Se acerca el Día de Reyes, y con él se hará realidad el sueño de muchos niños: conseguir su primer móvil. Algunos llevan años pidiéndolo, y aceptando su rol de bichos raros en el colegio, donde todos los demás niños lo tienen. Otros se estrenarán a una edad temprana y próxima a los ocho años, momento en el que los niños más suertudos lo consiguen en nuestro país. Y todo, al margen de las prescripciones expertas, que lo desaconsejan antes de los once años pero lo aprueban a partir de los quince. Sea como fuere, una vez entran el móvil o la tablet en casa, habrá que tomar decisiones como padres sobre cómo actuar y qué límites poner, estableciendo una educación permisiva o, por el contrario, más restrictiva sobre el uso de la tecnología por parte de los niños.
Antes que padres hemos sido niños, y por eso sabemos que las prohibiciones fastidian tanto que suelen generar el efecto contrario: la desobediencia infantil o el que hagan justo lo contrario que se ha pedido. En psicología eso tiene nombre y se conoce como “intención paradójica”.
Por otro lado, también sabemos que nuestros padres hicieron bien en ponernos límites. Aunque en su momento no lo comprendiéramos, ahora lo agradecemos. Esta dicotomía no sólo parece eterna, sino que lo es, y se reproduce en las diferentes generaciones. En nuestros días, y cuando hablamos de Internet, se traduciría en elegir entre una educación con los niños permisiva o restrictiva en nuevas tecnologías.
La presencia de dispositivos en sus vidas hace necesario ponerse en la piel o en la cabeza de un niño que no ha conocido un mundo sin Internet. Por esta razón y salvo que queramos vivir como los Amish , renunciando a todo avance en modernidad, debemos incorporar Internet como una parte más de su educación, tanto en casa como en el colegio. Eso sí, sopesando los pros y los contras entre una educación más permisiva o restrictiva.
Puestos a elegir, ninguna de las dos opciones es mejor que la otra, sino que el éxito estará precisamente en encontrar un término medio entre los dos lados de la balanza:
No es fácil decidir entre si es mejor una educación permisiva o restrictiva precisamente porque no deberíamos elegir, sino emplear una u otra en función de varios factores.
Cuando son pequeños deberemos ser muy restrictivos en el sentido de no permitirles su uso sin una supervisión directa. Cuando son más mayores, y a medida que aumentan su destreza online, necesitarán más libertad y nos obligará a aprender a nosotros también.
El impacto que puedan tener ciertas imágenes o mensajes en ellos va a depender de su grado de madurez. Como padres, podremos restringir los accesos en función de esta madurez y haciendo uso de los filtros de control parental.
A mayor destreza, más riesgo habrá de cruzar ciertas líneas peligrosas, algo muy relacionado también con la edad. A medida que crecen habrá que explicarles los riesgos que asumen en internet para que sepan tanto evitarlos como confrontarlos en caso de que se produzcan.
No es lo mismo mirar los mensajes a un niño que a un adolescente. En este último caso debemos respetar ciertos límites de privacidad, ejerciendo la supervisión estrictamente necesaria para garantizar su seguridad, pero respetando su vida privada.
Para evitar riesgos siempre va a ser positivo poner límites al uso estableciendo normas bien definidas y exigiendo al niño y adolescente que las cumpla. Así evitaremos sustos y problemas tan frecuentes como el ciberbullying o los derivados del sexting.
En edades tempranas habrá que estar presente cuando el menor esté navegando para supervisar e ir contestando sus dudas y preguntas. Antes de sus primeros usos habrá que haberle anticipado las precauciones mínimas de seguridad referidas a no dejar sus datos personales (nombre, teléfono, dirección) ni sus contraseñas.
Una vez estén más sueltos, si bien continúa siendo necesaria una supervisión, esta no será tan presencial como antes -porque nos será imposible de controlar en todo momento- sino a través de herramientas de seguridad. En este sentido, los niños no actúan igual cuando hay un adulto delante. Por ello habrá que incorporar un buen diálogo sobre el uso de redes sociales, la creación de perfiles y las normas de conducta online.
En la infancia Internet es para ellos una forma de juego muy motivante y estimuladora que podemos utilizar para negociar buenas conductas. Por ejemplo, “no se usa Internet hasta que no se hagan los deberes”; “entre semana sólo se conecta uno media hora al día después de cenar”; “puedes coger el iPad pero sólo estando en el salón”, etc.
Asimismo, se puede prohibir el acceso a Internet como medida de castigo a un mal comportamiento, pero siempre siguiendo las normas sanas para su aplicación. Estas implican que el castigo sea contingente a la mala conducta, así como explicado y definido en su forma y duración. En cualquier caso, hay que saber que siempre funciona mejor el premiar los buenos comportamientos que el sancionar los malos.
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