Suele ser muy positivo que un concepto psicológico clínico se popularice pues, aunque sea a base de modas, la oportunidad siempre puede aprovecharse para hacer labores de divulgación, concienciación e incluso, si procede, prevención. En este caso el concepto al que le ha llegado su minuto de gloria y que a tan buen ritmo se está popularizando es el de carga mental. Estoy segura de que algo te quiere sonar y que en las últimas semanas has escuchado hablar de ello más de una ocasión, cuando quizá nunca antes se te había pasado por la cabeza.
Pues bien, eso a lo que los medios de comunicación se refieren como carga mental tiene mucho que ver con otro concepto psicológico, el de rumiación cognitiva, que muy a menudo trabajamos en la terapia cognitivo-conductual. Por supuesto no hablamos exactamente de lo mismo, el de carga mental es un concepto más sencillo (porque las rumiaciones con las que trabajamos en terapia cumplen una función bastante compleja). En cualquier caso, la carga mental pone el foco de atención en ese bucle de pensamientos que nos acompaña pesadamente a lo largo del día. Esos que ocupan muchos de nuestros recursos mentales y que termina por agotarnos.
Ese runrún, por llamarlo de alguna manera identificable, es algo que afecta a muchas personas. En el mejor de los casos, altera su normal funcionamiento y sus niveles de rendimiento en las tareas cotidianas. Y en el peor de los casos, acaba generando unos niveles de estrés y ansiedad que pueden llegar a ser patológicos y difícilmente soportables.
¿Cuál es el contenido de ese runrún y por qué se nos hace tan insoportable? Pues bien, eso que nos ronda la mente de manera constante no es otra cosa que un cúmulo de alertas y notas mentales que incesantemente nos recuerdan qué es lo que tenemos que hacer, qué es lo que no se nos puede olvidar y cuáles son los mil millones de cosas que estamos gestionado a la vez. Es en efecto una pesada carga que no nos permite desconectar la mente y ponerla en modo descanso, y que por lo tanto es razonable y esperable que termine por agotarnos.
Esa responsabilidad de planificar, organizar, coordinar, supervisar y gestionar el día a día ronda nuestra mente de tal manera incesante que puede mantenernos alerta hasta la extenuación. Ante tal nivel de estrés sostenido en el tiempo, la sintomatología propia de la ansiedad no se hace esperar. El inmenso coste de esta carga no se ve, sus estragos no son apreciables a simple vista y su peso invisible convive con nosotros desde hace tanto tiempo… tanto que ni siquiera nos habíamos dado cuenta de ello, lo habíamos dado por sentado, nos habíamos condenado, de base, a funcionar bajo esa presión.
Y lo peor de todo, una vez más, no es que las consecuencias de esa carga mental se correlacionen directamente con nuestra vulnerabilidad frente al padecimiento de síntomas emocionales. Lo peor de todo es que toda esa actividad mental que nos desgasta tiene que ver con preocupaciones del día a día. Tan mundanas pero a la vez tan relevantes como la gestión del hogar o la organización de la agenda familiar. Lo que hace que tengamos que plantearnos, una vez más, que es la mujer la que resulta más afectada por el peso de la carga mental.
Y que es la salud psicológica y física de la mujer la que más se resiente. De nuevo se repite la historia: las mujeres sufrimos más que los hombres las consecuencias colaterales de la distribución de roles, porque es sobre nosotras, en la mayor parte de los casos, sobre quienes recaen todas las responsabilidades de la organización del día a día familiar.
Y no nos referimos ya a la realización en sí misma de las tareas del hogar, que también sigue pesándonos más a nosotras que a ellos, sino que cuando hablamos de carga mental no hablamos de trabajo físico sino de trabajo mental. Organizar el cumpleaños del niño, gestionar la agenda de actividades extraescolares de los niños o gestionar la agenda familiar, planificar el fin de semana u otras fechas señaladas de modo que se cumpla con todas las obligaciones de la familia, anticiparse a dificultades y obstáculos, estar pendientes de mil frentes abiertos, tener en cuenta las necesidades de todos…
Todas estas preocupaciones que conllevan procesos de toma de decisiones, anticipación, gestión y planificación recaen eminentemente sobre la mujer e incrementan su volumen y su peso cuando la mujer se convierte en madre. Y no afirmo tal cosa desde la particular percepción que me permite tener en trabajo diario en la consulta, a lo largo del cual puedo tomarle el pulso a muchas familias; sino a partir de las conclusiones de un estudio que con metodología científica ha realizado en nuestro país la web Próxima a ti de la empresa estadounidense P&B.
Los resultados del estudio son cristalinos: el 71% de las mujeres sufre carga mental, es decir, padece las consecuencias emocionales del estrés sostenido en el tiempo que todas esas cargas mentales suponen. En el caso de los hombres solo el 12% se ven afectados por el mismo fenómeno. Entre las preocupaciones que más estrés diario causan a las mujeres se encuentran la responsabilidad global por el funcionamiento óptimo del hogar, la necesidad de tener que dejar instrucciones cuando salen de casa o estar pendientes de que sus parejas colaboren, solo bajo petición expresa.
Si, por norma general, son las mujeres las que parecen estar pendientes de cada pequeño detalle para asegurarse de que las cosas funcionen, cuando la maternidad entra en juego tales cargas se agudizan. A ellas se les suman la atención a los hijos siendo su persona de referencia, y la gestión de todo cuanto tiene que ver con las demandas y la agenda del colegio.
En un ilustrativo ejemplo que acompaña al mencionado estudio, 5 mujeres y 5 hombres intercambian sus listas de tareas pendientes con sus respectivas parejas. Así descubren que mientras que las anotaciones de los hombres tienen mas que ver con tareas profesionales o personales, las de las mujeres son infinitamente mas largas y contemplan, además de lo personal y lo profesional, todo lo que tiene que ver con la organización y la logística doméstica.
El estudio justifica la herramienta psicoeducativa creada por la compañía P&G que ayuda a las parejas a identificar la naturaleza de la distribución que hacen de las tareas y gestiones relativas al hogar y les ofrece consejos de expertos para promover la igualdad… Ahora bien, quien piense que con esto está todo solucionado, está muy equivocado.
Este tipo de desigualdades no son más que el reflejo de una sociedad a la que aún le quedan muchos progresos por hacer en materia de igualdad. Y en la que los niños siguen creciendo en un entorno que tanto en lo microsocial como en lo macrosocial, ofrece modelos desiguales acerca de cuál es el papel del hombre y de la mujer en la sociedad, o de cómo deben desempeñarse los roles femenino y masculino tanto en casa como fuera de ella. Y dichos modelos se siguen reproduciendo a perpetuidad sin importar que se trate de una pareja formada por dos hombres, dos mujeres, o un hombre y una mujer.
Los roles desiguales siguen desprotegiendo y sobrecargando a quien juega el papel femenino, condenándola a sacrificar mucho de su desarrollo personal y profesional para dedicarse al cuidado de los demás y a la atención del buen funcionamiento de todo en general. Por supuesto que los valores que se promuevan en cada familia, de puertas para adentro, son y deben ser respetados dentro de la tradición de cada casa. De eso no hay duda.
Pero a otro nivel, en el sentido de la concienciación en los medios de comunicación, de la educación en las escuelas, y de la promoción de valores que la sociedad hace en su conjunto, tenemos la responsabilidad de ofrecer a los menores en desarrollo un modelo alternativo para que puedan al fin integrar la igualdad de derechos y deberes para todos, sin importar el género. No existe otra manera de acabar con la repetición de modelos arcaicos que sacrifican el bienestar de la mujer en nombre de una responsabilidad que no le corresponde a ella en exclusiva.
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