¿Cómo controlar la carta a los Reyes Magos?
Disfrutar de las Navidades y de la noche de Reyes sin caer en la trampa del consumo desmedido sí es posible.
Vivimos en una sociedad eminentemente consumista en la que miremos a donde miremos, se nos incita a comprar, se nos estimulan los sentidos y se nos invita a experimentar nuevas necesidades o adquirir nuevos hábitos. El mundo es así, no lo hemos inventado nosotros, ni pretendo animar al lector a que se enfrente al sistema, al menos no en este momento.
Lo niños, pobres míos, no entienden de consumismo pero sí saben mucho y de manera muy natural de sus deseos, sus caprichos y sus apetencias. Y nos corresponde a los adultos educar esas inercias para formar, en el futuro, adultos responsables y pacientes, capaces de tolerar la frustración y de demorar en el tiempo sus recompensas, capacitados para reconfortarse con los afectos antes que con los bienes materiales.
La Navidad supone uno de los picos de consumo más importantes del año y cierra para muchos sectores un año fiscal que bien puede haber estado en número rojos durante eternas semanas. Pero a partir del mes de noviembre cambia su signo del – al + y pasa al fin del rojo al negro (de ahí el apelativo de ‘Black Friday’ que recibe esa jornada de rebajas del penúltimo viernes de noviembre en el que tradicionalmente el sector del retail se recupera hasta que al fin a muchas empresas les empiezan a salir las cuentas). Y la Navidad es también la ilusión de muchos niños que ansían recibir muchos de los premios que durante el año se les han prometido, normalmente a cambio de portarse bien o de sacar buenas notas.
Los regalos tienen que tener un sentido especial
Sin entrar a valorar si lo utilizamos de una manera más o menos superficial, el regalo representa, en el mejor de los sentidos, una forma de agasajo, una muestra de interés y, también, por qué no decirlo, un símbolo de afecto. El regalo, sin duda alguna, es recompensa, gratificación, refuerzo, incentivo, sorpresa e ilusión.
Y precisamente para que pueda seguir siéndolo ha de conservar la singularidad de su naturaleza: para que todo premio sea eficaz ha de tener un sentido y ser especial, extraordinario o, incluso, excepcional. Colmar de juguetes a niños a los que ni siquiera les va a dar tiempo a jugar con todos ellos es un auténtico sinsentido. Como también es un sinsentido colmar de cualquier tipo de regalo a un niño o a un adolescente hasta el punto de hacerle creer que detrás de cada una de esas compras no hay un gran valor, casi siempre directamente proporcional al esfuerzo que ha sido necesario para poderlo adquirir.
Por eso las celebraciones de Navidad y Reyes Magos en la que estamos ya casi inmersos representan la ocasión más idónea para cambiar algunas tendencias y, además de dar regalos, aprovechar la experiencia para educar y transmitir algunos valores de los que, a veces, nos es demasiado fácil distraernos entre tanto anuncio publicitario y tanta estimulación consumista. Disfrutar de las Navidades y de la noche de Reyes sin caer en la trampa del consumo desmedido sí es posible.
Consejos para controlar la carta
Empecemos por controlar lo que les invitamos a los niños a pedir a los Reyes Magos, ¡y luego ya que cada uno haga examen de conciencia y reflexione acerca de su propio autocontrol!
1- Limita el número de regalos que es posible pedir. Los niños deben ser responsables de lo que poden pero son muchas veces los adultos los primeros que alimentamos, de manera consciente o inconsciente, que pidan y pidan sin límite, y que lo hagan a cuantas más personas mejor.
En cada una de esas interminables listas de regalos se desvirtúa el valor de cada uno de ellos por separado. Poner un límite cuantificable supone hacer que el niño se haga cargo de sus propias peticiones, elabore una jerarquía de prioridades y sea capaz de renunciar a algunos de sus más superfluos deseos.
2- Cuanto más pequeños, menos regalos. ¡Y paradójicamente solemos hacer lo contrario! Porque en las casa con niños las navidades se viven de manera diferente y a todos los padres les encanta agasajar a sus pequeños con un montón de sorpresas. Luego, como van siendo más mayores y van teniendo menos ilusión, se van reduciendo los paquetes. Pues bien, igual hemos de mantener ese número reducido de obsequios a los más creciditos, pero partiendo de un derroche mucho más humilde desde el primer momento.
La razón es bien sencilla: un niño pequeño no tiene capacidad para atender a tantos estímulos y sacarle partido a muchos juguetes a la vez. Tarda en explotar toda la estimulación que de un solo juguete puede extraer y es necesario permitirle todo su tiempo para fomentar las habilidades que el juego en cuestión le permita potenciar.
3- Pocos, y repartidos. En el sentido de lo que acabamos de comentar, sería además recomendable que hubiera un único regalo por casa, de manera que se mantengan la ilusión y la sorpresa durante más tiempo. Y también para que el niño se vincule con menos distracción al entorno en el que se encuentra, y que pueda descubrir con todo su interés cada uno de los regalos que recibe.
4- Si son estimulantes, educativos o fomentan la vinculación con los demás, mejor. Porque es una forma de hacer que el regalo sea también un vehículo de transmisión de los valores que en cada familia se respiran. Al principio es fundamental que el juguete estimule las habilidades sensitivas y de psicomotricidad de los más pequeños y, a medida que van creciendo, la elección de esos regalos debería hacerse en función de su potencial.
El motivo es desarrollar habilidades sociales y relacionarse con sus iguales, así como para estimular su creatividad, su imaginación, su atención, su capacidad de razonamiento, y hasta algunos aspectos de su intelecto o de su cultura.
5- Siempre individualizados. El mejor regalo no es el más caro o el que más de moda está. Eso es demasiado sencillo y le resta sentido al regalo que tiene tanto más valor en función del amor, la atención y la dedicación con la que se ha pensado y comprado. Al hacer un regalo es imprescindible adecuarlo a la edad del niño pero también es necesario tener en cuenta los intereses que ha demostrado tener a lo largo del año, sus aficiones, las situaciones en las que más le hemos visto disfrutar…
6- Y no necesariamente materiales. Así es, pensamos en regalo y en seguida lo asociamos a las compras. Un regalo puede no costar dinero o pagarse con dinero pero ser experiencial. Algo que nosotros hayamos construido con mimo para esa persona en concreto o cualquier experiencia que queramos compartir se convierte en el mejor regalo cuando se hace con la atención plenamente centrada en la persona a la que queremos sorprender.
Y, para terminar, te propongo un pequeño ejercicio: piensa en aquello que más has disfrutado o más te ha gratificado a lo largo de tu vida… ¿Qué te viene a la mente? ¿Predominan los bienes materiales o, por el contrario, te asaltan mayoritariamente recuerdos de situaciones, sensaciones y experiencias compartidas? Yo, desde luego, lo tengo claro.