Se suele decir, con gran criterio, que la familia no se elige. Con ello nos referimos al hecho de tener que lidiar, durante toda la vida, con algunas personas que nos resultan psicológicamente nocivas o tóxicas, sólo por el hecho de ser familia. El consuelo en estos casos es refugiarse en los buenos amigos, que sí se eligen, para que nos den el apoyo que no encontramos en esa familia nuclear de inicio. Pero ¿hasta qué punto es verdad que hay que soportar, eternamente, los malos ratos que nos pueden hacer pasar nuestros “seres queridos”? Existen un par de fórmulas con las que será posible manejar las reuniones familiares más complicadas durante las próximas fiestas de Navidad.
La familia es la primera estructura social y también la más importante. En ella nacemos y es la que nos proporciona una base afectiva y de seguridad que nos condicionará el resto de nuestra vida. Para empezar, lo hará generándonos unos tipos de apego o forma de relacionarnos con los demás.
Cuando los vínculos de nuestra infancia hayan sido sanos y sólidos, formaremos un apego seguro en la edad adulta, por el que seremos personas independientes y seguras de nosotros mismas. Esto nos hará, asimismo, volver a nuestros orígenes con tranquilidad y simpatía. Pero ¿qué sucede cuando, en el seno de la familia, en lugar de sentirnos bien, nos sentimos mal?
La literatura y el cine se han encargado de reflejar las auténticas barrabasadas que se hacen en nombre de la familia. Recurriendo a los clásicos, ¿quién no recuerda La casa de Bernarda Alba? En ella, en nombre de la honra, se justifica el control extremo de las hijas, anulando su voluntad. ¿Y qué decir tiene la familia Corleone? En este caso, la saga de El padrino refleja la dicotomía de, por un lado, ser unos criminales, con la idea de preservar unos lazos familiares y el respeto por la autoridad y la experiencia del líder.
En ambas obras magistrales, hay una justificación de los vínculos patológicos sostenidos dentro de las dinámicas familiares. Y todo, precisamente en nombre de la familia, tal y como sucede en tantos casos, en los que el concepto de esta se distorsiona. En lugar de ser un refugio, se convierte en un sitio hostil en el que se dan dinámicas opresivas en las que los miembros individuales pueden llegar a perder su autonomía y libertad.
Generalmente, el malestar dentro de la propia familia tiene lugar cuando las relaciones no han evolucionado en una buena dirección y hay un desequilibrio entre las personas. Estos son algunos ejemplos cercanos:
Cuando planeamos las veladas navideñas, todos estamos de acuerdo en que a ninguno nos apetece discutir. Mucho menos nos desplazaremos geográficamente para meternos en una discusión, del tipo que sea. Casi con toda seguridad, podrás sortear los problemas en las reuniones familiares de Navidad aplicando los siguientes consejos:
Es habitual aprovechar estas reuniones para exponer, por encima, los nuevos proyectos que uno tiene entre manos, aunque esto último no es necesario porque nos arriesgamos a la evaluación de los demás y a que nos den su opinión, que nos pueda resultar irritante.
Por nuestra parte, lo mejor será también no opinar, muy especialmente cuando nadie nos ha pedido consejo. Esto implica aceptar las decisiones de cualquier otro familiar, que podrá ser adulto, niño o adolescente, pero con unos padres o tutores que son los que deben velar por sus intereses.
La confianza no tiene por qué dar asco, pero abusar de ella siempre es un error. Por eso no conviene hacer asunciones de ningún tipo cuando se trate de nuestros familiares.
Es decir: sólo porque nosotros estemos firmemente convencidos de algo y lo veamos claro, no quiere decir que esto mismo lo vayan a pensar también nuestro padre o nuestro hermano.
Ni mucho menos los cuñados, que son agentes externos a la familia pero que aportan ideas en casa que suman como la de uno más. Actuar sin confianza es hacerlo como si fuéramos unos cordiales vecinos con los que mantenemos una relación afable.
Unos más que otros, tenemos una tendencia moral que nos lleva a dar lecciones, corrigiendo a la gente que hace o dice cosas impresentables que denoten, por ejemplo, agresividad o abuso de poder. Sin embargo, la Navidad y las celebraciones de estas fechas no son momento de aleccionar a nadie.
Ten en cuenta que la gente que hace alarde de ese tipo de conductas o afirmaciones reprobables las hace porque las tiene muy interiorizadas y forman parte de su personalidad.
Por tanto, tratar de corregirlas durante la cena de Nochebuena ejerciendo o de abogado del diablo en pro de la justicia moral no sólo no va a cambiar esa actitud, sino que nos puede llevar a enzarzarnos en una discusión incómoda.
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