El sentimiento de hiper responsabilidad, o esa necesidad de responder por lo nuestro y por lo de los demás, despunta ya en la infancia como un rasgo de personalidad. ¿Quién no conoce a alguna niña, por ejemplo, que parece la madre de todos sus hermanos y primos, salvando siempre todas las situaciones grupales potencialmente “castigables” por los padres?
Ese impulso de dar la cara y de actuar para evitar catástrofes propias y ajenas es, en principio, un atributo positivo. Sin embargo, si va a más, puede cronificarse y tornarse en obsesión o en lo que se conoce como culpa tóxica. Los padres deberán intervenir con sus hijos, enseñándoles a gestionar una tendencia que tiene tanto de heredada como de aprendida.
Muy alineado con la búsqueda de perfección está la responsabilidad: ese sentimiento por el cual uno tiende a asumir sus obligaciones y a cumplir con sus compromisos. En principio esto parece una buena cualidad y, efectivamente, lo es. Sin embargo, llevada al extremo puede suponer un problema. Lo que diferencia a una persona que responde de sus actos de otra hiper responsable es que esta última se sobrelimita. Es decir, asume su responsabilidad y siempre responde por lo suyo, pero también por lo de los otros.
Entre los adultos, y muy especialmente en el contexto del trabajo, tener un compañero hiper responsable puede ser una suerte. Con él uno siempre estará seguro de que entregará los trabajos a tiempo y de que siempre salvará la situación de todo el grupo. En niños, estos patrones de comportamiento hiper responsables es fácil que comiencen a manifestarse de esta misma manera en edades tempranas. Sobre todo a la hora de entregar trabajos grupales en el colegio. Por esta razón conviene observar el comportamiento de nuestro hijo en casa, prestando atención a los comentarios que hace sobre sus tareas en grupo. Detectar las tendencias hacia la hiper responsabilidad y poder corregirlas será más fácil si se establece de forma regular alguna reunión con el profesor.
La hiper responsabilidad, pues, podría considerarse como una forma de patología por la que uno se siente obsesivamente responsable por las acciones propias, pero también por otras que escapan a su propio control. El mecanismo cognitivo que subyace a esta urgencia de intervenir en algo, aunque no tenga que ver con nosotros, se trata en realidad de un sesgo. O lo que es lo mismo: en nuestro cerebro se produce una interpretación errónea de la realidad, que nos dicta la obligación de hacer algo para evitar un mal mayor, a nosotros mismos o a otros.
No hacerlo así (no hacer algo para resolver el desastre que está por venir) supone un terrible debate en nuestro fuero interno. En el cerebro se libra, pues, una encarnizada lucha entre el bien el mal, o entre lo que debemos hacer y lo que no. Eludir esa responsabilidad autoimpuesta llevará, inevitablemente, a un gran sufrimiento posterior en forma de obsesiones. La consecuencia será un intenso sentimiento de culpa sobre lo que ha podido suceder o sucederá como consecuencia de nuestra falta de intervención.
El lado patológico de ir más allá de nuestras propias atribuciones se entiende por el modo en que la hiper responsabilidad se relaciona con el Trastorno Obsesivo Compulsico (TOC), desarrollando síntomas propios de este. Así, aunque a todos nos pueda dar de vez en cuando algún “ataque” de hiper responsabilidad (por ejemplo, cuando recogemos basura en la playa tirada por otros, pensando en el bien del medio ambiente) en los afectados por TOC es muy diferente.
En el obsesivo-compulsivo se repite siempre el mismo patrón entre pensamiento obsesivo y emoción negativa. Lo que hacemos para evitar ese malestar, perpetuándose un círculo vicioso de obsesión y compulsividad:
La doctora, investigadora y editora de temas médicos y de salud Alicia M. Prater explica el y sintetiza las diferentes teorías que explican el origen de la culpa tóxica causada por la hiper responsabilidad:
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