Nunca llueve a gusto de todos, y para lo que algunos padres es una fantasía, para otros es una auténtica pesadilla. Se trata de los niños perfeccionistas, pero algunos lo son en exceso. A la par que bordan todo lo que hacen y sacan las mejores calificaciones, se obsesionan con la perfección y para ellos nunca es suficiente.
Si es el caso de tu hijo, y ves que es un niño demasiado perfeccionista o incluso híper responsable, necesitará que lo ayudes a gestionarlo. Sólo así conseguirás que lo que es una cualidad en principio positiva se quede ahí y no derive en obsesiones patológicas que le limiten y hagan sufrir.
Son niños que a lo mejor se levantan a las seis de la mañana para estudiar porque tienen exámenes y no les basta con aprobar sino que quieren, necesitan, sacar las mejores notas. O niños deportistas que se machacan y necesitan superarse para alcanzar un determinado rendimiento. No conseguirlo se vivirá como un fracaso y podrá suponer un auténtico drama.
Para él y para sus educadores, que en ocasiones serán testigos de diferentes episodios de estrés y depresión y que terminarán por manifestarse a través de síntomas, a veces graves. Como padres, debemos saber que la principal característica del perfeccionamiento es la imposición a uno mismo de normas demasiado exigentes y poco realistas. Algo que, sin duda, no les queremos inculcar.
Los niños perfeccionistas buscan como último resultado el impresionar y el cumplir aquellas expectativas que creen que los demás han depositado sobre ellos. Pero, ¿de dónde viene esta necesidad de demostrar, cada vez más habitual en los jóvenes?
El estilo de personalidad perfeccionista se forja ya en la infancia y, por tanto, puede tener un fuerte componente educativo y familiar por el que el niño se sienta evaluado, y en una continua búsqueda de “demostrar”. Sin embargo, detrás de la familia hay otra influencia mucho mayor: la de la una cultura social cada vez más individualista y competitiva que ejerce sobre las nuevas generaciones la presión para destacar y brillar ante los demás.
Esta necesidad, llevada al extremo o no bien gestionada, puede generar mucho malestar al niño, y por ende, a toda la familia, y en especial a unos padres que no saben muy bien qué hacer.
En el caso de los niños demasiado perfeccionistas, cuando esta autoexigencia no se vea satisfecha, podrían incurrir en el castigo autoinflingido; sometiéndose a sí mismo a duras pruebas y entrando en un círculo vicioso de obsesión y duras penitencias autosentenciadas.
El reto de los padres y educadores estará, pues, en poner límites realistas a esta búsqueda de excelencia, enseñando al niño, básicamente, que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. En suma: ayudándole a encontrar el equilibrio entre lo que se espera de él, lo que es en realidad posible, y el esfuerzo y tiempo que debe emplear para conseguirlo.
El perfeccionismo es uno de esos “defectos” que, según los técnicos en recursos humanos, podemos reconocer y que, hasta cierto punto, resulta incluso favorable. Y lo es en el sentido de rasgo; esto es cuando hay una tendencia que nos impulsa a buscar hacer las cosas bien en lugar de simplemente hacerlas y salir del paso.
En realidad, lo que los técnicos alaban es al perfeccionista como antónimo de ser un “chapuza”. Dicho esto, el perfeccionismo también puede tratarse de un verdadero defecto con repercusiones muy negativas en la vida diaria y en las relaciones sociales.
Emplear demasiado tiempo en algo es, seguramente, el principal problema de los que buscan el perfeccionamiento. Dedicar horas a una única tarea puede privar al niño de hacer otras actividades lúdicas o sociales que le pueden enriquecer y hacer feliz.
Porque, lamentablemente, no siempre es cuestión de tiempo. Con frecuencia, la técnica y la experiencia, aquello de lo que precisamente suele adolecer el niño, suman un grado. En este sentido, la inmadurez infantil no es del todo consciente de la falta de correspondencia entre la ejecución y estas variables.
Esta sensación puede ser extensible a las expectativas que, según él, ha generado en los demás; fundamentalmente en sus padres o en otras figuras a las que desea impresionar, como pueda ser el profesor.
Con otros niños que no entienden esta forma de ser, ni mucho menos están dispuestos ellos mismos a perder el tiempo en trabajar más de la cuenta sólo por la obcecación del niño perfeccionista.
El psicólogo e investigador Gordon L Fleet, especializado en el estudio de esta materia, alerta de la búsqueda del perfeccionismo en niños y adolescentes. En casos extremos, apunta que la tendencia al perfeccionamiento puede derivar en problemas de salud mental como la ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios e incluso el suicidio.
¿Cómo distinguir al perfeccionista patológico de la persona que hace las cosas bien? La principal diferencia habitualmente estará en la motivación. Mientras que el perfeccionista natural disfruta del reto y de la acción de mejorar en sí misma, el patológico estará habitualmente condicionado por el miedo al fracaso y por el deseo de demostrar a los demás.
Como resultado, advierte Fleet, el perfeccionismo puede constituir una trampa por la que el niño que cae en ella se sienta obligado a ocultar su vulnerabilidad y sus defectos tras una fachada perfecta e impecable, que resulta muy difícil de mantener.
Los consejos de Gordon L Fleet para ayudar al niño perfeccionista y evitar su sufrimiento:
Al ser una forma de comportamiento que se consolida en la infancia, el hablar de las presiones para la perfección y la excelencia con tus hijos contribuirá a su disminución. Como experto nos aconseja poner ejemplos e historias reales que ilustren el impacto negativo que puede tener la búsqueda de perfeccionamiento.
Los niños deben saber que que lo malo forma parte de la vida, ya sea en forma de malas noticias con las que los niños deban lidiar, o en forma de emociones o experiencias negativas. Como padre, harás bien en confesarles algunos de tus fracasos para que vean que es algo que nos pasa a todos a lo largo de la vida.
En la línea con lo anterior, Fleet nos invita a que alimentemos la amplitud de miras de nuestros hijos, siempre poniendo los resultados en perspectiva. Si algo no sale bien, no pasa nada, uno tiene que hacer lo que pueda y perdonarse cuando falle.
Ante los contratiempos o incluso el fracaso, los niños deben saber por nuestra boca que todos cometemos errores, y que la solución no está en autoflagelarse o ser demasiado duro y crítico con uno mismo. Como padres, lo más importante será alabar su esfuerzo y no su inteligencia a la hora de analizar los resultados.
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