Nos adentramos en el mes de septiembre y ahora, sí que sí, nos metemos en faena. Se acabaron las transiciones, los preparativos y los tiempos de adaptación: el curso ha comenzado para todos y sus dinámicas son ya imparables. ¿Te sientes algo abrumado? ¿Notas que a tus hijos se les hace un poco cuesta arriba y les cuesta arrancar? Es normal, no tienes que preocuparte, pero sí es recomendable que te encargues de ello.
Aunque desde la psicología clínica se ha defendido siempre que el síndrome post vacacional no es tal síndrome y que con semejantes denominaciones corremos el riesgo de acabar patologizando la normalidad, lo cierto es que estos días sí es habitual que andemos un poco más perdidos de lo habitual. Que nuestras emociones nos estén enviando más de una señal incómoda, que nos abrume lo que nos viene encima, que la desesperanza o la apatía se nos crucen por el camino y que miremos al horizonte con cierto desasosiego. Lo intentamos, y tanto que lo intentamos, así que motivados y apáticos tratamos de hacer frente al día a día de esta segunda semana de septiembre que ya no nos perdona una sola distracción ni nos concede una sola licencia.
A los adultos la vida no nos deja demasiadas opciones: o te ocupas o te ocupas. No te queda otra. Ahí tienes tus funciones, tus tareas, tus responsabilidades y ellas solas se encargarán de que se te pasen todas las tonterías. A grandes rasgos, las recomendaciones de cada año son siempre las mismas y no por ello dejan de ser útiles:
No pienses en el medio y largo plazo, ocúpate solo de lo que tienes delante ahora o, como mucho, fíjate pequeñas metas asequibles.
Ilusiónate con un nuevo reto y avanza hacia ello dando pasos pequeños pero certeros.
Aprovecha que reconstruyes rutinas para introducir en ellas algo que el pasado curso echaras en falta.
No te pidas muchas cosas a la vez, ve resolviendo una tarea tras otra.
Recupera todo lo bueno de la rutina: disfruta de nuevo de tu casa, de tus lugares, de tu gente, de tus hobbies…
No te dediques en exclusiva al trabajo, no hace falta machacarse, aprovecha el afterwork de la manera que más te apetezca, los días son aún largos y no es recomendable que la transición al trabajo sea radical.
Planifica algo de ocio atractivo para las próximas semanas y motívate con esa perspectiva en mente.
Pero, ¿qué hay de tus hijos? Su baja tolerancia a determinadas emociones, sus habilidades de afrontamiento aún en construcción o su sentido de la responsabilidad pendiente de ser afianzado pueden hacer que les sea más complicado coger el ritmo. Y ya sabemos que después pagamos el pato de una mala adaptación al curso: se acumulan lagunas, las notas se resienten y el reto acaba siendo abrumador. Pues bien, en relación a tus hijos, son varios los recursos que tienes a tu disposición para ayudarles a adaptarse al nuevo curso escolar sin perder demasiado tiempo y sin sufrir en el intento:
Explícales los detalles acera de esa rutina de la que tanto hablas (y, sin darte a veces cuenta, con la que tanto le amenazas). Detente a exponérsela minuciosamente. Cuanto más pequeños sean los niños, menos conciencia tienen acerca de la dimensión del tiempo. Por eso es importante que conozcan cuáles van a ser sus horarios y dinámicas de funcionamiento semanales. Cualquier material visual ayuda: dibuja con ellos un horario o entrégaselo sin son más mayores. Toda información bien expuesta contribuye a rebajar la incertidumbre: si sé a qué me enfrento lo hago de mejor gana y más centrado que si solo anticipo eternas horas estudio y sacrificio.
Permíteles alguna sugerencia (y tenla en cuenta en la medida de lo posible): en la medida en la que puedan participar en la construcción de sus rutinas, se sentirán también más implicados en la asunción de sus obligaciones y responsabilidad.
Concédeles más autonomía: de tal modo que perciban que sí se hacen más mayores con respecto al curso anterior, que las cosas sí cambian, que cada año mola más. Empezar a utilizar un despertador (o un móvil…), entregarle sus primeras llaves de llaves de casa, permitir que sea él quien elija su ropa… Elige qué concesión le otorgas en función de su edad y de sus preferencias.
Permíteles elegir su actividad. Que el año pasado hicieran fútbol no quiere decir que tengan que seguir haciéndolo. Déjales un catálogo de actividades (ya sea a través de las extraescolares o de las que estén disponibles en tu barrio) y permíteles que se ilusionen con el deporte, el instrumento o la afición que más les apetezca.
Desdramatiza el futuro y no le alertes tanto acerca del esfuerzo que le va a ser necesario desempeñar. Tendemos a prevenirles acerca de lo mucho que se van a tener que esforzar, o lo necesario que es que se pongan las pilas con tal asignatura que el pasado curso tan mal se les dio. Sin embargo, es más productivo tranquilizar y normalizar. No le metas miedo, invítale a que mida su fuerzas y avánzale que no tiene nada de qué preocuparse, que encontrarás la forma de que tenga la ayuda que necesite para que todo salga bien.
Facilítale el contacto con los amigos. Sobre todo si su cole está lejos de casa y le cuesta más participar en todo lo que suceda alrededor del colegio. Quizá te toque hacer de chófer y te pases el fin de semana llevándole y trayéndole de casa de unos o de otros. Pero, sin duda, el grupo de iguales, es una de las mayores motivaciones para adentrarse en el curso escolar.
Por el ojo en las Navidades. Porque es mejor pensar en términos trimestrales que anuales, porque toda meta se persigue mejor cuando se ve la luz al final del túnel.
Psicóloga, terapeuta de pareja. Dirijo el centro sanitario ‘Aprende a Escucharte’ y colaboro en medios. Me interesan las personas: cómo actuamos y cómo nos relacionamos.