Más cine por favor
No se puede negar que el cine es un trasunto imaginario donde convienen afectos, miedos, postverdades y hasta postmentiras.
Reconozco que he visto muchas películas a lo largo de mi vida que nunca debería haber visto. Y lo he hecho por error inconsciente, por amor incondicional o por conveniencia de parte. Del mismo modo que he visto películas que ya no recuerdo, y recuerdo películas que no he visto, tan solo sea para acallar las voces de los entendidos en precuelas, secuelas, distopías y demás mamandurrias del séptimo arte.
Con ciertos límites para los incondicionales de la ‘Guerra de las Galaxias’ porque, en mis humildes entendederas, es incomprensible el desorden cronológico de la serie. Nunca sé si la madre es la hija, si el padre ya murió o es el enmascarado, o si alguien puede cambiar el tono de voz del robot, por el amor de Yoda. Imagínense, por un instante, qué caos debe tener en su casa alguien que no pone orden en sus películas. Hasta confieso, por confesar en mérito de mis propios defectos, que dentro de unos meses se estrenará una película formidable que solo tiene una anomalía injustificable: interpreto un papel de médico a mejor gloria de mi paciente Leo Harlem.
El maestro Aute pedía perdón por confundir el cine con la realidad, «que un mundo cruel se salva con una homilía fuera del guion». Admito que soy pecador, que tiendo a confundir el cine con la realidad y que no tengo propósito de enmienda. Ente relapso y hereje, allí anda el juego. Pero no se puede negar que el cine es un trasunto imaginario donde convienen afectos, miedos, postverdades y hasta postmentiras que son un fiel reflejo de la realidad misma. Y es recomendable el juego de convertir esas ficciones en despiadada sustantividad, y en transmutar personajes y situaciones al juego siempre cruel de la vida.
Recientemente, con ocasión de la toma de posesión del nuevo gobierno, y a propósito de la eliminación del crucifijo y de la Biblia, vino a dar en mi memoria la película ‘El exorcista’ de William Fredkin, basada en un texto de William Peter Blatty. Esta película la he visto. Pocos saben que el escritor obtuvo los recursos necesarios para escribir el libro tras obtener un premio en 1950 en un programa de radio que era presentado por un hombre de puro, bigote y gafas.
Si no lo han adivinado, les diré que era Groucho Marx, quien, veintitrés años después, tras el éxito de la película, le sugirió rodar un spoof en que el mayor de los hermanos Marx interpretase al padre Merrin. Cuando ‘The Revenant’ (El renacido de González Iñárrritu) prometió el cargo, evoqué no sólo a Di Caprio interpretando al protagonista Glass, que era capaz de escapar de su propia tumba y sobrevivir, sino a la niña posesa de ‘El exorcista’.
Porque, parece ser, que el propio presidente había señalado en algún momento anterior que pretendía dar un giro de 360 grados al país. 360 grados. Como la cabeza de la niña del exorcista. Por eso era tan importante suprimir el crucifijo, porque podía hacer rotar la cabeza sobre su eje. Algo, en cambio, que no le debió ocurrir a otros referentes como Obama que juraron sobre la Biblia y sobre la Constitución. Zarzuela debe andar buscando un cura en la sala.
Y es que el género de terror da para mucho. Y, si no, piensen en la película que se acaba de estrenar en España con el título cervantino de ‘Hereditary’, con la imprescindible Toni Collette, la misma de ‘La boda de Muriel’ o de ‘El sexto sentido’. A lo que se ve, se siente cómoda en el terror, pues boda y muertos andan muchas veces juntos, para mayor placer de Federico García Lorca. Esta película no la he visto. Pero, desde hace algún tiempo, vengo descubriendo que hay herencias sin herederos y herederos sin herencias. Y el principal partido de la oposición andaba, a unos minutos de diferencia antes de la moción de censura, por la segunda de las posibilidades.
No arrendaría nunca las ganancias al notario que convocase a los herederos y herederas y desvelase que, en el «ab intestato», no quedaba patrimonio ni caudal. Tantos años invocando ‘En el nombre del padre’ (antológico Daniel Day-Lewis), y, al final, ni una sola nominación a los Goya. Y, como corolario, recuerden, por evocar al sordo de Fuendetodos, su pintura negra ‘Duelo a garrotazos’, donde dos villanos luchan a bastonazos un un paraje desolado enterrados hasta las rodillas. Morirán juntos. Así es la vida misma. Como ‘Jamón, jamón’.