Oda a la vida slow

Uno de los aspectos que valoro de los hoteles Rusticae es la autenticidad de sus propietarios, que son los mismos que idean y ven crecer sus proyectos, viviendo de la forma que quieren para sus clientes, sin trampa ni cartón. Si promueven el turismo activo, ellos son los primeros en subirse a una bicicleta y realizar rutas por el campo. Si sus instalaciones son respetuosas con el medio ambiente, ellos no dudan a la hora de reciclar o usar productos ecológicos. Y así con todo.

Para ejemplificar esta sinceridad y cercanía de anfitrión a huésped, hoy os traigo La Garriga de Castelladral, un proyecto familiar que abandera la vida slow, porque estando en una majestuosa finca rodeada de bosques y de naturaleza en la provincia de Barcelona, las prisas hay que dejarlas a un lado y es mejor gozar de la tranquilidad y el silencio del entorno.

Es una intrahistoria que protagoniza la familia Roca-Barbé, una familia de gente sutil y que se apasiona y disfruta con lo que hace. Montse y Albert, junto a su hija Núria, dan vida a la masía de la Garriga de Castelladral desde hace más de 9 años. Siempre pendientes de los pequeños detalles, siempre al pie del cañón.

Su estilo de vida lo marca la familia y el lugar donde se encuentran. Aquí las cosas, aparentemente sencillas, cobran especial protagonismo, como dar un paseo por el bosque, saborear un delicioso pastel recién hecho de la abuela, conocer cómo se producía el vino antiguamente, observar cómo mama un pequeño potro o desayunar tomates ecológicos recién cogidos del huerto.

La Garriga, al igual que la familia Roca-Barbé, no es estática, sino que crece y evoluciona, pensando en las experiencias de sus huéspedes, en su comodidad y en que más personas puedan disfrutar de sus instalaciones y actividades, donde siempre hay algo que hacer: talleres de cocina, clases de yoga, catas de vino, observación de aves, etc.

Por eso, hace escasamente un año nos deleitaron con la apertura de seis nuevas suites, haciendo un total de 14 habitaciones, donde se volvieron a volcar en cuerpo y alma, recordándonos que las cosas que salen del corazón son siempre mágicas y perfectas. Una historia alumbrada de tierra, piedra, madera, olivos, artesanía, simplicidad, belleza y autenticidad.

El tiempo y el mimo que han dedicado a la obra, con utilización de materiales y fibras naturales, así como la participación de artesanos y artistas locales, se palpa nada más entrar en las habitaciones, que tampoco dejan al azar las impresionantes vistas a la naturaleza. Una dedicación que ya pusieron antaño en el resto de espacios de la masía, como la era, el antiguo pajar o la almazara.

Para resumir, La Garriga es un lugar para vivir, con ese estilo slow tan literal, la naturaleza, la alimentación, las personas, la tierra, la familia… Donde cada detalle te hace recuperar sensaciones que parece que habías perdido.