España o la amenaza del cansancio
Sin atributos y extenuados se encuentran algunos españoles que empiezan a perder la perspectiva y hasta el tiempo.
«I would prefer not to». De una frase tan básica desde el punto vista gramatical y tan devastadora y radical desde el punto de vista moral, arranca, a mi juicio, la literatura del absurdo a mediados del siglo XIX de la mano de Melville. Después de fracasar originariamente como novelista con su novela «Moby Dick», el escritor neoyorkino optó por lo que en la época se consideraba un género menor como el relato corto, y prueba en 1853 con «Bartleby the Scrivener: a Story of Wall Street».
La trama es minimalista, si se puede reconocer que existe trama: un abogado autocomplaciente de Nueva York contrata a un nuevo escribiente para compensar la falta de rendimiento de sus tres empleados. Enfrentado a una ventana desde donde contempla la construcción de la megalópolis, el nuevo empleado comienza a trabajar. Un buen día, rechaza la orden de su jefe para que examinen un documento conjuntamente, bajo la respuesta lacónica «I would prefer not to». Desde ese instante, el escribiente, un hombre sin memoria aparente ni biografía, se resiste a aceptar los nuevos encargos del abogado, replicando siempre la misma frase.
Los ciudadanos viven en España un estado de rebeldía apática
El abogado, arrastrado hasta los límites de la razón por la actitud de su empleado, decide despedirlo, pero Bartleby se niega a abandonar la oficina. Huyendo del absurdo de la situación, el abogado opta por mudarse a unas nuevas oficinas, pero el escribiente decide quedarse en su despacho. Bartleby es detenido por la policía ante su resistencia a abandonar la oficina que había convertido en su hogar, y es finalmente encerrado en la cárcel, donde se deja morir por inanición.
«I would prefer not to», hoy y ahora en la España transgénica de la pandemia. Cada vez más se extiende una categoría de ciudadanos que se alejan de la cordura o del sentimentalismo para entrar en un estado de rebeldía apática y de desconfianza absoluta. Parece que han renunciado a creer. Parece que prefieren no hacer nada, y hasta, por desgracia, han empezado a desobedecer, alejándose de las reglas para ahondarse en la depresión de lo imposible. Es una lástima y no debería ocurrir, pero empieza a ocurrir.
Muchos españoles comienzan a pensar que la ley es un exceso inabordable
Porque esos ciudadanos, en vez de pronunciar una negativa categórica, un «no» sonoro, apuestan por el ruido silencioso con su «prefer», una expresión soberbia y displicente. Es una expresión al punto incomprensible por absurda, imposible por inaudible en una sociedad que se agota en sí misma. Una de las particularidades del personaje de Melville es que no es un héroe trágico, ni un nihilista convencido, ni un decadente. Sencillamente no es. Y como no es, no reacciona contra nada ni contra nadie. Ni siquiera contra sí mismo. No hay ideal, ni acción ni reacción.
No hay nada. Bartleby pasa largos periodos de la narración asomado a la ventana, con vistas a un muro ciego de ladrillos. La no-visión, la no-actividad, la no-vida, la no-identidad. Un hombre sin atributos como en la obra de Musil. Sin atributos y extenuados se encuentran algunos españoles que empiezan a perder la perspectiva y hasta el tiempo. Comienzan a despegarse de la sociedad, porque no encuentran respuestas y se acodan en el No, sabiendo que se agotan sus posibilidades. Hay algunos «Bartleby» que comienzan a pensar que la ley se convierte en un exceso inabordable para un trazo de vida que, en su consciencia más nítida, concluye en el abandono.
Hay que buscar nuevos cauces de reacción
Esa ley que se nos presenta como un imperativo categórico, como un signo de imposición de voluntades, se topa con la mayor de las calamidades posibles: que un sujeto opte por la más irracional de las opciones posibles que es incumplir la Ley. Es la radicalidad del cansancio. Y allí no se debería llegar. Y lo más grave es que «la preferencia por el no» tiene un efecto-contagio, y se inocula involuntariamente en más individuos, como de hecho pasa también en la historia de Melville donde el resto de empleados empiezan a utilizar también la expresión «preferir». Pues bien, incluso para los más descreídos, con razón, para los más extenuados, con motivo, para los más escépticos, con lógica, habrá que buscar otros cauces de reacción. No es fácil pero nos va nuestra dignidad en ello.