Se acerca el fin de año y con él, el momento de pararse a pensar sobre dónde estamos respecto al año anterior y nuestras expectativas de entonces. Se cumplan o no, no debemos dejar escapar la oportunidad de hacer un listado con nuestros propósitos de Año Nuevo. Con él estableceremos algunas metas, procurando que cada año sean más realistas, siquiera a fuerza de intentarlo cada vez que suenan las doce campanadas. Una manera justa de enfrentarte a esta nueva etapa será a través de unas palabras escritas y destinadas a ti mismo. Desde el cariño, pero con una buena dosis de realidad. Si te atreves a intentarlo, toma nota de los tres temas que te sorprenderán y que te servirán además para empezar el año con buen pie.
Casi todos hemos escrito algún diario a lo largo de la vida. La mayoría de nosotros lo ha hecho durante su infancia. Si logramos recuperar ese tesoro secreto años después, no podremos sino sonreír ante nuestros planteamientos infantiles, tan geniales como genuinos.
Este hábito del diario, o de dirigirnos a un amigo imaginario que en realidad somos nosotros mismos, generalmente se pierde con la edad.
Lamentablemente, con los años, uno mismo comienza a autolimitarse en lo que se refiere a la expresión de afectos y miedos. De hecho, tendemos a silenciar aquello que choque con la tendencia cada vez más extendida de sólo comunicar el éxito y la felicidad, habitualmente en redes sociales.
Y, aunque todos sabemos que es en gran parte mentira, tampoco podemos prescindir de ella, tal vez para filtrar sólo lo mejor de nuestras vidas. Así pensado, está bien, pero una cosa es mostrar sólo una parte de nosotros mismos a los demás, y otra es creerse uno en su fuero interno que lo que muestra públicamente es la única verdad.
Los motivos de abandonar tan sana costumbre de hacer un diario son claros: habitualmente vienen encabezados por la autocrítica y el miedo al rechazo. Con la edad, cada vez nos es más difícil expresarnos de forma genuina, porque hemos aprendido a comportarnos de una u otra manera en función de las demandas del contexto. En suma: de lo que creemos que se espera de nosotros.
A la hora de enfrentarte a la consabida reflexión previa a los propósitos de Año Nuevo, ante ti mismo, deberás ser totalmente sincero. Esto implica aceptarte con tus luces y sombras, como un paquete todo en uno. Piensa que el autoengaño en pequeñas dosis está bien, pero no te servirá para mejorar ni para reparar aquello que esté roto o no funcione bien a nivel interno.
Con un diario adulto, o incluso con una sola carta sincera dirigida a tu propia persona, podrás expresar lo que verdaderamente sientes, con la seguridad de que es anónimo. Esto quiere decir que te podrás explayar y decir lo que quieras con total libertad. Y si no te fías de que sea así, tiene fácil remedio: siempre podrás destruir o quemar esas mismas palabras de autoayuda, porque ya habrán cumplido con su trabajo. Sólo por el hecho de plasmar por escrito nuestros sentimientos ya se produce un efecto terapéutico.
Ya te decidas por una relación epistolar con tu propio ser, ya optes por el diario o por la crónica de tus andanzas más íntimas y personales, el objetivo ha de ser siempre el mismo. Se trata de reflexionar sobre lo que ha sucedido y está sucediendo en tu vida en aspectos determinados. Siempre valorando objetivamente el papel que has ejercido en cada uno de estos episodios y cómo ha influido este papel en los resultados.
Haciéndolo así, verás que, en el futuro, modificando tu participación en los hechos, podrás modificar el resultado. Esto te permitirá planificar estrategias de intervención en tu propia vida, para mejorarla.
Reflexiona sobre dos o tres cosas que te hayan sucedido a ti o a alguien cercano y que te hayan servido para aprender algo importante. Estas lecciones deben implicar un aprendizaje en el que analices qué has hecho bien y qué has “hecho mal”. Esto último tómalo como una oportunidad para mejorar sin machacarte a ti mismo.
Es una buena ocasión para plantear quién te ha acompañado en ese camino, si ha habido alguien que te ha ayudado o si, por el contrario, te ha puesto la zancadilla o ha resultado ser una persona tóxica. De todas estas cosas que te han pasado, analiza en qué modo podrías actuar en el futuro para que salieran mejor, si estuviera en tu mano.
Si se trata de situaciones que no están bajo tu control, tu aprendizaje deberá dirigirse a la gestión de aquellos eventos que no tienen que ver contigo pero que te pueden llegar a suceder.
Compara la consecución de tu año con los objetivos que te habías planteado justo el año anterior y hazte las siguientes preguntas. ¿He hecho lo que tenía que haber hecho? Si no es así, ¿por qué? Para hacer esta reflexión, recuerda que todos tenemos unos objetivos a corto o medio plazo y otros a largo plazo.
Estos últimos tienen que ver con las fantasías o verdaderos deseos de lo que esperamos obtener de la vida y que nos hacen feliz. Muchas veces nuestros objetivos más inmediatos o a medio plazo poco tienen que ver con los verdaderos deseos. Si es tu caso, y te das cuenta de que ninguna de tus metas tiene que ver con estos sueños, puede significar que estás renunciando a ellos. La buena noticia es que puedes retomarlos al año que viene y empezar a trabajar poco a poco para su consecución.
El agradecimiento es una forma de expresión pero también una actitud ante la vida. Cuando damos las gracias nos sentimos bien por generarse un afecto positivo en nosotros. Lamentablemente, la gratitud no suele jugar un papel protagonista en la vida de casi nadie, porque muchas veces las cosas se dan por sentadas.
Si este es tu caso, comienza a practicar la gratitud fijándote en las cosas importantes, pero también en las pequeñas cosas. Recordando los motivos por los que mostrar agradecimiento a lo largo del año pasado incidirás positivamente en tu actitud ante la vida, relativizando los problemas y apreciando lo bueno que hay en ella.
Hay cientos de motivos por los que dar las gracias. A otra persona por la ayuda brindada; a una situación favorable; a estar bien de salud; a un golpe de suerte; a la belleza que acompaña tu paseo diario al trabajo; a los cafés que te prepara tu pareja… Comienza poco a poco y por lo más básico hasta llegar a lo importante, que habitualmente estará en las cosas más cotidianas y en las que no reparas.
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