En la era de Internet todos conocemos la capacidad de propagación de noticias e información, lamentablemente no siempre veraz. Si cualquier adulto e incluso figuras relevantes y altos dirigentes de la sociedad pueden caer en la trampa, ¿qué no le puede pasar a un menor? Las fake news corren como la pólvora y entre los niños y no se refieren precisamente a noticias políticas. Entre menores, los contenidos más interesantes son otros, generalmente relacionados con cotilleos en torno a un niño o adolescente en concreto.
La consecuencia es la publicación de bulos y ofensas online que después se propagan a través de la práctica del ciberacoso. Generalmente por WhatsApp y redes sociales como Instagram y Tik Tok. Esta realidad nos obliga a los padres a dos cosas. Por un lado, debemos ayudar a los niños a detectar bulos y fake news. Por otro, instruirlos en valores para que no participen en la difusión de rumores crueles sobre otros niños.
Detrás de la producción de fake news muchas veces hay intereses políticos y sociales. Pero la mayoría de las veces, económicos. Sea cual sea la motivación, los bulos, fake news o leyendas urbanas suelen tener en común una serie de variables, que comienzan por un titular sensacionalista que nos llevará a pinchar en una noticia, generando así visitas que habitualmente se pueden monetizar.
Explicarles este hecho a los niños, con palabras acordes a su entendimiento, será fundamental en su educación. Hacerlo así hará que poco a poco, y a medida que vayan creciendo en edad y madurez, vayan confiando en su propio criterio, o al menos comiencen a dudar de toda la información que reciben. Y lo más importante: que conozcan la importancia de contrastar. Este hecho se aplica tanto a noticias sensacionalistas como a otras de índole social, más cercanas e inmediatas a la realidad de su vida, referidas a algún niño conocido de su entorno que pueda comenzar a ser víctima del ciberbullying.
Si existe un enemigo potencial capaz de arruinar la vida de alguien, también de un niño, se trata del rumor. Su homólogo digitalizado sería el ciberrumor o el cibercotilleo, con una capacidad de expansión infinitamente superior a las habladurías de toda la vida y con una relación directa con el ciberbullying. Todos conocemos lo que son los rumores o cotilleos, aunque pocas veces nos paramos a pensar en las repercusiones que puedan tener. Definidos como «proposiciones o creencias que se transmiten oralmente como ciertas, sin medios probatorios seguros para demostrarlas», las habladurías realizadas a través de las redes sociales y de otras vías virtuales cobran especial relevancia a la hora de iniciar conductas de ciberacoso.
Un tipo de acoso u hostigamiento que se vale de las nuevas tecnologías para agravarlo, expandirlo y aumentar su capacidad de perjuicio y dolor al que resulta damnificado. La implicación del cibercotilleo en el ciberacoso es bien conocida e incluso ha sido observada científicamente. En este sentido, un estudio de psicología de la Universidad de Córdoba examinó la relación entre ambas cosas en estudiantes de primaria. En este estudio, la investigadora Inés C. López-Pradas y su equipo analizaron el fenómeno psicométricamente, hallando una relación significativa entre el cibercotilleo y el ciberacoso.
Para realizar la investigación, las autoras emplearon dos test en una muestra de 866 alumnos de primaria, entre 10 y 13 años: el Ciybergossip-Q-Primary y la versión española del test Cyberbullying Intervention Project Questionnaire. Entre sus conclusiones, publicadas en la revista Elsevier, manifiestan que el cybergossip o cibercotilleo es un complejo proceso de comunicación on-line, cuya práctica puede fomentar comportamientos asociados con la ciberagresión y cibervictimization.
Las autoras inciden en la ausencia de la comunicación no verbal como un factor muy peligroso en la medida en que un rumor que inicialmente no pretendía ser malintencionado puede terminar siéndolo, e incluso propiciar un ciberacoso. La comunicación virtual puede favorecer más fácilmente «la aparición de malentendidos, conflictos y atribuciones de intenciones no encontradas en el remitente o receptor», explican. A esto hay que añadir cómo «las nuevas tecnologías permiten guardar y almacenar información o secretos sobre terceros específicamente en grupos de mensajería instantánea», con el peligro de que «este contenido se pueda utilizar para difundir rumores maliciosos, extraídos de un contexto más amplio y utilizados para torcer la verdad».
Además de las ofensas y agravios realizados entre niños, debemos enseñarles, desde edades tempranas, a detectar las fake news o noticias lejanas a la verdad. Los bulos de Internet generan dudas y desinformación, y los niños y adolescentes son un público especialmente vulnerable. Se valen, como punto de partida, de la generación de alarma y miedo en el receptor del mensaje, y aluden a la inminencia de que va a pasar algo malo. Por ejemplo, nos dicen que nos van a cobrar por algo que antes era gratis. Que existe un riesgo de intoxicación o enfermedad. Algún virus circulante que terminará con nuestros dispositivos en cuestión de minutos. O incluso la amenaza de un atentado terrorista.
Tienen en común también el ser poco precisos e incluso ambiguos. Hecho que se nota en la redacción de la noticia, que es de baja calidad. Además de no presentar ni la autoría de la noticia ni ninguna fuente en la que basar ese hecho tan terrible que está a punto de suceder. Por otro lado, estos bulos tienen gran facilidad de propagación, ya que invitan a compartir la noticia con urgencia.
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