Hace un mes, nadie que había oído hablar de El juego del calamar sabía que era un juego infantil coreano. En concreto, uno que en la década de los ochenta se puso de moda en las escuelas. Ahora gracias a Netflix es un fenómeno que ha traspasado el streaming y lo ha transformado en debate social.
Esta ficción para mayores de dieciséis años se ha convertido en el mayor éxito de la plataforma en toda su historia; pero ha despertado recelos por el alto interés infantil y la reacción en distintos lugares del mundo.
El juego del calamar es en la serie un juego para saldar deudas y ganar mucho dinero si consigues vencer en cada uno de los juegos infantiles, porque perder significa morir. Un cruel punto de partida que ha atrapado a los espectadores y seducido a un público sorprendentemente joven.
Me contaba una amiga el otro día que su hija de diez años, sin ir más lejos, le dejó una nota debajo de la almohada que decía: “Mamá te quiero ¡Déjame ver el juego del calamar que todos mis compañeros lo han visto!“. Y hablando del mismo tema, otra narraba cómo sus sobrinos se habían saltado el control parental, conectándose a la televisión de los abuelos y, sin que nadie los viera, aprovechar para ver un capítulo de la serie.
La alarma ha llegado desde las aulas cuando profesores y pedagogos se han mostrado preocupados por las consecuencias de que chavales jóvenes vean la serie. “No tienen desarrollo crítico para distinguir la ficción de la realidad”. En Bélgica ha saltado la noticia de que los niños, emulando los juegos propuestos en la serie, juegan durante el recreo y golpean, como símil para matarlos, a los que pierden. Y en Reino Unido, Scotland Yard ha pedido que la gente no se una a la convocatoria online para jugar a El juego del calamar, advirtiendo de que los que pierdan recibirán un disparo de aire comprimido.
Esta realidad ha superado cualquier ficción o expectativa de su creador; y ha convertido el éxito en una desbordante bola de reacciones. Una que ofrece una lectura confusa de cuáles son las consecuencias y las razones del fenómeno social despertado entre los más jóvenes con esta serie.
Yo me acerco más a la generación de Bambi, el cuento del cervatillo huérfano al que le matan a su madre y labra amistad con un conejo llamado Tambor. Tuve al conejo como peluche y simulé tener una amistad con él. Algo que los mayores podían ver con preocupación, porque ser adulto te despega del universo infantil obteniendo cierta incapacidad para su comprensión. Sin embargo, con El juego del Calamar el análisis dispara los miedos de estar co-creando, siendo cómplices de permitir que la violencia y la crueldad formen parte del imaginario para los juegos infantiles.
La plataforma ya ha confirmado una segunda temporada dado el éxito sin precedentes de sus visualizaciones. El resto, mientras, seguimos buscando respuestas a por qué nuestros pequeños, más allá de los colores, los trajes y las figuras geométricas, imitan sin consciencia un juego tan cruel.
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