Cuando el alma es el espejo del cuerpo

En estos tiempos hemos dejado de ser dueños de nuestros cuerpos para que nuestros cuerpos se hayan hecho dueños de nosotros.

Mario Garcés. 01/07/2020
(Foto: Hanna Postova / Unsplash)

Hay algunos cuerpos humanos que son más cuerpos que humanos. La personalidad ha decaído en las últimas décadas en beneficio de la anatomía febril y de la física cuántica, la de los músculos. Si antes de la crisis el cuerpo se había convertido ya en la expresión íntima y absoluta del yo, tras el confinamiento, y por ensalmo de las redes sociales, el cuerpo es la esencia misma del hombre y de la mujer. Con filtro o sin filtro, con música o sin música, con texto o sin texto.

La imagen es la gran «imago» de los vivos-muertos de nuestro tiempo. Un segundo de impostada felicidad en una fotografía para consumo de las redes sociales es el nuevo tributo a la vacuidad. Ahora que el Gobierno busca nuevos recursos fiscales para equilibrar este descalabro presupuestario, podría pensarse en un gravamen a cada fotografía aupada al altar incensario de las redes sociales. Y que tenga carácter progresivo, de modo que cuanto más ridícula sea la imagen, más cuota a liquidar. 

En estos tiempos que vivimos el alma es más bien el espejo de la cara (Foto: Unsplash)

La cara ya no es el espejo del alma

Inicialmente somos lo que aparentamos, ya sea a través de la imagen, del olor o del tacto. Y en este punto apenas somos innovadores pues la imagen, ya te llames Narciso o Naruto, es nuestra primera tarjeta de presentación. Incluso don Quijote anhelaba un retrato de Dulcinea aunque fuera del tamaño de un grano de trigo. Hubo un tiempo en que la cara era el espejo del alma, para pasar a convertirse con el devenir de los hechos, en la tesis inversa, el alma es el espejo de la cara. Porque en esta España destituyente e invertida antológicamente, primero se construye la imagen y después se forja el espíritu. Este proceso de inversión de la razón no solamente ocurre en los paganos de Instagram. También en algunos partidos políticos, que, primero fungen el logotipo y luego buscan las ideas. Como Pirandello y sus hombres y mujeres en busca de autor. 

No caeré en la trampa procaz de analizar lo primero que un hombre aprecia en el físico de una mujer y a la inversa. Entiéndase que el análisis daría para una tesis terminal sobre los instintos, los apetitos y hasta sobre la psicodelia anatómica y neumática. Para los más rumiados en el arte de la seducción, lo primero son los ojos y las manos. Esas manos que aunque sean más horripilantes que un pato mareado en el Manzanares, tienen que despertar la emoción temprana del observador. Para los más depravados y residentes en el país del canibalismo carnal, sean ustedes mismos los que faciliten la comprensión física. Porque tampoco admite demasiadas variantes conocidas. 

La exposición pública de nuestros cuerpos es casi infinita (Foto: Unsplash)

El cuerpo se ha hecho dueño de nosotros

Hemos dejado de ser dueños de nuestros cuerpos para que nuestros cuerpos se hayan hecho dueños de nosotros. Y cada vez nos parecemos menos a nosotros mismos, al menos a lo que éramos hace unos años. Porque cuando ya se cultivan los cincuenta, tiende a recordarse cómo eran los cuerpos de la transición española y cómo son ahora, que parecemos que hayamos caído en la marmita de la rehabilitación corporal con el permiso de Dorian Gray, y no Grey el de las sombras, que bastante trabajo tiene con limpiar todo el menaje de utensilios que atesora en su cámara oculta.

Desde el punto de vista de la uniformidad de la anatomía, todos los cuerpos son muy similares. Incluso en el universo de los géneros sólidos, líquidos, cóncavos y convexos. La Medicina es ciencia en la que suelen hallarse diferencias corporales. Hablando de médicos, fue Ramón y Cajal, el navarro venido a aragonés y a estudiante escolapio de Jaca como yo, uno de los pioneros del protoculturismo en España y de la autofotografía. Cuando se contempla al Premio Nobel con los puños cerrados en las múltiples fotografías de la época en las que aparece, no adolece de frustración ni de incontinencia. Sino que entre sus manos sostiene el dispositivo por el que se activa la cámara de fotos, al uso del botón de nuestro móvil un siglo después. Fue artífice del «play» y del uso compulsivo de taparrabos, antes del slip y del bóxer moderno. 

Ramón y Cajal dejó de ir al Retiro porque no le gustó la escultura que le dedicaron en el parque madrileño (Foto: Wikimedia)

Nos hemos convertido en nuestras propias fantasías

Cuando paseo por el Retiro y contemplo en el Paseo de Venezuela la escultura más absurda que he visto del vehemente Cajal, con cuerpo reclinado, manto y torso desnudo, entiendo por qué decidió no asistir a la inauguración de su mausoleo dejando plantado al rey Alfonso XIII. «Yo no me he desnudado ante ningún hombre» objetó el bueno del doctor con esa ironía calasancia macerada en los aires de los Pirineos. Indignado con la escultura, nunca más volvió a pasear por el Retiro, en desaire muy aragonés a un ultraje estético sin precedentes. Paradojas de la vida, en estos días del Orgullo Gay, y ante aquel hombre que no había mostrado su cuerpo a otros hombre, desfilan grupos de hombres disfrutando de su propio cuerpo. ¿Qué ocurrirá dentro de cien años cuando ya nadie recuerde quién es Cajal y los androides disfruten con sus cochecitos de bebé robótico de los paseos matinales del lago del Retiro? 

La diferencia entre Ramón y Cajal y el carajal de narcisistas de nueva generación de nuestro presente simple es que el médico era un profesional de la Medicina. Un investigador, un estudioso y hasta un buen padre de familia. Los imberbes de móvil injertado se exhiben sin pudor, estáticos y extáticos, felices y falaces, físicos y químicos, sin más arte conocido que el de mostrar su esqueleto. Crean estímulos con su propio cuerpo, en ocasiones con menos pudor que un religioso en una playa nudista. En todo caso, somos usufructuarios de los tatuajes, de los pirercings, de nuestros complementos. Nuestro cuerpo vive por ellos y para ellos. En la transición ecológica del nuevo siglo, hay hombres y mujeres que desearían ser de plástico, para moldearlo en la irrealidad del molde de los modelos de publicidad. Antes teníamos fantasías de seducción. Ahora, nos hemos convertido en nuestras propias fantasías. Los androides ya pasean por el Retiro.

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