La situación en la frontera de Rusia y Ucrania es crítica. Moscú acumula allí más de 100 mil soldados, artillería y aviación ante una probable invasión a su país vecino. En Bielorrusia se están llevando a cabo maniobras militares que se justifican como «ejercicios militares conjuntos«, cuando la verdad parece que están orientadas a participar en dicha hipotética invasión.
Paralelamente, continúa la vía diplomática con una reciente reunión entre los ministros de Exteriores de Rusia y de EEUU en la que Antony Blinken se ha comprometido en dar respuesta por escrito a unas condiciones que ha impuesto Moscú y que son simplemente inaceptables. Vulneran el derecho de un país soberano como es Ucrania a participar en las organizaciones internacionales que crea convenientes.
Ante la inminencia de una acción militar que solo el presidente ruso Vladimir Putin sabe en qué se concretará, las familias de diplomáticos de EEUU, del Reino Unido y de otros países abandonan Kiev, la capital de Ucrania. Paralelamente las bolsas, en especial la de Moscú, están cayendo en picado.
Entre los valores que caen se encuentran las cotizaciones de las multinacionales del lujo. Desde enero, si nos fijamos en el S&P Global Luxury Index, acumulan una caída del 8 % , similar al resto de las que cotizan en el S&P 500. Las caídas de otras compañías, fundamentalmente las tecnológicas del Nasdaq han sido más pronunciadas aún. Del 16,5 % en lo que va de año.
Sea cual sea la determinación que tome el presidente ruso, está prácticamente garantizado que, dado que vulnera la legalidad internacional, Rusia recibirá duras sanciones que lastrarán su economía. Muy probablemente limitarán también el movimiento internacional de sus acomodados consumidores de bienes de lujo.
Esta industria tiene cerca de un 8 % de ventas en manos de clientes rusos. Un país cuyas clases altas son muy consumistas. Les gustan los viajes de alto nivel, así como adquirir propiedades inmobiliarias fuera de sus fronteras. A priori parece que todas estas prácticas se van a ver reducidas por las propias sanciones. Pero también por la más que previsible caída de la actividad económica rusa, que ya esta sufriendo una caída brusca del rublo frente a euro y dólar.
Tengo que decir que soy moderadamente optimista sobre que al final no se producirá un ataque ruso a gran escala. Lo digo tras escuchar las declaraciones de Andrius Kubilius, ex-primer ministro lituano y miembro del equipo que cubre la política exterior del Parlamento Europeo. Indicaba que «como persona de cierta edad, educada en un entorno soviético me da la impresión que el ultimátum planteado por el Kremlin es una bravuconada. Un farol por parte de Putin, cuyo régimen es el enfermo actual de Europa, con el que hay que hablar, pero hay que tratar como tal».
En cuanto se compruebe que las intenciones de Putin no son lo que parecen, es previsible que las bolsas se recuperen. Sobre todo si una rebaja de las tensiones en Ucrania se ve acompañada con una mejora definitiva de la epidemia de Covid-19. Crucemos los dedos.
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