PSICOLOGÍA

Por qué las amenazas no funcionan bien con los niños

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Parece una obviedad decir que amenazar a un niño no está bien. Seguramente todos estamos de acuerdo en ello. Sin embargo, lo deberíamos decir con la boca pequeña, y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. La realidad es que las amenazas forman parte del repertorio disciplinario más habitual de los padres. No en forma de ultimátums violentos, por supuesto, sino en un grado de «aviso”, a veces con la fórmula de “contar hasta tres”, en los mejores casos.

En los peores, pretenderán ser una “advertencia fuerte” que ya puede albergar palabras mayores. Eufemismos y nobles intenciones aparte, las amenazas no son la mejor opción para educar. La buena noticia es que es posible corregir los comportamientos infantiles a través de otros métodos más positivos que las amenazas y que siempre darán mejores resultados.

Muchas veces amenazamos a nuestros hijos para que rectifiquen su comportamiento, y a veces lo hacemos hasta sin darnos cuenta (Foto: Pixabay)

¿En qué consiste una amenaza?

Tal y como explican en el diccionario, amenazar es la acción de “dar a entender a alguien la intención de causarle algún mal, generalmente si se da determinada condición”, así como “anunciar, presagiar, o ser inminente algún mal”. Dicho esto, vemos que el denominador común de cualquier amenaza es la negatividad, así como unas consecuencias nefastas y aterradoras. Y que el vehículo conductor de todas ellas es la intimidación. O sea: atemorizar para conseguir un resultado, que en este caso es la supresión o la corrección de un comportamiento.

Sin embargo, lo que quieren los padres y educadores no es eso (meter miedo), sino reprender o reconducir al niño en su comportamiento, por su propio bien y por el de la convivencia social. Y para conseguirlo, veremos que este tipo de violencia verbal no es necesario. “Si vuelves a chillar, no venimos al parque más”, “como vuelvas más tarde de las once, no entras en casa”, “como te sigas portando mal, va a venir la policía a detenerte”, “no te levantas de la mesa hasta que te lo comas todo”…  Si te suenan estas frases es normal, porque forman parte del repertorio parental de amenazas frecuentes, además de ser casi siempre estériles y hasta ridículas.

Habitualmente se recurre a las amenazas como último recurso educativo y cuando el progenitor no sabe qué hacer (Foto: Pixabay)

Por qué las amenazas no son una buena idea para los niños

Hay varias razones por las que no amenazar y sustituir esta “técnica” disciplinaria por otras más positivas, pero las más importantes son las siguientes:

  • Las amenazas dañan la autoestima del niño y le pueden producir una respuesta negativa, en forma de agresividad, rebeldía o resentimiento.
  • Generalmente pueden funcionar en el momento, pero son poco efectivas en el medio y largo plazo:  repetidas, a menudo impiden que se cree un vínculo más positivo y seguro entre padres e hijos, generándose en su lugar una dinámica en la que uno es el tirano o abusón -el progenitor- y el más débil y con menos recursos defensivos -el niño- tiene que obedecer, al margen de las razones.
  • La mitad de las veces las amenazas que les hacemos a los niños son absurdas y ni siquiera se llegan a cumplir. Este hecho le hace sentir mal al propio padre, que se pone en evidencia, y el niño enseguida aprende que no van en serio.
  • Cuando se hacen gritando, se les está inculcando un aprendizaje colateral:  que chillar está justificado para conseguir lo que uno quiere, para reprender o incluso para intercambiar opiniones.
Psicológicamente las amenazas se hacen desde el abuso de poder y perjudican el vínculo paterno-filial (Foto: Pixabay)

Sustitutivos a las amenazas de los niños

Cuando se recurre a la amenaza significa que otros métodos más amables están fallando y se está al borde del fracaso educativo para ese caso en concreto. Mejor sigue estos consejos, y sustituye las amenazas por estas formas de actuación proponen algunos expertos de la comunidad educativa BabyCentre:

  • Dar opciones: En lugar de imponerle a tu hijo que deje de hacer algo, ¿qué tal hacerle partícipe y responsable de su toma de decisiones? Por ejemplo, no digas “deja de dar golpes con el palo ahí, que lo vas a romper, o te lo quito”.  Mejor dí “yo sé que te encanta dar con el palo, pero es que estás rompiendo eso, ¿qué te parece buscar otro sitio para golpear?” De este modo, el niño se sentirá responsable de sus actos y más motivado para cejar en un mal comportamiento, como explica la pediatra Lisa Dana.
  • Emplear la distracción: Otra situación típica es cuando los niños se portan mal en una situación cotidiana y que les aburre, como es, por ejemplo, ir al supermercado. Para corregirlo, en vez de decirle “como no pares te quedas sin tele esta noche”, mejor decirle “¿qué tal si me ayudas a buscar los cereales que os gustan a papá y a ti?, ¿dónde crees que podrán estar?” Es una manera de usar la distracción, una técnica muy efectiva, según el psicólogo infantil Richard Gilham.
Siempre es mejor hacer propuestas en positivo que en negativo o basándose en un futuro castigo (Foto: Pixabay)

Busca soluciones en equipo

  • Buscar la cooperación voluntaria: Otra escena cotidiana se da a la hora de recoger los juguetes en una habitación patas arriba. En lugar de amenazar “como no recojas, no hay tablet después de cenar”, mejor proponer soluciones: “me gustaría que recogieras la habitación, ¿quieres que te acerque las cajas y los metes ahí ahora, o lo haces tú solo después de cenar?”  Tal y como apunta Lisa Dana, transformas la situación “Tú contra tu hijo” en un trabajo de amenazas y decide.
  • Solicitar algo y hacerle ver las consecuencias de sus actos: El coche es otro de los escenarios más habituales de broncas con los niños, ya que a veces se aburren y se dedican a chillar, a molestar, o incluso a pelearse con sus hermanos. En vez de amenazar “o paráis o doy la vuelta al coche y nos vamos a casa”, en este caso lo mejor es razonar: “No puedo conducir así porque podemos tener un accidente, así que voy a parar el coche y me avisáis cuando os calméis; hasta entonces estaremos parados”. En este caso se les hace ver que su comportamiento puede tener consecuencias graves y que en su mano está el cambiarlas.
Procura tornar las situaciones cotidianas estresantes con tu hijo en una oportunidad de aprendizaje para él (Foto: Pixabay)

El humor como herramienta educativa

  • Dejarle elegir a pesar de todo: Otro clásico es decirles que, si no se comen la comida (sobre todo las verduras), “no se van a mover de la silla hasta que terminen”, que “al día siguiente van a desayunar eso mismo”, o amenazas similares. Esto pone al niño en una situación difícil y puede generarle problemas de la conducta alimentaria o incluso aversión por ciertos alimentos. En vez de eso, es mejor dejarle que no se lo coma, pero advirtiéndole de que si tiene hambre no habrá otra cosa: “No te lo comas si no quieres, pero recuerda que luego no me puedes pedir galletas si tienes hambre”. Será una manera menos aversiva de guiarle hacia la opción correcta, pero dejándole decidir, como explica este psicólogo infantil.
  • Usar el humor contra la queja: En inglés, cuando alguien se queja mucho, se le dice que si quiere que llamemos a una “wambulance”. Es una forma de advertir al otro, mediante el uso del humor, de que sólo sabe protestar y lloriquear, algo muy frecuente en niños. En lugar de enfadarte y empezar a proferir amenazas si tu hijo se pone en plan quejumbroso por todo, hazle ver que te interesa lo que dice, pero que no entiendes la voz llorona, y que lo tiene que decir bien. Gilham propone algo así como «Me gustaría escuchar, pero solo puedo entender tu voz normal».
Patricia Peyró

Psicóloga de carrera especializada en divulgación. Escribo en distintos medios sobre psicología, gastronomía y life&stlyle. Dirijo el blog de tendencias www.madridmuychic.com.

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