recuperar viejas buenas costumbres o para introducir nuevas actividades gratificantes en tu rutina. Y, ahora, claro está, no quieres renunciar a nada de ello.
No voy a negarte que es una faena volver a ese antiguo y frenético ritmo de exigencias y responsabilidades. Pero nada de lo que has aprendido en estas semanas tiene por qué caer en saco roto. De no haber sido por esta etapa, por este parón obligado, no te habrías dado cuenta de lo mucho que necesitabas incluir cambios en tus rutinas cotidianas. Este es el momento ideal para decirte que volver a la normalidad no tiene por qué volver exactamente de la misma manera.
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