Cada año celebramos el Día Mundial de las Enfermedades Raras coincidiendo con el último día de febrero. Este año, al ser bisiesto, se conmemorará el día 29, aunque generalmente se aprovecha todo el mes para recordar un asunto que todavía tiene mucho recorrido a nivel de conciencia social. Lamentablemente, sigue siendo necesario hablar de estas enfermedades, pero también de los mecanismos para fomentar la inclusión de los distintos niños en el colegio, teniendo en cuenta que estos son más susceptibles de padecer discriminación o acoso.
Si estamos de acuerdo en algo es en una cosa: todos los niños necesitan educación, con el fin de convertirlos en adultos independientes, cada uno de acuerdo con sus posibilidades. Prueba de ello es que cada vez más colegios adoptan un sistema de educación inclusiva. En este modelo se da cabida, dentro de la misma clase, a niños que cuentan con algunas necesidades especiales. Esto significa, en la mayoría de los casos, que necesitan otro tipo de aprendizajes y metodología para llegar al mismo sitio que los demás. No significa que no puedan llegar.
En el camino hacia el aprendizaje, sin embargo, los niños pueden encontrar dificultades adicionales en relación a lo social. Hablamos de acoso escolar o bullying, un tipo de hostigamiento que, aunque le puede pasar a cualquier niño, tiene un mayor probabilidad de producirse en niños no normotípicos. La relación entre discapacidad y bullying ha quedado de sobra manifiesta en el sentido de que los niños que son diferentes -por las causas que sean-, presentan un riesgo mucho mayor de padecer acoso escolar.
En la actualidad, nuestro sistema educativo permite en casi todos los casos la inclusión de niños con algún tipo de trastorno en el contexto escolar normal. Salvo casos extremos, como podría ser algún tipo discapacidad severa, las aulas acogen a niños con algún tipo de trastorno del aprendizaje y con alguna afección médica o neurológica.
Los casos graves necesitarán, sin embargo, un centro especializado con unas atenciones que nunca se podrán ofrecer en colegios normales, ya que requieren una formación profesional específica. Y aunque esto nos remite al viejo debate de la inclusión, lo que no tiene sentido es, en nombre de esta, privar a un niño de las atenciones que verdaderamente necesita para aprender y hacerse tan autónomo como le sea posible.
Dentro de los casos integrados en casi todos los colegios estarían la epilepsia, el trastorno del espectro autista o el Déficit de atención e hiperacividad ( TDAH ). Para que comprendamos la incidencia de estos trastornos, aproximadamente en cada clase habrá uno o dos niños con necesidades especiales representadas en alguna de estas afecciones.
Los trastornos más habituales, como el TDAH o el autismo, suelen generar comportamientos marcados por la falta del control de impulsos que dificultan la adaptación del niño. Otras veces la diferencia queda reflejada a nivel del estado de ánimo, que en estos pequeños tiende a presentar índices mucho mayores de ansiedad, generalmente debidos a su condición.
Cada persona es diferente, y esta máxima se aplica todavía más en los niños con autismo. Como su nombre clínico indica, se trata de un espectro o continuo que variará mucho en intensidad y manifestación. Lo que sí tendrán en común estos niños será algún tipo de alteración en su desarrollo: A nivel del lenguaje, de las habilidades sociales y comunicativas, así como de la flexibilidad de su conducta.
Cuando falla la lectura empática en la persona, como sucede en el caso del Síndrome de Asperger, el niño no es capaz de comprender las bromas porque no lee el lenguaje no verbal. Se queda, por el contrario, en la literalidad. Esto les convierte en niños raros a ojos de los demás, y por tanto víctimas muy vulnerables al acoso escolar.
La detección temprana será importante y necesaria para fomentar la inclusión en clase y protegerlos de la discriminación o acoso escolar por parte de sus compañeros. Recordemos que los niños son especialistas en señalar la diferencia, sobre todo cuando esta es para mal. Cualquier compañero que se aleje de la norma, ya sea estética, racial o comportamental, puede ser estigmatizado por el resto.
Estos son algunos de los signos que nos ayudarán a la detección temprana de TEA en el contexto educativo:
La tarea de inclusión pasará, en primer lugar, por la propia flexibilidad del maestro. Idealmente, este tratará de actuar como un facilitador del aprendizaje. Lo conseguirá generando un entorno estructurado, predecible y seguro para el niño.
En este sentido, el niño con dificultades necesitará saber qué es lo que se espera de él y contar con un adulto capaz de hacerse con el control de la situación. Esto se logra con organización y evitando a toda costa situaciones caóticas, sorpresivas o sin estructura.
Al margen de los docentes, nada mejor para fomentar la inclusión en clase que el involucrar a los demás niños, o incluso conseguir alumnos ayudantes. Conseguir su participación les hará sentir especiales y motivados para integrar a estos compañeros con necesidades especiales.
Si eres profesor o educador, sigue estos consejos respecto a sus compañeros:
El camino hacia la inclusión no sólo tiene lugar en los colegios. Desde casa, los padres también lo debemos allanar. Lo primero y más importante será abrir una vía de diálogo fluida con el profesor de nuestro hijo, que debe estar al corriente de lo que le sucede, así como de cualquiera de sus necesidades más específicas. Con ello conseguiremos que esté más pendiente a cualquier incidencia social que pudiera pasar entre los niños.
Involucrar al pediatra del niño también es una buena idea. Por más que sean de ámbito más psicológico, además de tratar estos asuntos con el colegio, puedes pedir consejo a tu pediatra. Como profesional es buen conocedor de las necesidades del niño y podrá advertirte de los síntomas vinculados, por ejemplo, a un estrés severo o a una depresión infantil que podrían necesitar medicación.
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