¿Por qué los niños no obedecen a la primera?

Tu caso no es aislado: normalmente hay que decir las cosas varias veces.

Patricia Peyró. 13/03/2018

La desesperación a la hora de conseguir la obediencia de los hijos es un factor común entre todos los padres. Ese: «¿por qué tengo que repetir las cosas veinte veces?» o ese «¡obedece a la primera!» son preguntas de lo más habituales entre madres desesperadas, luchando diariamente a la hora de preparar baños y cenas, o de padres tratando de meterles en el coche para ir al colegio. La desobediencia infantil forma parte de la rutina infantil, del mismo modo que nosotros tendremos que responder a ella con insistencia y un poco de mano izquierda.

La realidad es que los pobres lo hacen sin querer y sin ánimo de fastidiar. Aun así, es una dinámica lo suficientemente recurrente e incómoda como para tomársela en serio: El padre (o  madre) pide algo y el niño no hace ni caso. Al cabo de varias veces, el progenitor pierde la paciencia y empieza a gritar, pero el niño sigue sin dar señales de apercibirse. A la quinta o sexta repetición, los padres ya van a la desesperada, tal vez arrastrándolo hasta la bañera, hasta el coche o hasta a la mesa para cenar. Pero, ¡algo se podrá hacer! ¿Cómo cortar este irritante bucle de desobediencia sin fin?

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Existen varias razones por las que los niños no hacen caso y por las que tú tendrás que repetírselo no una, sino varias veces

Por su parte, se trata de una cuestión de prioridades y de atención. Por la nuestra, de falta de comprensión respecto a sus intereses y motivación. ¿En qué momento se nos habrá ocurrido pensar a los padres que el mundo infantil funciona igual que el adulto? Error. Sigue estos consejos para entender mejor esta dinámica y ponerle solución.

Lo que le pedimos no es una prioridad para él
Cuando le llamamos para cenar y él está jugando a videojuegos, su prioridad son los videojuegos. En concreto, probablemente, estará tratando de salvar su propia vida en Fortnite o esquivando bichos en Minecraft. Conseguir llevarlo a la mesa pasará, en primer lugar, por captar su atención. O lo que es lo mismo: desviarla de lo que está haciendo. Para conseguirlo, en lugar de gritarle “¡A cenaaaar…!” desde la cocina, habrá que acercarse a él, decírselo, y asegurarse de que nos ha escuchado y entendido.

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Ante todo, no hay que perder la paciencia

Hay un aprendizaje de base que le da seguridad para desobedecer
De forma implícita existen varios comodines de repetición por los que el niño puede no hacer caso y no pasa nada.  Él lo sabe porque nosotros se lo hemos enseñado, dentro de lo que es una condición aprendida y repetida en el tiempo, en base a las consecuencias de sus actos en forma de premios o castigos. Bajo su planteamiento, “hacerse el sordo un par de veces no hará venir a mamá enfurecida chillando a por nosotros”. Bajo el nuestro, le hemos dado a entender que hasta que no comiencen las amenazas no pasa nada, y puede seguir haciendo lo que le dé la gana.

Para conseguir que haga lo que debe en cada momento habremos de cambiar el chip, entendiendo que llegaremos más lejos a base de aplaudir y recompensar sus buenos comportamientos, que reprobando o castigando los malos. No se trata de dar premios, sino más bien de saber que una sonrisa y unas palabras de reconocimiento podrán bastar y funcionar mejor que los castigos y amenazas.

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Cuando mandas algo tienes que asegurarte de hacerlo con claridad

Necesitan un poco de flexibilidad por nuestra parte
Lo que les pedimos no suele estar en sintonía con sus intereses, ni tampoco entienden por qué es tan importante lavarse los dientes y ponerse el pijama justo en este instante.  Por esta razón tendremos que ayudarles un poco haciéndoles sentir que ellos tienen parte del control, a base de negociar.

Como se suele decir, no conviene iniciar batallas que uno no puede ganar, y con los niños pasa lo mismo. Ellos no quieren obedecer, pero si negociamos con ellos les daremos una cierta sensación de poder y control sobre la situación. ¿Qué nos cuesta, por ejemplo, darles cinco minutos de margen? “Puedes seguir jugando un rato, pero cuando vuelva a avisarte ya te vas a la cama, ¿de acuerdo? ¿Cuánto tiempo necesitas para terminar?”

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Cuanta más empatía y mejor relación haya con el niño más fácil será que obedezca

Su desarrollo neurológico no está completo
Cuando el niño está centrado en una cosa está activando su corteza prefrontal, y realizar el cambio atencional no será tan sencillo para él como para un adulto, ya que su cerebro aún no está maduro. Entender estos desfases madurativos y respetar los tiempos del niño será fundamental para conseguir la educación y disciplina que buscamos inculcar en ellos.  Así lo aconsejan los neuropsicólogos como Drs. Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson. En su libro No drama-discipline dan las pautas para comprender la relación entre el desarrollo neurológico de un niño y la forma en que un padre reacciona ante la mala conducta, ya sea por desobediencia o por berrinches.

Una de las principales premisas de estos expertos es que el cerebro puede estar en “modo reactivo” o en “modo receptivo”. En el primero habrá reacciones de defensa en forma de ataque, huida o pasividad.  Sin embargo, el modo receptivo favorecerá el aprendizaje y, por ende, el buen comportamiento infantil. Para activarlo, tendremos que conectar con ellos previamente entendiendo por lo que están pasando a nivel de desarrollo neurológico.

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Siempre hay que dar órdenes razonables

Las órdenes deben ser claras
Nosotros sabemos lo que queremos de él. Pero, el niño, ¿se ha enterado de lo que tiene que hacer? Es más, ¿puede hacerlo, por capacidad o conocimiento? Cuando le pidamos que haga algo tendremos que ser claros y concisos.  Aún así, es posible que necesite ayuda para saber qué queremos decir exactamente con “recoger la habitación”. ¿Nos referimos a los juguetes, a doblar la ropa o a despejar la mesa del escritorio? En algunos casos nuestros hijos desobedecen porque no se han enterado de lo que tienen que hacer o porque, directamente, no lo saben hacer. En cualquier caso, como padres debemos dar órdenes razonables, y en algunos casos explicar el cómo y el porqué.

¿Cómo ejercer una autoridad razonable?
Si tenemos un niño desobediente será muy importante hacer un ejercicio de reflexión sobre el modo en que estamos manejando la autoridad. ¿Estaremos siendo demasiado duros? O, por el contrario, ¿demasiado blandos?  Ejercer una autoridad totalitaria será tan negativo como mostrarnos blandos. Exigir por exigir, “porque lo digo yo” y sin razonamientos, llevará al niño a una rebeldía en forma de desobediencia. Pero si somos muy blanditos no nos irá mejor, porque el niño aprenderá pronto a abusar de nosotros, no tomándose en serio nuestras advertencias y falsas amenazas en forma de castigo que jamás llevaremos a término.  Como en todo, habrá que ir al término medio.

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