El amor puede ser de muchos tipos. Existe el amor fraterno y el amor filial. También el amor que sentimos hacia los amigos y por nuestro vecino. Sin embargo, solo es de un tipo el amor que genera obsesiones, es decir, pensamientos repetitivos que aparecen en nuestra cabeza de forma involuntaria y que a veces se hacen difíciles de controlar.
Estos pensamientos obsesivos surgen casi exclusivamente dentro del amor que se siente por una pareja, o por quien desearíamos que fuera nuestra pareja, y que también es conocido como amor romántico o del tipo Eros.
Esa sensación tan especial que te hace vivir la vida en otra dimensión cuando estás enamorado es un fenómeno bien conocido y estudiado por investigadores de diferentes ámbitos. De los estudios, tanto filosóficos como científicos, se concluye que en el enamoramiento no solo se provocan cambios corporales en lo que a neurotransmisores y hormonas se refiere, sino que el cambio más importante es el que se produce en el nivel de nuestros sentidos y, concretamente, en el de la percepción.
Así, el enamoramiento no viene a ser más que una deformación de la atención, que toma su punto de mira en un único objetivo, que es el ser amado. Por ende, las cosas no se quedan ahí, sino que la gran particularidad que vives al enamorarte es que tu atención es selectiva. Por propia experiencia, seguramente te puedas dar cuenta de que tu atención está focalizada únicamente en sus virtudes, mientras que te sobra mano para contar sus defectos, y tienes verborrea para rato en lo que a sus buenas cualidades se refiere.
Hasta cierto punto, se entiende. Si cuando te enamoras no piensas en la persona a todas horas, ni cuando estás en su compañía te sientes en un permanente estado de «Reloj no marques las horas…», es señal de que no estás enamorado. En la fase del enamoramiento, especialmente si este es correspondido, es completamente normal e incluso deseable, el sentirse inundado por una especie de obsesión por tu pareja.
Sin embargo, este enamoramiento tan apasionado y tan demandante de toda tu energía mental y física no dura toda la vida, sino que evoluciona hacia otro tipo de amor un poco más maduro, en el que ya se contempla también lo malo de la pareja y, aún así, se decide continuar a su lado.
Algunas personas no son capaces de superar la etapa del enamoramiento y buscan recrear este estado de dulce y amarga obsesión durante demasiado tiempo, aunque sea a razón de cortar la relación o cambiar a menudo de pareja.
Seguramente tengas alguna amistad así, que no para de tener ligues nuevos cada dos por tres, y que vive todos sus amores con gran pasión. Las subidas y bajadas emocionales de esta persona responden a un perfil en el que se sospechan similitudes con el «Trastorno Obsesivo Compulsivo» (TOC).
Como rasgo de personalidad, del obsesivo podría decirse que cuenta con cualidades envidiables por ser un perfeccionista redomado, por tener una gran capacidad para mantener sus cosas ordenadas y organizar eficazmente sus tareas y su vida, en general. En el amor ocurre lo mismo. Si eres una persona de rasgos obsesivos, seguramente te tomes pocas relaciones amorosas en serio, ya que siempre tendrás mejores cosas en las que pensar, mucho trabajo por hacer, o poco tiempo que perder.
Pero, cuando lo hagas, es posible que esa persona que te despierta la chispa del amor, te haga también pensar más de lo normal, e incluso que te impida conciliar bien el sueño por las noches. «¿Por qué me habrá dicho eso?», «¿le gustaré?», «ahora me va a decir que…», serán frases comunes en ti si tienes rasgos obsesivos.
También lo serán miles de hipótesis con todas las probabilidades de respuesta o incluso discusiones imaginarias con la persona. Cuando pasan por la cabeza todas estas ideas, es posible que ese amor se esté convirtiendo en obsesión, especialmente si te empiezas a sentir incómoda y notas que pierdes el control de tus pensamientos.
En el Trastorno Obsesivo Compulsivo ya no se habla de rasgos de personalidad deseables, sino que se entra en un nivel en el que los pensamientos comienzan a ser problemáticos de verdad. Son pensamientos intrusivos e involuntarios, y la persona que los padece sufre porque no los puede controlar. Comienzan, además, a causarle problemas en su vida diaria.
También puede ser que la obsesión o la compulsión tengan un origen o una manifestación amorosa. Es el caso de las que se enamoran cada cinco minutos, o de los buscadores de sensaciones y de una vida llena de pasión. Esta búsqueda insaciable de amor y de relaciones puede llegar a ser compulsiva, puesto que se repite una y otra vez, casi siempre con idénticos resultados.
El temor a la soledad, la influencia del estigma de la «solterona», en el caso de la mujer, o las inseguridades personales, a veces pueden llevar a este tipo de comportamientos en los que, en el fondo, el novio de turno o el «quién» es lo de menos, puesto que es simplemente un objeto fácilmente reemplazable, que sirve para reducir la ansiedad que produce el estar solo.
Es otro tipo de amor obsesivo, magistralmente ejemplificado en la película de Glenn Close y Michael Douglas. Seguramente recuerdas cómo a partir de un simple affair, ella se vuelve loca en sus obsesiones y se monta su propia película, nunca mejor dicho. Y si no la has visto, ya estás tardando, porque es un icono de lo que no es amor, sino obsesión, llevada hasta las peores consecuencias.
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