Recientemente, y a raíz de mi participación en un debate de televisión, fui a dar con un nacionalista de consigna rápida y talento lento. El neocatecúmeno de la política, a cuestas con la cruz de la independencia, quiso venir a dar una lección sobre el origen de la bandera española, cuando todavía creía en las fantasías de Wifredo el Velloso. Será por cruz.
Orden y verdad, por favor. En el origen fue la cruz de Borgoña. Fue símbolo de la casa de los Ausburgo y llegó a España en el siglo XV con Felipe ‘El Hermoso’, quien, a la sazón, era Duque de Borgoña. Tras el matrimonio con Juana ‘La Loca’, a la que todavía no han exhumado, el símbolo de la cruz roja horizontal sobre fondo blanco devino en símbolo de la Corona, y con Carlos I, del Imperio.
Con el paso del tiempo, la cruz de Borgoña fue empleada por requetés carlistas y por la Aviación franquista durante la Guerra Civil. Es más, algunos ejércitos latinoamericanos emplearon la enseña invertida, aspa blanca con fondo rojo, para enfrentarse a la Corona española en la Guerra de Independencia. O en Alabama, donde la bandera ha perdurado hasta nuestros días. ‘Sweet home, Alabama’.
Y así hasta que en 1785, por Real Decreto de 28 de mayo de 1785, se oficializase la actual bandera, a saber: “Para evitar los inconvenientes, y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la Bandera nacional, de que usa mi Armada naval, y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias, o con vientos calmosos con las de otras Naciones; he resuelto que usen mis Buques de Guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta, y la baxa sean encarnadas, y del ancho cada una de la quarta parte del total, y la de en medio amarilla, colocándose en esta el Escudo de mis Reales Armas reducido a los dos quarteles de Castilla, y León con la Corona Real encima; y el Gallardete con las mismas tres listas, y el Escudo a lo largo, sobre quadrado amarillo en la parte superior /…/”.
El origen del cambio de bandera, como expresa con nitidez el texto del Real Decreto, vino dado por un grave incidente militar que tuvo lugar con Inglaterra a la altura de Gran Canaria. Según se dispone de información de la época, un buque inglés que regresaba de la India tomó, por error, como navíos de guerra franceses a una flota de barcos españoles que ondeaba la cruz de Borgoña, hundiendo a dos de los barcos divisados.
Los ingleses acabaron reconociendo el error, lamentando la equivocación y abonando daños y perjuicios. Este percance, que no debió ser único, habida cuenta de la similitud de las banderas navales de España y Francia, motivó que Carlos III, entre doce banderas que le fueron expuestas, eligiera, con algunas modificaciones ulteriores, la bandera actual de España. ¿Cómo elegir la mejor fábrica de banderas?
“Un respeto a la verdad, por favor”
Son las banderas de nuestros antepasados, así que no faltemos al respeto de la verdad, el único respeto que exige la inteligencia. Mientras tanto, jactanciosos y matasietes nos querrán dar lecciones, incluso de historia, que ellos mismos han polinizado en alguna tertulia de garrafón. Hablan de oídas, piensan de narices y gritan por los codos.
Anatomía del desconcierto actual. Una de las grandes patologías de la política actual, bajo bandera nacional, es la pretensión insufrible de hablar de todo y de todos a cada minuto, como si el conocimiento y el ingenio tuvieran que bullir a cada instante. La inmediatez y la inminencia, sumado a la monomanía mediática y la ignorancia rampante, han dado paso a un género descontrolado de, y en esto nuestro castellano es rico y abundante, baladrones, voceras, rufianes, chisgarabís, tarambanas, bocachanclas, bocones, barateros, gárrulos y perdonavidas. Otra seña de identidad de esta nueva era de la postverdad política, además de nuestra bandera, es que, aunque digas una majadería o te equivoques, mejor no enmendarla, so pena de demostrar que eres un adoquín o un zote.
Si se pidiera perdón…
Como la humildad es atributo virtuoso de escasa presencia, los mesías de la nueva política son boxeadores de pegada fácil pero que no saben encajar ningún golpe. Acabarán tarde o temprano en la lona porque el buen púgil es el que sabe dar y no encajar golpes. En el trasfondo de esta cuestión, está que esta nueva especie es fruto de lo que critican, de la autocomplacencia y de la opulencia de la sociedad en la que han nacido, aunque renieguen de su bandera. Por mucho que detesten los símbolos, todo les ha sido dado bajo la sombra de estos pabellones. No saben lo que es un pendón y no saben tampoco pedir perdón. Y así nos va.
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