«Eres el mejor», «eres la más guapa», «el equipo no sería nada sin ti» o «los demás deberían ser como tú» son frases que muchos progenitores dedican a sus hijos e hijas. Lo hacen con la intención de aumentar su autoestima y reforzar la valoración que tienen de sí mismos. Pero lo expertos tienen una opinión bien distinta. Advierten de que muchas veces se presta demasiada atención a la baja autoestima, que puede afectar al desarrollo de los niños, pero se descuidan las consecuencias de un exceso de autoestima.
Algo que puede llevar a criar a niños individualistas y egocéntricos. Pequeños emperadores con conductas nocivas tanto para ellos mismos como para los demás. Y es que, según un estudio de la Universidad de Washington, la autoestima infantil empieza a establecerse a la temprana edad de cinco años.
«Tenemos tanto miedo de una posible baja autoestima que nos creemos que, para no tenerla, lo bueno es que sea muy alta», señala Sylvie Pérez, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. «En niños con una autoestima excesivamente alta pueden surgir conductas clasistas, desprecio por la autoridad, competitividad excesiva, la necesidad de demostrar a los demás lo mucho que yo valgo y, por tanto, lo poco que valen los demás», advierte la psicopedagoga sobre los riesgos de hinchar demasiado la autoestima de los pequeños a la hora de educarlos.
Además, esto se agrava en una sociedad tan competitiva como la nuestra, en la que ser el mejor es una de las máximas aspiraciones. Construir una autoestima alta no es malo, pero hay que tener cuidado, como avisa la profesora. «Criar a niños con la creencia de que son muy buenos e invencibles hace que, de mayores, no puedan medir el riesgo de sus acciones ni actuar con objetividad, tengan un sesgo a su favor y, como se consideran buenos y válidos, valoren a los demás por su propio rasero, con un gran narcisismo».
Parte del problema es la inseguridad de los padres a la hora de educar a sus hijos, como apunta Ferran Marsà, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. «La generación nacida en los 80 es la primera que, cuando ha tenido hijos, ha reflexionado sobre su paternidad a través de su infancia y de la relación que tuvieron con sus padres, algo que se ve en el ámbito clínico», añade. «Ahora, cuando tienen niños, proyectan las experiencias que han vivido, y eso a veces lleva a malentendidos».
Este contexto tan diferente del que vivieron sus padres provoca que se pierdan un poco y que se haya pasado de una generación que no se cuestionaba nada a otra que se lo cuestiona todo. «Creo que hemos pasado de un extremo a otro, de patrones educativos franquistas o posfranquistas a otros que se escapan de la realidad, sin ninguna evidencia más allá de teorías pedagógicas sobre la autoestima».
Hay otros factores que afectan a la hora de construir la autoestima de los niños. Por una parte, Marsà cree que la paternidad y la maternidad se han convertido en un negocio, con pautas y guías que marcan cómo debe ser un buen padre o cómo es una mala madre, y que pueden provocar inseguridad en los progenitores (además de la aparición de arquetipos negativos, como los denominados progenitores quitanieves).
«Se ha convertido en una trampa; si los progenitores no consumen este negocio mediático, hace que se sientan mal o se comparen con otros padres». De hecho, considera que las malas prácticas como tal no existen, «pero quizás los padres tengan que hacer autocrítica y autorreflexión para ser conscientes de que muchas de esas cosas son anuncios intentando vender un método y para hacer más caso a lo que les dicen los pediatras».
Entonces, ¿cuál es la clave para evitar no solo una baja autoestima, sino también un exceso? «La clave es el equilibrio», afirma Pérez. «Si tengo una autoestima muy alta, no necesito a los demás; si la tengo muy baja, no puedo hacer nada sin los demás. Lo adecuado es tener una autoestima alta, pero ser capaz de escuchar a los demás, empatizar con sus pensamientos y sentimientos, incorporar sus opiniones».
De hecho, la profesora subraya que casi siempre se hace hincapié en la baja autoestima, pero se pasan por alto los problemas de la autoestima excesiva, ya que se considera que un progenitor siempre va a intentar que su hijo o hija tenga la más alta posible como señal de cariño y buena paternidad y maternidad. «Siempre hay que intentar equilibrar. Querer también es esto, aunque sea difícil. El futuro solamente es de los que son capaces de adaptarse y de flexibilizar. Las personas que son rígidas o autoritarias, o las que se dejan llevar, son las que más sufren».
Marsà coincide en que ese punto medio es el ideal a la hora de desarrollar la autoestima de los niños, aunque no siempre sea fácil. «El concepto de mal padre o mala madre se asocia con prácticas que evitan traumatizar a los hijos. Hay que encontrar un término medio para que el niño se responsabilice de sus acciones, porque es una cosa muy humana y también forma parte del desarrollo de la autoestima». También apunta que se debe reforzar la comunicación entre los padres, la escuela y los centros sanitarios, ya que son los agentes principales que intervienen en el desarrollo y la adaptación de la identidad de los niños y las niñas.
Como concluyen tanto Marsà como Pérez, el tema de la autoestima infantil es un campo en el que todavía no existe mucha investigación, sobre todo en España, por lo que es complicado marcar pautas concretas para desarrollarla adecuadamente. En el ámbito europeo, se puede encontrar el estudio Health Behaviour in School-aged Children (HBSC), un proyecto sobre las conductas de los jóvenes escolarizados auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el que participa España, pero «es un campo complejo metodológicamente a la hora de evaluar», como comenta Marsà, que añade que «se sabe poco de la influencia de padres y escuelas en la autoestima infantil, aunque algunos investigadores ya están apuntando más a estudios cualitativos».
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