“SUPERDOTADO…”– A priori la idea suena bien, parece algo objetivamente deseable: que mi hijo sea superdotado, que sea más inteligente que la media de las personas de su misma edad, que sea el más listo de la clase, que sea un niño prodigio, que sepa más que nadie, que destaque, que muestre habilidades excepcionales… Por regla general a nadie le apetece que su hijo reciba un diagnóstico, sea del tipo que sea, pero si se trata de certificar que el pequeño posee unas condiciones intelectuales que exceden de lo normal, entonces la cosa cambia y todo se tiñe de un barniz positivo.
Pues bien, el niño superdotado tiene, efectivamente un potencial extraordinario: normalmente desarrolla el lenguaje mucho más pronto que el resto de los niños (puede empezar a hablar antes de haber cumplido un año de vida y a leer alrededor de los 3), tiene una excelente memoria que hace que desde bien pequeñito ya acumule una ingente cantidad de conocimientos y que pueda recuperarlos con pasmosa rapidez. Es tremendamente curioso, tiene una enorme capacidad para las matemáticas y es capaz de hacer razonamientos que sorprenden por su nivel de cientificidad y de complejidad. Es creativo e innovador, le apasionan determinados ámbitos de conocimiento en los que profundiza hasta convertirse en todo un experto. Resulta brillante y, a menudo, exhibe su lucidez en público. Se relaciona con los adultos con excelentes habilidades de conversación, y posee una especial sensibilidad para leer y comprender a otras personas, además de tener una conciencia de lo social, de lo ético y de lo moral que ya sería deseable para muchos adultos.
Te resumo de una manera clara y concisa cómo funciona la mente del superdotado, cuáles son los procesos cognitivos que los hacen especiales, y cómo es la expresión psicológica de sus excepcionales habilidades, en base a 3 características principales:
La combinación de estas 3 características básicas del funcionamiento intelectual del superdotado es la que conforma una mente brillante. Aparentemente todo son ventajas, ¿acaso no lo parece?
Sin embargo, el niño superdotado es diferente, y eso conlleva ciertas dificultades. Es diferente desde muy pequeño, y continúa siendo diferente a edades no tan tempranas, en las que la referencia del grupo de iguales y la pertenencia al mismo es imprescindible para una sana construcción de la autoestima. Por eso, es importante identificar con rapidez a un niño con altas capacidades, evaluar sus necesidades específicas, y ofrecerle los recursos necesarios para protegerle de los riesgos a los que, a nivel emocional y psicológico, está claramente expuesto.
El niño superdotado sufre un desarrollo asincrónico, lo que significa que en un mismo momento madurativo coexisten en él disonancias entre sus habilidades intelectuales y cognoscitivas, y el resto de las áreas de su desarrollo. Su edad mental y su edad cronológica evolucionan de manera descompasada, además, en el abordaje de muchas situaciones a las que se enfrenta en el día a día, se manifiestan y conviven en el niño procesos cognitivos propios de edades bien distintas.
Dada la especificidad de sus procesos de desarrollo madurativo, queda más que justificada su sensación de singularidad, su propia conciencia y consideración de ser diferente o peculiar. No es de extrañar, por lo tanto, que muy a menudo acuse los síntomas de la soledad y el aislamiento, por mucho que sus experiencias internas le resulten enriquecedoras. Las características mismas de su extraordinario proceso de desarrollo lo convierten en un niño excesivamente activo que, en determinados contextos sociales, puede ser incómodo y que llega incluso a recibir errónea e injustificadamente el diagnóstico de déficit de atención o hiperactividad.
Paradójicamente, además de la dificultad para sentirse identificado, autoafirmado, reconocido y acogido en el grupo de iguales y de la potencial sensación de rechazo que todo ello conlleva, uno de los problemas a los que el niño superdotado se enfrenta es el del fracaso escolar. El niño superdotado no encuentra su lugar en un sistema de enseñanza que no le proporciona lo que necesita, y que no le estimula lo suficiente. Por un lado, se aburre y, por otro lado, se inquieta y se frustra, pues las demandas que deposita sobre los profesores suelen quedarse sin respuesta o tienden a interpretarse como una conducta soberbia, altiva o desafiante por su parte.
Además, las personas con altas capacidades son conscientes de su particular capacidad intelectual desmedida y desarrollan desde muy pequeñitas un discurso excesivamente exigente con respecto a sí mismos. Son auto críticos y hasta auto castigadores, son intransigentes con sus errores y su perfeccionismo les conduce en ocasiones a convivir con altas dosis de ansiedad.
La inmensa mayoría de los niños con altas capacidades no son identificados como tal hasta que no han sufrido ya muchos de los ‘daños colaterales’ de su condición de superdotados, algunos de los cuales no son siempre fácilmente reversibles, o hasta que no han entrado ya en la edad adulta. La adecuada y pronta detección de las altas capacidades es fundamental para proveer al niño del entorno que necesita tanto para desarrollar todo su potencial intelectual, como para garantizar su bienestar emocional.
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