Si te interesan la psicología y las terapias integradoras y holísticas de corte humanístico, seguramente hayas oído hablar del niño interior. Se trata de un concepto muy popular, ya que la idea suele gustar bastante. Porque, ¿quién no entiende la vulnerabilidad de un niño y desea abrazarlo y protegerlo cuando está asustado o tiene miedo? ¿Quién se resiste a la dulzura y al brillo de los ojos de un crío emocionado aprendiendo algo, o jugando y disfrutando sin medida?
Pues bien, precisamente la idea del niño interior es que este pequeño, con todas sus luces y sombras, vive todavía dentro de nosotros. De hecho, como adultos, podemos dirigirnos a él. Eso sí, en condiciones normales, nuestro niño interior estará dormido y en estado latente. Así y todo, lo importante es que siempre está ahí, y es muy utilizado en psicología. Descubre cómo puede ayudarte el concepto de niño interior.
En los años 40 del pasado siglo nació la terapia gestáltica o de la GESTALT como una escisión del psicoanálisis freudiano. Los padres de la entonces pionera psicoterapia, aún vigente en nuestros días, fueron Fritz Perls y su esposa Laura Posner. Ambos apostaron por una forma de ver a la persona en sus distintas partes y facetas, pero dentro de un todo. Como resultado se creó una fórmula psicológica que se centra mucho en la percepción y apuesta por un enfoque integrador en el aquí y ahora.
Su propósito es, por otra parte, la búsqueda de la autoconciencia y la aceptación. Y aunque difiere del psicoanálisis en cuanto a ir “rebuscando” traumas en el pasado como forma de explicar el presente, sí que acepta el peso de nuestras primeras experiencias en la persona que somos ahora. Dentro de estas se encuentra, precisamente, nuestra infancia y la forma en que mirábamos la vida cuando éramos niños.
Todos lo hemos sido, y por eso sabemos lo que es y significa ser un niño. Ser niño implica, en primer lugar, tener inocencia y no ver el peligro. Sin embargo, en nuestro camino hacia la adultez y siendo todavía unos chiquillos, vamos aprendiendo que las amenazas existen. Vemos, por ejemplo, que no todo el mundo es bueno ni dice la verdad y que hay quien ostenta malas intenciones. Todo a través de un cúmulo de experiencias “negativas” que nos van curtiendo, aunque no son necesariamente traumáticas, sino parte de nuestro aprendizaje.
Cuando las vivencias son traumáticas, sin embargo, dejan un poso en nosotros, una memoria viva a través de este niño interior, que se despierta al volver a revivir una determinada situación. Algunas veces lo hará a través de reacciones emocionales, y otras, reactivando mecanismos psicológicos de defensa poco apropiados o funcionales.
Así las cosas, el concepto de niñez no alberga sólo lecciones vitales en el sentido negativo de la palabra, por supuesto. En el otro lado de la balanza está la parte divertida de la niñez, y aquella más relacionada con nuestra espontaneidad e incluso con la sensación de ese “yo puedo” hacer y conseguir aquello que me proponga. Precisamente, por la falta de miedo. Este niño interno más creativo, afortunadamente, también sigue ahí a lo largo de nuestra vida adulta, y su magia despierta cuando estamos más relajados e inspirados.
Nos pasa a todos, que podemos reaccionar exageradamente y de forma injustificada ante eventos que para otras personas son inofensivos o inocuos. Esta reacción, sin embargo, a nivel emocional, sí que puede estar muy justificada, si hemos despertado a nuestro niño interior a través de alguna vivencia que nos retrotrae al pasado.
El concepto de niño interior nos ayuda a entender por qué reaccionamos como lo hacemos ante ciertas personas o situaciones. ¿Tenemos miedo ante un nuevo desafío? ¿Nos molesta tremendamente algo en concreto, como pueda ser que nos dejen solos? ¿Ponemos siempre nuestras necesidades por detrás de las de los demás?
Tal vez estos esquemas tan habituales en nosotros tengan que ver con patrones aprendidos por aquel niño que fuimos, e inculcados por nuestros propios progenitores. Esto explicaría, por ejemplo, que ese hermano mayor hiper-responsable que siempre cuidaba de los pequeños, ahora siga manteniendo ese rol y tenga dificultades a la hora de ponerle límites a los demás cuando se trata de ayudar o dar la cara.
Recurriendo a tu niño interior podrás, pues, reparar aquellas heridas y procurarte, ahora como adulto, aquello que verdaderamente necesitabas entonces pero que también necesitas ahora. De hecho, confortarlo será muy importante.
A tener compasión de nosotros mismos cuando, como les sucede a los niños, no somos capaces de asimilar o nos intimida y supera alguna situación o persona. Como los pequeños, puede suceder que no tengamos los recursos emocionales y cognitivos suficientes y necesarios para confrontar una coyuntura muy concreta. En este sentido, algunos ejercicios irán destinados precisamente a “perdonar” a ese niño y a no culpabilizarlo por no saber actuar.
Nos ayuda entender por qué a veces se despiertan en nosotros ciertas emociones o inseguridades. Podremos entonces remontarnos a historias de nuestro pasado que tal vez nos hayan condicionado para hacernos sentir como nos sentimos. Hablamos de conceptos como pueda ser el sentimiento subjetivo de abandono, la soledad o la sensación de desamparo.
¿Cuántas veces nos reprochamos a nosotros mismos nuestros errores e inseguridades, en lugar de entenderlas y poner los medios para mejorar las cosas? El concepto de niño interior nos ayuda a abrazar nuestra propia vulnerabilidad, además de comprenderla y tolerarla. Se entiende que nuestro niño interno necesitaba entonces una guía que parece necesitar de nuevo aquí y ahora. Dirigiéndonos a nuestro niño interior podremos ayudarlo, dándole la mano para que se sienta seguro y capaz de enfrentarse a aquello que teme.
En referencia con la representación del niño en nuestra psique, más allá de las terapias humanistas como la Gestalt, está la Psicología Analítica creada por Carl Jung, otro disidente de Freud. En su momento, Jung incorporó al concepto de inconsciente individual el concepto de inconsciente colectivo a través de los arquetipos. Según él, estos son conceptos en forma de imágenes que son universales y heredadas de la mentalidad primitiva.
Dentro de su compleja teoría, Jung definió hasta 12 arquetipos en relación con la motivación humana, y responsables de la personalidad de cada persona. Uno de los arquetipos de los que hablaba es el de “el niño”, un concepto útil para establecer recuerdos de la infancia y vínculos con el pasado. El arquetipo del niño tiene, a su vez, distintas tipologías (amado, herido, abandonado…), cuya prominencia afectará a la personalidad del adulto.
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