Ser el portador de malas noticias no agrada a nadie. Sin embargo, a todos nos ha tocado hacerlo alguna vez. Llegará el día en que nos veamos en ese papel de mensajero desagradable para el que no hemos opositado. Con independencia del grado de severidad de esta, llegado el momento de dar una mala noticia, a todos nos vendrá la duda de si es posible hacer ese mal trago algo más suave. ¿Cómo acometer tan difícil tarea? ¿Acaso alguna manera “buena” de dar una mala noticia?
En esta vida, a veces uno tiene que hacer lo que tiene que hacer. Se trata de una frase hecha, por supuesto, pero que aplica muy bien en los casos en que los que nuestras acciones van a resultar dolorosas para alguien. Como sucede cuando tenemos que transmitirle a alguien una mala nueva. Toma nota de la forma más efectiva y sensible de dar malas noticias a los demás.
Si somos nosotros los que tenemos que transmitir el mensaje a otro sobre que algo malo ha sucedido, hay que saber que las malas noticias van a precipitar una reacción emocional en el otro. De hecho, esta reacción puede ser importante y hay que estar preparado para lo peor.
En este sentido, si a una persona le dicen que ha muerto su padre en accidente de tráfico, no se sabe nunca cómo va a reaccionar. Ante el conocimiento de eventos inesperados y traumáticos uno se podría caer, desmayar, ponerse a llorar, a gritar o, por el contrario, quedarse paralizado. Por este motivo habrá que planificar el discurso, pero igualmente importante es considerar el momento oportuno y el lugar donde se va a comunicar la noticia.
Las posibles e inesperadas reacciones nos obligan a mantener desde el principio una actitud empática, y esto es muy importante. En buena parte de los casos, y en función de la severidad de la noticia, en nuestro papel estará también consolar a la persona. Al menos hacerle ver que hay una salida. Por ello, las malas noticias jamás se deben expresar como si tal cosa y de repente. Hay que avisar y dar signos a la persona de que le vas a anunciar algo malo. De hecho, siempre es una buena idea hablar en un sitio privado, tranquilo y además estar sentados.
La forma de abordar el comunicado de malas noticias en el entorno del trabajo puede ser algo diferente y siempre requiere de mucha mano izquierda. Por ello, los técnicos de recursos humanos suelen evitar hacer amistad con sus compañeros. Saben que cualquier día les podrá tocar mantener una conversación poco agradable con ellos. En el contexto laboral, cuando a uno le dan una noticia que no se ve venir y es el último en enterarse, en este caso la persona podría emitir una reacción poco propia de su forma de ser habitual o incluso mostrarse agresiva.
No olvidemos que el impacto de la noticia, unida a la desesperación de esta puede llevar a la persona a intentar “matar al mensajero”. Si somos el mensajero, pues, deberemos desvincularnos de lo sucedido en la medida de lo posible. Haremos entender al otro que “no es algo personal”, que “lamentamos darle esa noticia”, y que “sentimos mucho lo que le está pasando”.
Sin duda, a la hora de dar malas noticias, los adultos aprecian que se vaya al grano. Más que nada porque los preámbulos o darle vueltas al asunto no se van a apreciar. Incluso es posible que se olviden completamente tras el shock del comunicado o generen una reacción peor. El orden debe ser el siguiente:
Por definición, hay que procurar dejar a los niños al margen de los problemas que debemos resolver los adultos, sin transmitirles nuestra angustia o inseguridad. Esto significa que, lamentablemente, cuando hay que dar una mala noticia a un niño pequeño, esta suele trágica, como puede ser la muerte de un ser querido o la de una mascota. Esto nos lleva a una primera cuestión: ¿quién debe dar una mala noticia al niño?
La persona que debe comunicar algo triste o grave debe ser siempre una persona muy cercana al niño. A ser posible, habrá de hacerlo su primera figura de seguridad y a la que él mismo recurriera en caso de pasarle algo. Esta persona suele ser la madre, pero también podría serlo el padre. Además de los progenitores, las cuidadoras, los abuelos, o incluso los tíos podría asumir ese papel si fuera necesario.
Al contrario que sucede en los adultos, con los niños no se debe ir al grano, porque a veces ni siquiera tienen claros conceptos como la muerte o la pérdida. En el caso de los más pequeños podrá ser necesario recurrir a metáforas y símiles que ellos comprendan, usando siempre un lenguaje acorde a su edad. En todo caso, lo sucedido se le deberá explicar en su entorno familiar y a ser posible en su casa. Siempre sentado y en una posición próxima a la nuestra, que permita el contacto físico, como pueda ser un abrazo si vemos que lo necesita y se pone a llorar. Será muy importante validar las emociones del niño, cualesquiera que sean.
¿Por dónde empezar? Después de una desgracia es fácil que el niño haya oído algún comentario o haya percibido que ha pasado algo malo. Por eso, una manera de abordar el tema es preguntarle sobre lo que sabe acerca de lo que ha pasado. Habrá que dejarle hablar y permitir que pregunte lo que quiera, para contestarle siempre con franqueza. Los paños calientes en forma de falsas esperanzas también son un error en el caso de los niños. Si le hacemos creer que la situación se puede revertir o corregir y no es así, el pequeño nos lo podrá echar en cara en el futuro.
Cuando son más mayores debemos tener en cuenta que nos será imposible controlar lo que vean y oigan en los medios de comunicación, en redes sociales o a través de su móvil. En este caso deberemos tratar de estar al día de la forma en que se ha difundido la noticia para comentarla desde este punto de vista con el adolescente o preadolescente. Será conveniente advertirle de que oirá y verá cierto tipo de cosas para que esté preparado y le resulten menos dolorosas.
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