El casino de la vida
La vida en el casino o el casino de la vida. Que el juego es azar y el azar, capricho. Pero siempre, al final pero también al principio, hemos de levantar las cartas y cantarnos las cuarenta.
Desconfío impíamente de quienes desean suerte en la vida, pues no es la fortuna una virtud imperecedera y, por tiempo, esquiva. Mejor juicio y razón que suerte, que hasta los Veneno Crew salmodian en su tema Pokerstar: «Timba de póker socio apoquina/cuida bien tus fichas siente la/adrenalina/juega tus cartas pero con paciencia/no es cuestión de suerte sino de inteligencia». Hay quien se da bien en el juego y que lo suyo es correr el dado, pues en la carrera se precian de obtener ganancias. Cierto es que quien no arriesga, no gana, aunque para muchos la suerte está echada, por lo que lo prudente es jugar solo lo que se pueda perder.
No va más, y así se hacen apuestas, pero nunca hay que perder de vista que el casino nunca pierde. Apostadores de verso suelto como Fito y los Fitipaldis, ya aventuraban que se corre el riesgo de equivocarse otra vez: «Será más divertido/cuando no me toque perder,/sigo apostando al 5/y cada 2 por 3 sale 6./Yo bailaría contigo/pero es que estoy sordo de un pie».
Porque casino es voz universal en muchas civilizaciones, que significa «casa pequeña» pero también «casa de apuestas y de juegos de cartas». Palabra de Lori Meyers: «Cerca de aquí/hay una casa de apuestas/apostarás la conciencia/así aprovecha y te deja dormir». Y en las cartas, siempre se encuentran quienes juegan con los naipes marcados. E, incluso, los hay más avezados que juegan con un as en la manga. Cuando solemnemente nos piden poner las cartas sobre la mesa, es posible que no sepas a qué carta quedarte, pues es importante no fallar en esa decisión. Al contrario, debemos jugar bien nuestras cartas, aunque ignoremos las intenciones de quien porfía con nosotros. En la vida es importante siempre conocer las cartas y hay jugadores como hombres que desvelan rápidamente sus objetivos.
También hay especie humana que reside en el disimulo y en el tapujo, en el disfraz y en el subterfugio, siempre con cara de póker, como canta Lady Gaga. He conocido a hombres y mujeres que están como los naipes, pero en ellos puede jugar la lotería de los sentimientos, con el permiso del Sabina de Vinagre y rosas: «La canción que estoy cantando/empieza en otras canciones/y acaba en un hospital./¿Por qué me sigo jugando/la vida a pares o nones/por fulanita de tal?» Cuántas veces lo que ha ocurrido en Las Vegas, ha quedado en Las Vegas. Como lo que ocurre en Tafalla queda en Tafalla y lo que acaece en Móstoles queda en Móstoles.
Y es suerte de jugador ignorar lo que no ve y lo que no es dado conocer, pues en el desconocimiento habita la dicha, allí sea con la consideración del sempiterno Elvis Presley: «Hay un millar de mujeres bonitas/esperando ahí fuera/y yo solo soy el diablo con el amor de repuesto/Viva Las Vegas, Viva Las Vegas». La ciudad donde las apuestas se juegan más arriba y donde hay millones de dólares listos para grabar. No en vano, el mismísimo Harry Nilsson en The lottery song nos narra que de ser agraciado con la lotería, lo primero que haría es largarse a Las Vegas. Y no volver jamás.
Hay quien se empeña en jugar sin aprender las reglas, y desconoce que «más se ve mirando que jugando». Siempre en el recuerdo que «si a tu amigo quieres conocer, hazle jugar y beber», pues gran verdad es que el juego es vía y sepulcro de amigos: «barca, juego y camino del extraño hacen amigo». Si eres persona con suerte en el juego, tendrás fortuna adversa en el amor, pues es bien conocido que «afortunado en el juego, desafortunado en amores» y no en balde el maestro Frank Sinatra lo sentenció en Luck Be a Lady. Aunque también los hay con hado adverso, a los que únicamente cabe pedir temperancia y no desesperación: «Al mal dar, paciencia y barajar». Pero, ¡Mamma mía!, no hay día que un ganador se lleve todo, pues botín de fortuna es la vida y sus provechos: «He jugado todas mis cartas/y eso has hecho tú también/nada más que decir, no más ases que jugar/el ganador se lo lleva todo, el perdedor se achica/ante la victoria, ese es su destino».
Y es conclusión general, que Héroes del Silencio eran aragoneses de apostar, en la música y en lo demás: «Larguémonos chica hacia el mar/no hay amanecer en esta ciudad/Y no sé si nací para correr/pero quizá si nací para apostar». En Suecia, en Zaragoza o en el dominio universal de The Rolling Stones, a quienes mandan más los dados: «Soy el único mal jugador jugando en el tapete cada noche, nena». Espero que en casino de lo correcto, «nena» sea tolerable.
Final. La vida en el casino o el casino de la vida. Que el juego es azar y el azar, capricho. Pero siempre, al final pero también al principio, hemos de levantar las cartas y cantarnos las cuarenta. Empezando por nosotros mismos, que no es debilidad sino síntoma de fortaleza. Entre nieblas y acordes de lunfardo bonaerense, Roberto Grela compuso en 1937 el tango Las cuarenta, con letra y espíritu de Francisco Gorrindo: «Vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso/vuelvo a vos, gastado el mazo en inútil barajar,/con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos,/que se rompió en un abrazo que me diera la verdad./…/Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran/y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;/no pensar ni equivocado … ¡Para qué, si igual se vive!/¡Y además corres el riesgo de que te bauticen gil!».
El último académico ingresado en la Real Academia de la Lengua, Federico Corrientes, que al tango le va al nombre, recordaba en su discurso de recepción que tabas, dados, azar, ajedrez, chaquete, alquerque, naipe, marro, guá son arabismos, como «alabí alabá alabín bomba» que significa «jugadores, venga ya, el juego va bien». Pero también «gil» es voz árabe. Voz de los que pierden. Pero también de muchos de los que ganan.